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Cuando me dijeron que el niño había muerto



Cuando el niño era niño no podía pensar en la Nada y hoy se estremece ante ella. Cuando el niño era niño jugaba entusiasmado (no recuerdo quién lo dijo). Cuando el niño era niño sabía el lenguaje de los niños y jugaba con las estrellas. Su mundo era un regalo.
Aquel niño se llamaba José Ángel, tenía un hermano que se llamaba Juan que también era un niño cuando los dos visitaban el pueblo de Jacinta Canto, su madre hoy tan sin vivir de tanto añorar a su hijo muerto.
Su padre se llamaba Pepe. Sus ojos chispeaban de orgullo. La primera vez que vino a Turégano, Jacinta le dijo a mi padre que aquel muchacho de Segovia era su novio, y todos nos alegramos por él; Pepe se llevaba la primavera. Años después, cuando los niños de Pepe y Jacinta eran solo niños, encima de cada montaña tenían el anhelo de una montaña más alta y, en cada ciudad, el anhelo de una ciudad aun más grande –sigo sin recordar dónde leí estas cosas-.
Frutos Canto, el abuelo de José Ángel, era un hombre singular. Como lo fueron Julián, Juan y José, sus hermanos. Uno de sus hijos fue alcalde de Turégano, y uno de sus sobrinos, alcalde de Segovia. Aquellos cuatro tureganenses formaban parte de una saga que dejó una huella imborrable en su pueblo y en toda Segovia.
Cuando me dieron la noticia de que José Ángel había muerto, fue como cuando fui sabiendo paso a paso que se había hecho grande, que se había hecho médico, que se había casado con Encarna, que ya era padre y que Miguel, Carlos y Ana eran sus hijos del alma. También como cuando me dijeron que la vida le sonreía como dicen que la vida sonríe a quien todo lo tiene y en cualquier momento puede perderlo todo.
En todo eso pensé cuando me dijeron que José Ángel Gómez de Caso Canto había muerto. Como el dolor irrefutable es lo único que le queda a su madre, pienso en los versos de Pedro Salinas: “No quiero que te vayas dolor, última forma de amar. Tu verdad me asegura que nada fue mentira.” Cuando hablé con Jacinta Canto, a mí me traicionaron las lágrimas, y el corazón de su madre rebosaba de orgullo al saber que José Ángel existió y que seguía existiendo. Amiga, echo de menos a tu hijo y no quiero recordarle como el Jefe de Epidemiología del Servicio Territorial de Sanidad de Segovia. Necesito recordarle como niño y como un hombre apasionado por el canto gregoriano.
Me gustaba escuchar a José Ángel y a mi hermano Julio cantando con los de “Congregámini et psállite”, un grupo de segovianos que se juntan para cantar Gregoriano, esa forma de rezar e invitar a rezar sin palabras.
No cantaba José Ángel con los benedictinos franceses de Solesmes o los catalanes de Monserrat. Su pasión por el canto gregoriano no se ocultaba en el monasterio burgalés de Silos. Pertenecía a “Congregámini et psállite” (“Juntáos y salid”), y bajo la batuta de Diodoro, su director, sabía enfrentarse a la incertidumbre de un futuro que trata de impedir la frustración del olvido.


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