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Manuel Calvo y el 2 de mayo de 1808

02/05/2008

En las inciertas horas del levantamiento popular del dos de mayo de 1808 en Madrid, navajas contra corazas, un tureganense participó heroicamente para que el pueblo español asumiera la soberanía nacional.
Apareció de pronto en un sms de mi esclavitud moderna del teléfono móvil y sus liturgias: “Un tureganense participó en el levantamiento del 2 de mayo de 1808 en las calles de Madrid”. "Cuando lo de Daoíz y Velarde", se añadía como para encelarme. Se refería el “chivatazo” a una reseña aparecida en la exposición madrileña “Un pueblo, una nación” del Canal de Isabel II.
En un panel del Centro de Exposiciones Arte Canal se señala que están identificados 410 muertos y 171 heridos de aquel dos de mayo madrileño. Y otro detalle más: las profesiones y el origen de la mayoría de esas víctimas. Se recoge que hubo varios carpinteros, un aserrador, tres clérigos, quince funcionarios, noventa y siete individuos sin oficio, seis jornaleros, cinco médicos, treinta y nueve militares, dos peluqueros, tres plateros, dos presos, un profesor, tres sastres, un sereno, once sirvientes, doce zapateros, abogados, aguadores, albañiles, algún mendigo también… Se explica también que 77 eran mujeres, 15 niños, 68 militares, 9 eclesiásticos, 33 personas “sin oficio declarado y con título de don”, y 99 “personas sin oficio declarado y plebeyos”. Sesenta cuatro nacidos en Madrid y el resto en otros lugares, siete de ellos en Segovia (sin especificar más detalles sobre su identidad): cuatro en la capital y tres en lugares de la provincia (Real Sitio de San Ildefonso, Fuenterrebollo y Turégano -también figura en la lista uno “de Escalona” de quien no he averiguado aún, en ello ando, si era de nuestra Escalona del Prado o de la del Alberche, la villa toledana donde nació hace más de setecientos años el infante don Juan Manuel-).
Soy de los que piensan que “entre un héroe y un hombre que pasa oscuro en la vida, no ha habido frecuentemente sino la ocasión”, pero aún así he tratado de identificar a estos segovianos protagonistas de aquella ocasión tan singular y decisiva para la historia moderna de España (especialmente, al tureganense). Con tan pocos hilos y bastante tesón, he conseguido averiguar diversos detalles de todos ellos (de los nuestros y de todos los demás):
El aserrador había nacido en Fuenterrebollo. Se llamaba Antonio Matarranz y Sacristán y era viudo. Tenía 34 años cuando defendiendo el Parque de Artillería de Monteleón junto a Daoíz y Velarde se convirtió en héroe patrio. Se distinguió en el combate persiguiendo las columnas derrotadas hasta la calle de San Bernardo donde le pegaron un balazo en la cabeza. Se le hizo una cura de urgencia en el atrio del Convento de Maravillas pero murió en el Hospital General el día 22.
De los cuatro segovianos de la capital, tres se llamaban Francisco y el cuarto era una mujer:
Francisco Bibiano López y Labiano fue arcabuceado en la montaña de Príncipe Pío, o sea, de los que Goya inmortalizó en su famoso cuadro del fusilamiento. Francisco Sánchez Navarro era escribano real y receptor de los Consejos Reales y, según el memorial presentado, sus hijas, María y Vicenta, fueron desde Segovia a Madrid y, pocos días después, del dolor murió doña María Delgado, la viuda inconsolable. El tercer Francisco, Francisco Huertas de Vallejo, se batió a la desesperada defendiendo el Parque de Artillería de Monteleón. Sólo tenía 18 años cuando fue “herido en el Parque de una bala fría de fusil; pero pudo evadirse al concluir el combate”. De él se cuentan algunas peripecias de cuando trataba de deshacerse del fusil que le había tocado en el reparto de las armas del Parque que habían entregado al pueblo dos capitanes de artillería, heroicos y patriotas: el sevillano Luis Daoíz Torres y el cántabro Pedro Velarde Fuertes, tan cercanos a Segovia por su relación con la Academia de Artillería. El cuarto segoviano fue una segoviana de 16 años: Catalina Pajares de Carnicero. Vivía con su tío, don Antonio Carnicero, en la calle de Luzón. Estaba a punto de casarse con Ramón de Rivas, un comerciante madrileño, cuando al asomarse a un balcón de la cocina con su primo y la criada de la casa para ver una patrulla francesa que salía del cuartel de la calle de la Rosa recibieron una descarga de fusilería. Murió en el acto, con el pecho y el corazón atravesados. Dionisia, la criada, recibió una herida en la mano y a su primo sólo la levita se le quemó.
De las víctimas de la provincia sólo diré que, además de Antonio el de Fuenterrebollo, hubo también una mujer, María Pané Pérez, de 19 años, nacida en el Real Sitio de San Ildefonso. Estaba soltera. Vivía en la calle de Buenavista de Madrid y recibió una herida de bala en la calle del Barquillo. El de Escalona (la nuestra o la toledana, es igual) se llamaba Basilio Adrao Sanz. Estaba casado. Era un jornalero que “se batió y fue herido por la caballería enemiga en la Puerta del Sol”. El de Turégano se llamaba Manuel.
Para todos ellos pido hoy el recuerdo, el homenaje y el agradecimiento por tanta generosidad. Y aunque, como dije, “entre un héroe y un hombre que pasa oscuro por la vida, no ha habido frecuentemente sino la ocasión” (lo escribió Antonio Aparisi y Guijarro, un político y periodista tradicionalista que nació en Valencia tres meses antes de la batalla de Waterloo que testificó el ocaso de Napoleón), quiero estacionar mi gaudeamus en Manuel el de Turégano.
Se llamaba Manuel Calvo del Maestre y en aquel 2 de mayo era oficial del Archivo del Ministerio de la Guerra y capitán graduado. Muy joven, se enroló como soldado en el ejército español que fue a la Guerra del Rosellón, también denominada Guerra de los Pirineos o Guerra de la Convención. Fue un conflicto que enfrentó a España y a la Francia revolucionaria entre 1793 y 1795. Manuel Godoy, hombre fuerte del gobierno español, firmó con Gran Bretaña su adhesión a la Primera Coalición en contra de Francia y aunque la República francesa se movilizó primero, los españoles cruzaron el 7 de marzo la frontera catalana al mando del Capitán General de Cataluña, el general Ricardos, con el objetivo de recuperar los territorios perdidos más de un siglo antes.
En tanto que una flota angloespañola operaba en Tolón en apoyo de los realistas, el ejército de Ricardos, que contaba con unos 25.000 hombres, invadió el Rosellón el 17 de abril y tras ocupar diversas localidades de la frontera, el 18 de mayo de 1793 derrotó al ejército francés dirigido por el general Dagobert en la batalla de Mas Deu. Los triunfos del general Ricardos culminaron con la batalla de Truillás del 22 de septiembre donde las bajas infligidas al ejército francés fueron de unos 6.000 muertos. En la operación, el comportamiento del tureganense Manuel Calvo fue muy distinguido y, como cuenta Juan Pérez de Guzmán y Gallo, “fue ascendido a sargento y en 1804 fue nombrado teniente de Escopeteros”.
Respecto al dos de mayo de 1808 en Madrid, se sabe que Manuel Calvo participó muy activamente en el hostigamiento desigual y desesperado a las tropas francesas. Aquel día amaneció soleado después de varios días grises y lluviosos y en la refriega de la plazuela de Palacio Manuel trabajó denodadamente, metido entre la gente del pueblo llano, organizando diversas algaradas y luchando contra los soldados invasores. En el Archivo Municipal de Madrid (2-327-18) se recoge un episodio heroico de este tureganense:
“De pronto, en medio de las algazaras populares, Manuel Calvo se dio cuenta de que cuatro personas iban a pasar por la puerta de la guardia de las Oficinas de Reales Provisiones de las que se habían apoderado los franceses. Trató de salvarlas pues los franceses disparaban sobre cuantos se acercaban a sus cuarteles, retenes o guardias. Pero el centinela francés se dio cuenta del movimiento de aquellas personas y, temiendo que fuera una agresión, salió del cuartel una Compañía de la Guardia Polaca que comenzó a hacer fuego contra el grupo. De las cinco personas que lo componían, una quedó muerta en el acto, tres heridas y una sana”.
Los heridos fueron conducidos a la botica de don Mariano Pérez Sandino, en la calle de Santiago, donde fueron curados al igual que otros muchos que en aquel día fueron heridos. El de Turégano recibió una bala en la cara que le deshizo un carrillo quedando su rostro desfigurado para siempre. Benito Trigo, el alcalde del barrio madrileño de San Juan, certificó de estos hechos de los que fue testigo directo y en los que Manuel Calvo, por su heroísmo generoso y solidario, se convirtió en un hombre sin rostro que ocupa un lugar de privilegio en el racimo imperecedero de los héroes casi anónimos.
(Las fotografías pertenecen al palacete que los obispos construyeron en el Jardín del Burgo de Turégano sobre la iglesia de Santa María -donde Juan Arias Dávila celebró un famoso sínodo en el año 1483-)


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