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Ofrenda 2012 a la Virgen de la Fuencisla

28/09/2012

Excelentísimo Señor Obispo de la diócesis de Segovia. Ilustrísimo Señor Alcalde del Excelentísimo Ayuntamiento de Segovia y Presidente de la ciudad de Segovia y su Tierra. Ilustrísimo Señor Presidente de la Excelentísima Diputación Provincia de Segovia. Senadores, diputados, procuradores de las Cortes de Castilla-León, alcaldes y concejales aquí presentes de los municipios de la Tierra de Segovia, deán y cabildo de esta Iglesia Catedral… Señora presidenta y Junta Directiva de la Real Cofradía de la Virgen de la Fuencisla Patrona de la ciudad de Segovia y su Tierra. Amigos y amigas.

Santa Patrona, bajo la pradera cóncava del cielo otoñean ya nuestros desnudos campos. Hasta tu altar acaban de llegar hijos tuyos de la ciudad de Segovia y de los diez sexmos que conforman su Tierra. Del Sexmo de Posaderas, del de Santa Eulalia, del de San Martín, del de Cabezas, del de San Millán, del de San Lorenzo, del de La Trinidad, del de El Espinar, del de Casarrubios en la provincia de Madrid con lugares históricamente tan segovianos como El Escorial y Navalcarnero, y del de Lozoya, también en la provincia de Madrid, con pueblos tan hermosos como Rascafría, donde se asienta tu Monasterio de Nuestra Señora de El Paular que fundó el rey Juan I estando en la villa de Turégano de la que soy su Cronista. Una ciudad y diez sexmos donde se agrupan, si no he contado mal, 129 pueblos, 84 pertenecientes a la provincia de Segovia, 4 a la de Ávila y 21 a la de Madrid.
En cada uno de los lugares de esta Tierra de Segovia de donde venimos, se te distingue con títulos diferentes. De la Herrería, de la Concepción, de la Cruz, de Rodelga, del Paular, de la Asunción, de Gracia, de La Aparecida, del Rosario, de la Salud, del Rincón…
Tu Dulce Nombre pasea y se acuartela en todos los rincones de nuestra tierra. Y aunque tú nos digas “A todos quiero por igual”, nosotros disputamos por tu nombre en pugnas incruentas del “es más mía que tuya” y cosas así.
Con ese ovillo casi infinito de la variedad de nombres con que te rezamos, se encontró hace mil años, cuando los primeros balbuceos de nuestra lengua, el gran poeta de “Los Milagros de Nuestra Señora”: “Entramos en grand pozo, fondo nol’ trovaremos, Porque más son los nomnes que nos de ella leemos, Que las flores del campo del más grand que sabemos.”
Aunque Dios pueda estar en todas partes a la vez, ante la duda del hombre, Dios creó a las madres. Te creó a ti, Señora Nuestra de la Fuencisla. Y por eso hoy, con nuestras razones y nuestras emociones, venimos hasta tu imagen “a puerta gayola”, que no significa de rodillas, sino a corazón descubierto. A ti acudimos para ofrecerte lo que somos y lo que tenemos.
Según dicen en esta tierra nuestra, “Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro”. Enséñanos Tú a orientarnos en el camino de la vida.
En tu himno se repite no sé cuantas veces “Santa María”. El propio autor de su música, que era canónigo de esta Iglesia Catedral, me enseñó a cantártelo: “Virgen bendita, de nuestra tierra Madre adorada de la Fuencisla. Fuente que mana vida y dulzura. Santa María. Santa María…”
En este año de 2012 se cumple el ochocientos aniversario de nuestro más señalado grito de “Santa María”. Fue en aquella trascendental Batalla de Las Navas de Tolosa en la que todos los reinos cristianos se juntaron a propuesta del Papa de Roma para arrojar al Islam de España. Mientras los leoneses gritaban “Santiago”, los castellanos gritaban “San Millán”, como explicó Gonzalo de Berceo, y nosotros, los segovianos, en vez de “San Martín”, “San Millán” o “San Miguel” como hacían el resto de los castellanos, clamábamos “Santa María”.
Tu auxilio y ayuda no es historia pasada, Madre de la Fuencisla. Necesitamos tu protección ante los gravísimos problemas que afectan al pan nuestro de cada día. Te pedimos una especial protección para los más jóvenes. Ayúdanos a promover el diálogo y el consenso, la tolerancia y el respeto mutuo. Ilumínanos para que podamos iluminar. Anímanos para que sepamos animar. Ayúdanos para que sepamos ayudar y servir a los demás.
Nuestro Dios, que quiso hacerse hombre y que tú lo parieras, no quiso ser un privilegiado social. Quiso ser pobre con los pobres y sufrir con los que sufren. Ampara tú, su madre, a quienes menos tienen. A los que sufren, a los enfermos, a los ancianos desvalidos, a los niños sin hogar, a los desempleados, a los emigrantes, a los marginados, a los excluidos sociales… A los políticos también, madre.
Desconozco, Señora Nuestra, si es la primera vez que resuena en esta catedral la palabra “RESILIENCIA, esa capacidad de algunas personas o grupos para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas graves e inesperados. Ayúdanos, madre nuestra, a ser “Resilientes”. A seguir proyectándonos en el futuro a pesar de tantos acontecimientos desestabilizadores y de estas condiciones de vida tan dificultosas.
Al ofrecerte los productos de nuestra tierra, sabemos que hay gente que está sola porque edifica murallas en vez de puentes, porque piensan que es preferible olvidar que sufrir. Tú, en cambio, nos enseñaste que es preferible sufrir antes que olvidar. Sufriste porque te crucificaron a un hijo, y sufres hoy por lo que hacemos los hijos tuyos que no somos de tu propia carne. Para ti, madre nuestra, es preferible sufrir que olvidar, lo sabemos, porque el dolor es una forma de amar.
Que no es verdad que, como dijo nuestro poeta, “A nuestro parescer, cualquier tiempo passado fue mejor”. Que porque existes tú y estás a la espera de nuestra esperanza, lo que es verdad es que los hombres “Partimos cuando nacemos/ y llegamos al tiempo que fenecemos/ y que cuando morimos, descansamos”.
Santa Patrona, venimos para ofrecerte los frutos de nuestra tierra y de nuestro trabajo simbolizados en la luz, la tierra, el pan y el vino.


EL CIRIO, LA TIERRA, El PAN Y EL VINO

No eres tú una diosa, madre, sino la mujer que eligió Dios para encarnarse en Cristo, su hijo, Dios y hombre verdadero. Eres “nuestra Mediadora ante tu hijo el verdadero Mediador. Eres la “Omnipotencia suplicante”.
En los primeros tiempos del Cristianismo se oficiaba un RITO que asumía en el hecho de la luz su objetivo simbólico. Se llamaba “EL LUCERNARIO”. Se encendían y ofrecían lámparas o velas con palabras parecidas éstas: “Te bendecimos, Señor, por tu Hijo Jesucristo, por quien nos has iluminado manifestándonos tu luz incorruptible”. Cuando en nuestros pueblos se celebraba el Oficio de “Tinieblas”, se iban apagando sucesivamente las quince velas del candelero en forma de triángulo, reservando la última para representar a Cristo. La luz, en el lenguaje universal, es el símbolo espontáneo de la vida. “Dar a luz”. “Ver la luz por vez primera”. “La mucha luz deslumbra, y no alumbra”…
Estar en la luz es estar en la verdad. Caminar a oscuras es sinónimo de ignorancia y confusión. Sin la luz, solo existe la oscuridad, o sea, nada, “la nada”. Mientras dura la “llama del amor” sigue viva la relación entre las personas.
A veces, Señora Nuestra, para ausentarme de mí subo hasta el sepulcro del poeta lírico más excelso de la Lengua Castellana y pienso que los dos, tú y él, el “medio fraile”, como cariñosamente le llamaba la gran Teresa, te recita a veces estos versos: “Del Verbo divino La Virgen preñada Viene de camino: ¡Si le dais posada!” O tal vez estos otros que son Suma de la perfección: Olvido de lo criado, Memoria del Criador, Atención a lo interior, Y estarse amando al Amado”.
En el retrovisor del aquí y ahora, traigo una fecha memorable para todos los aquí presentes: el 13 de octubre de 1598, cuando un antecesor de Su Excelencia Reverendísima, Señor Obispo, tuvo el honor de poner la primera piedra de la ermita de Nuestra Señora de la Fuencisla. Pero doce años antes, en lo alto de una escalinata de piedra que entonces era un simple sendero, Juan de la Cruz construyó su convento de su orden carmelita. El ciprés que allí plantó no es ya el “enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongoja el cielo con su lanza”, pero allí está lo que de él queda para decirnos que sigue viva la llama de la vida que en este cirio queremos hoy simbolizar.
Bajo la pradera cóncava del cielo, otoñean ya nuestros desnudos campos, y hemos venido a ofrecerte, simbolizados en el pan nuestro de cada día, los frutos de nuestro trabajo. Productos materiales y también los inmateriales. El esfuerzo productivo de nuestros labradores, de nuestros ganaderos, artesanos, profesores, médicos, comerciantes, empresarios, poetas, escritores, periodistas... Sabemos que “el corazón del hombre no muere cuando deja de latir, que nuestro corazón muere cuando los latidos de nuestro corazón no tienen sentido”. Mi tierra, madre, “tiene su voz que ruge si se la encierra. Si sientes lo que yo siento, ven y cántala conmigo, ven y cántala conmigo...“
En nuestros ojos del corazón, están los oscuros pinos donde se desenreda el viento, y las choperas de álamos blancos donde la luna se enmaraña. Como si violetas al llegar la primavera, existen miles de poemas sobre el pan. Bellos, hermosos, tristes..., desolados también. No entenderías que no recordara el Canto a la Eucaristía que un gran poeta español llamó Pan de Ángeles: “Comida celestial, pan cuyo gusto es tan dulce, sabroso y tan suave… Eres, pan, tan glorioso y endiosado, que a decir tus grandezas yo no acierto. Que las angélicas lenguas lo prosigan...”
Con nuestra ofrenda simbólica del vino, te ofrecemos la vida nuestra. La alegría y la tristeza. La salud y las enfermedades. Nuestros sueños... y también nuestras utopías. Los sueños de los segovianos ausentes también.
“Da vino al que tiene amargo el corazón”. “No hay tales amigos como mi pan y mi vino”. “Con pan y con vino se anda el camino”... ¡Cuántos refranes, dios! Hasta Cristo, tu hijo, se quedó entre nosotros en la transustanciación del pan y del vino.
Señora Nuestra de La Fuencisla, no es preferible olvidar que sufrir. Tú nos enseñaste que es preferible sufrir que olvidar. Así lo hiciste cuando te crucificaron un hijo, y así lo haces cada día por todos nosotros cuando no somos solidarios o padecemos enfermedades y desgracias personales o familiares.
El dolor es una forma de amar y seguir amando: “No quiero que te vayas, dolor, última forma de amar. Me estoy sintiendo vivir cuando me dueles no en ti, ni aquí, más lejos; en la tierra, en el año de donde vienes tú. Tu verdad me asegura que nada fue mentira. Y mientras yo te sienta, tú me serás, dolor, la prueba, a lo lejos, de que existió, de que existe… De que me quiso, sí. De que aún te estoy queriendo…”
En esta ofrenda os confieso que a pesar de las dificultades del momento, yo “aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado” en mi corazón. “Sueño que algún día los valles serán cumbres”, y que nuestra madre, tú, Señora nuestra de La Fuencisla, estarás en el último tren de todos los segovianos.
Como si propias, se han deslizado advertidamente en esta ofrenda mía palabras de grandes escritores y poetas. Te pido perdón por la osadía. Palabras de Juan de La Cruz, de Fray Luis de León, de Gonzalo de Berceo, de Jorge Manrique, de Lope de Vega, de Mario Benedetti, de Pedro Salinas, de Pablo Neruda, de Martín Lutter Khing, de nuestro Jaime Gil de Biedma y hasta del inglés Eric Clapton.
Hace casi mil años, don Pedro de Agén, el primer obispo de Segovia, pidió a doña Urraca, la reina de Castilla e hija del rey Alfonso el Sexto, que segregara de la Tierra de Segovia a la villa de la que me honro en ser su Cronista. Para que perteneciera exclusivamente a él y a sus sucesores “para siempre jamás”. Desde entonces, mis antepasados convivieron no muy pacíficamente con los habitantes de esta Ciudad y su tierra. En la historia se cuentas infinidad de pleitos entre ambas comunidades. Casi siempre por derechos de pastos de los respectivos rebaños e intereses, los del Señorío Episcopal de Turégano y los de la ciudad de Segovia y su Tierra. Pero si bien es verdad que hubo sonados litigios y controversias, no puedo pasar esta ocasión sin recordar que tanto los representantes de Segovia y su Tierra como los representantes de Turégano encomendaban sus objetivos y aspiraciones a la misma persona, y todos ellos, al regresar a sus respectivas casas, daban las gracias por los éxitos y quejaban de sus fracasos ante la misma la misma persona. Ante ti, Señora Nuestra.
Santa Patrona de La Fuencisla, en esta tarde noche víspera de la Festividad de San Miguel Arcángel, cierro mi ofrenda con la última estrofa de la ODA A NUESTRA SEÑORA de uno de los poetas que acabo de mencionar: “Virgen, el dolor fiero añuda ya la lengua y no consiente que publique la voz cuanto desea; mas oye tú al doliente ánimo que continuo a ti vocea.”
Tú sabes, madre, que en el idioma de Castilla con el que España y medio mundo habla con Dios y a ti te reza, ‘AÑUDAR’ significa “HACER UN NUDO” para cerrar lo que está abierto.
Muchos de nosotros, al despedirnos ocasionalmente de nuestras madres solemos o solíamos pensar: “Cada vez que me despido de mi madre me muero por dentro. Y cada vez que me rencuentro con ella, siento que estoy en el cielo”. Así contigo hoy, madre y patrona nuestra.
Presidenta de la Real Cofradía de la Virgen de la Fuencisla, gracias por el honor que me hicisteis al elegirme para un encargo tan gratificante. Que ELLA os proteja, y que os dé fuerzas para seguir promoviendo el culto y el amor a nuestra madre del cielo.
Y a vosotros, amigas y amigos que bajo la pradera cóncava del cielo habéis venido a festejar a Nuestra Patrona, quiero deciros que yo nunca dejo que las personas más cercanas a mí se vayan. Que me las llevo conmigo a donde vaya yo.
Os llevo a todos conmigo. Que Nuestra Señora de La Fuencisla esté siempre con todos nosotros y con nuestras familias.
¡Gracias

Catedral de Segovia, 28 de septiembre de 2012


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