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Camino de Torreiglesias hubo una viña

25/07/2006

Camino de Torreiglesias, mi padre tenía una viña que heredó de su padre y no sé si éste de mi bisabuelo y así; pasada la ermita de la Virgen de los Remedios, el camino de Carrasierra, la cruz de Taguá, la bifurcación del antiguo Camino Real a Segovia, casi frente al del Corpus Cristi y antes de llegar al puente de Pinarejo y a la fuente del Cañuelo, creo recordar. Aquella viña era una referencia sentimental y geográfica para toda mi familia y un alto en el camino para los torreiglesianos que bajaban al mercado de los sábados en la villa episcopal. Estaba cercada con alambres de espino y dos hileras de guindos y cerezos, unos treinta o treinta y cinco árboles, no sé, la cruzaban horizontalmente para enmarcar un paseo de lo más pintoresco. En la parte más próxima a Turégano, a pesar de los ensanches de la carretera aún andan por allí cuatro nogales.
Aquella hermosa viña, al igual que todas las viñas de esta comarca, pasó a mejor vida hace varias décadas. Desde entonces, los caminos que por estos territorios serpean y débilmente blanquean se enturbian y desaparecen, como diría Machado, aquel poeta tan nuestro. En la entrada de aquella viña había dos pilares de granito con las iniciales de mis abuelos (VB, JG) labradas a golpe de martillo con flemático cincel, y con un par de fechas: 1905 y 1907. Para vigilar a los posibles intrusos con hambre de uvas, de cerezas o de nueces, y para guarecerse de las intemperies también, había una caseta, hecha de cal y canto, con una inscripción de cuidada caligrafía en su frontis: “Plantóse esta viña con vides americanas injertas. Construyeron la caseta P. y V. Rodríguez. Victoriano Borreguero” (La ‘P’ y la ‘V’, querían decir “Publio y Virgilio”, eso al menos nos dijeron a los niños de entonces cuando preguntábamos y a veces sin preguntar). En cierta ocasión, una pareja de gatos monteses eligieron aquel refugio como madriguera y hasta criaron varios retoños; aquello fue, además de una fiesta para los chicos, una noticia para los curiosos y un drama para los amantes de los animales, yo bien me sé el porqué. La carretera que bordeaba de norte a sur la viña, sobre todo los sábados camino del mercado de Turégano, era una procesión de arrieros y de gentes a pie, en burro, en mula, en carromato, luego en bicicleta…; luego vino la historia del automóvil. Cuando la vendimia, una multitud de improvisados recolectores guillotinaban los racimos con unas navajas de cachas de madera que mi padre guardaba el resto del año en la parte de atrás de un cajón de su tienda, la más antigua de la provincia según se sabía. Los carros iban y venían transportando en grandes cestos de mimbre los racimos hasta el lagar de casa; allí, varios obreros la pisaban con su pies desnudos hasta que, por un canalillo subterráneo, el mosto circulaba por su peso hasta el pilón de la bodega desde donde a cántaros se llenaban las viejas cubas y los toneles de duelas de madera de roble unidas con aros de hierro.
En días de vendimia, en el camino de Torreiglesias además de trabajo había fiesta por todo lo alto. Al pie de la caseta, se almorzaba sobre improvisadas mesas en grupos de lo más variopinto: la sopa con menudillos (casi siempre agarrada), las tortillas de escabeche, los filetes empanados, las chuletitas de cordero, las judías con chorizo y oreja, las patatas cocidas con bacalao o con costillas, el arroz con conejo, las patatas ilustradas o a lo pobre… En la holganza, los mozos intentaban hacer lagarejos a las mozas aplastando en sus caras pequeños racimos de uva y zanganeando bulliciosos entre las cepas. “Menos a la jefa, a todas he de hacer un lagarejo”, gritaba Domingo el Pregonero con aquella cara suya de salud eterna que le duró hasta que se nos murió un mal día.
-¿Qué tal el camino, Pablo?
-Hasta tu viña, vale, desde allí, un granizo… Aún duelen las piedras a pesar de la gorra vasca capada –contestó Pablo Martín Grande, aquel cartero de Torreiglesias que, hiciera frío o calor, cayeran chuzos de punta o apisonase un sol de justicia cada día se llegaba a Turégano para recoger el correo de su pueblo.
-¡Haberte refugiado en mi caseta!
-No soy de esos, amigo.
-Claro, las cerezas en el mayo tibio, lacio de resolanas, las uvas, pasada la función, para finales de septiembre cuando las lluvias comienzan a decir te quiero –así mi padre.
Aún se recordaba aquí el famoso fuego de Torreiglesias. Porque esas cosas no se echan en saco roto y porque lo rememoró Camilo José Cela en “Judíos, Moros y Cristianos”. Cela, el vagabundo, tiempos atrás se había especializado en picotas y guardaba recuerdo de que en Segovia, además de la de Grajera, había otras cuatro: la de la capital, la de Cuéllar, la de Sepúlveda y la de Turégano.
Ese afilador que acabo de poner con Cela por las tabernas de Turégano, en realidad se lo encontró el vagabundo en el camino de Segovia, después de pasar Villovela y casi en el cruce de Pinillos y Cantimpalos. Venía en sentido contrario, empujando su rueda y silbando en su caramillo unos aires silvestres que prenden rojas candelas y luminosas chiribitas en el blando corazón de los goloritos del cielo.
-¿A dónde voy por aquí? –preguntó el afilador fingiendo no conocer la geografía de Castilla.
- Al fin del mundo, hermano, empezando por Turégano si le place –contestó Camilo, el vagabundo.
El afilador aquel de los dedos quemados, del oficio, guardaba memoria de los fuegos de Castilla, de los días en los que el viento se convierte en fuego y la vida, en ceniza. Todavía no se había producido el terrible fuego que quemó el barrio de Bobadilla de Turégano, allá por la cola de los años sesenta. Aquel afilador contó a Cela el vagabundo que en “Torreiglesias, ahí cerca de Turégano, entre Carrascal de la Cuesta, Losana, el caserío de Cobatillas y el de Peñascales, el fuego nació, un mal día, con su paso de lobo desmelenado y hambriento, para lamer con su triste, y trágica, y luminosa lengua los muros mismos de la parroquia de Nuestra Señora de la asunción, la madre del tejedor y del arriero, del labriego y del pastor, del cazador y del molinero.”
Camino de Torreiglesias, en la viña de Ingeno y Juana los días de vendimia llegó a bailarse la jota del Castillo y más de uno se ensoñó con la serranilla “Turégano”, aquella obra inmortal que para el guitarrista Andrés Segovia escribiera en su día el autor de “Luisa Fernanda” y cien zarzuelas más: el maestro Moreno Torroba, aquel genio.
No sólo los caminos, las costumbres, los decires y las funciones unen a Turégano con Torreiglesias. Por unir, hasta la denominación de origen “Chorizos de Cantimpalos” conecta a las dos poblaciones. En el mundo choricero, la Resolución de 8 de enero de 2006, de la Dirección General de Industria Agroalimentaria y Alimentación del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (BOE 54 de 4/3/2006), deja claro, por ejemplo, que los chorizos de esta zona son un producto cárnico embutido y curado, elaborado a partir de carnes frescas de cerdo graso a las que se adicionan sal y pimentón como ingredientes básicos y a las que también se puede añadir ajo y orégano, sometidas a un proceso de secado-maduración. Bueno, pues a lo que iba: la delimitación geográfica de esa denominación de origen, con una superficie de 2.574 Km. cuadrados, está constituida por los siguientes términos municipales de la provincia de Segovia: Abades, Adrada de Pirón, Aldealengua de Pedraza, Arahuetes, Arcones, Armuña (con excepción del anexo Carbonero de Ahusín), Basardilla, Bercial, Bernardos, Bernuy de Porreros, Brieva, Caballar, Cabañas de Polendos, Cantimpalos, Carbonero el Mayor, Casla, Collado Hermoso, Cubillo, Encinillas, El Espinar, Escobar de Polendos, Espirido, Gallegos, Garcillán, Ituero y Lama, Juarros de Riomoros, La Lastrilla, La Losa, La Matilla, Labajos, Lastras del Pozo, Marazoleja, Marazuela, Martín Miguel, Marugán, Matabuena, Monterrubio, Muñopedro, Navafría, Navas de Riofrío, Navas de San Antonio, Orejana, Ortigosa del Monte, Otero de Herreros, Palazuelos de Eresma, Pedraza, Pelayos del Arroyo, Prádena, Rebollo, Roda de Eresma, Sangarcía, San Ildefonso o La Granja, Santa María la Real de Nieva, Santiuste de Pedraza, Santo Domingo de Pirón, Segovia, Sotosalbos, Tabanera la Luenga, Torrecaballeros, Torreiglesias, Torre Val de San Pedro, Trescasas, Turégano, Valdeprados, Valleruela de Pedraza, Valleruela de Sepúlveda, Valseca, Valverde del Majano, Vegas de Matute, Ventosilla y Tejadilla, Villacastín y Zarzuela del Monte. Dice la Resolución que ello es así no por capricho de unos burócratas visionarios sino porque el número medio de días de niebla en esta zona es muy bajo, unos 15 días al año, muy inferior a los de provincias limítrofes como Madrid, Ávila y Valladolid, en las cuales llega a duplicarse. Y dice también que su método de elaboración se caracteriza por una cuidada selección de la carne del cerdo, que implica un control de la alimentación con cereales ya que otorga a la carne una consistencia, sabor y niveles de grasa ideales.
Desconozco si nuestros chorizos siguen lo estipulado en las normas oficiales pero ¿quién no aceptaría una buena tajada de chorizo nuestro regada con aquel vino que fue y dejo de ser porque la vida hace estas malas pasadas?
Ya sin aquella viña, camino de Torreiglesias Antonio Machado hubiera fotografiado en palabras los olmos de nuestros caminos, los chopos de nuestras riberas, los arroyos chicos que buscan al río grande mientras verdean, los troncos plateados cuyas frondas azulean, los pinos jóvenes y también los viejos cubiertos de blanca lepra... Machado fue un par de años profesor de mi madre y ella decía que como profesor de francés era más bien un desastre. Y eso que bien sabía ella que, a pesar de las menguadas habilidades de su profesor para enseñar a los jóvenes segovianos la lengua de Dumas, de Molière y La Fontaine, de Víctor Hugo y de Sartre, de Perrault, aquel señor que nos trajo a Caperucita Roja, El gato con botas y La bella durmiente, de Flaubert el de la Bovary y hasta del aviador Antoine de Saint Exuper y su Principito, su profesor era, decía, de esos poetas que saben llegar al sentimiento de los hombres y se hacen camaradas en las anchuras del alma. Siguiéndole, las personas nunca se marchan del todo: cuando llega su último viaje y está al partir la nave que nunca ha de tornar, se encuentran a bordo ligeras de equipaje, casi desnudas, como los hijos de la mar... Cosas de Antonio Machado.


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