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Memoria histórica en las fiestas

01/09/2007

Hace 106 años, las fiestas patronales de la villa episcopal y sus festejos taurinos eran ya una de las preocupaciones más acuciantes del ayuntamiento tureganense. Escribía el alcalde: “Se trató del cierre de la plaza para los novillos de las fiestas, del recuento de la ganadería, de la subasta del cierre de la plaza, del matadero de los toros y persona para el degüello, del personal para ayuda al pirotécnico y al vaquero que conduce las reses bravas, del encargado del toril, de las hierbas y pasto para los novillos, de las personas que han de invitarse al tablado presidencial, de los serenos y faroles en las fiestas...” Todo esto en el año 1901. Cuando los faroles del alumbrado público eran de petróleo, se encendían solamente en las noches sin luna y se echaba en ellos sólo la mitad del combustible (“una copa de medio cuartillo a cada farol”). Pequeñas cosas de Turégano unos meses antes de que allí naciera el pintor Esteban Vicente. Comenzaba el siglo XX, un siglo contradictorio en el que hubo dos guerras mundiales y una guerra civil que enfrentó a media España con la otra media.
Veinte años después, “los toreros de la función cobraron cuatrocientas pesetas y el dulzainero que se trajo para suplir en alguna ocasión a la banda municipal, ciento cincuenta”. Venancio del Caz, “Cacerete”, cobró cinco pesetas por vigilar el toril. Los toros costaron tres mil ciento sesenta y dos pesetas con treinta céntimos y a los vaqueros se les dio treinta, más cuarenta y cinco de propina. Al año siguiente, los toros de Victorio Torres costaron al municipio 3.849 pesetas con setenta céntimos, a Gerardo García se le pagaron nueve pesetas por vigilar el toril y a Casimiro de Andrés, veinte por el degüello de los novillos. Los farolillos que se adquirieron en “El Arca de Noé” de Madrid costaron cuatro pesetas y cuarenta céntimos… Las fiestas de 1925 costaron un pico a la tesorería pública tureganense: “Cohetes y proyectiles granifuegos de Policarpo M. Lecea de Vitoria, 125 pesetas más otras noventa y ocho con diez. Los derechos sanitarios por toros, 25 pesetas, los “Charlots en corridas”, 300 pesetas; los toreros S. Revuelta y A. Díaz, 500 pesetas; los banderilleros, 150; Pablo de Frutos, 40 pesetas, más otras 25 para su manutención; el cierre de la plaza de toros costó 48 pesetas más 297,50…”
Los festejos taurinos de Turégano ya engrosaban por entonces la gavilla artística de grandes pintores de tauromaquia; algo que para Camilo José Cela no pasó desapercibido: “El vagabundo, en la Plaza Mayor, con el castillo al fondo, dedica un recuerdo a don Pepe Solana, el hombre que pintó un cuadro sobrecogedor y carpetovetónico –“Capea en Turégano”–, hoy en los Estados Unidos. Turégano también sirvió de modelo para los pintores Zuloaga y Zubiaurre”. Y no solo para esos dómines, también para el maestro Palmero, para el mítico Jesús Unturbe, para el catalán Rafael Dura-Camps y, sobre todos, para Lope-Tablada de Diego, el hijo de Lope-Tablada Maeso, aquel pintor que realizó el majestuoso fresco que adornaba el techo del Teatro Cervantes segoviano, y padre de Lope-Tablada Martín, el continuador incuestionable de tanta raza. Hasta Ortiz-Echagüe en sus recorridos por la España insólita fotografió paisajes y hombres de Turégano que han ennoblecido exposiciones por medio mundo: “Procesión en Turégano”, “Plaza de Turégano”, “Personajes de Turégano”…
Aún recuerdo aquel verano en que se rodó la película "Aquí hay petroleo" del director Luis de Lucia en nuestra villa. Yo era un niño y me veo de vez en cuando en mi papel de extra (infantil, claro, que era el año 1955)en aquella película tan tópica y tan típica. Con el inconmensurable Manolo Morán, con José Luis Ozores, con Félix Fernández y con todo aquel elenco de extraordinarios actores españoles que convivieron con nosotros durante varios meses.

Me contaron que el pregón de las fiestas de este año lo pronunciaría Silvia Clemente, nuestra consejera de Agricultura, tureganense por parte de madre, pero veo en los programas de mano que quien subirá al balcón anunciador es otro buen amigo que, además de “tureganense consorte” pues su esposa es hija de una muchacha que aquí nació y siempre lleva a su pueblo en el corazón, tiene sensibilidad para apreciar lo que ve y para valorar lo que vislumbra. Cuando al final de su pregón, el Delegado Territorial de la Junta de Castilla y León en Segovia acuda con las autoridades locales y las peñas festeras a la iglesia de Santiago para la tradicional ofrenda floral y Salve a la Virgen, tendrá ante sus ojos un hermoso retablo de madera que sustituyó hace siglos a una obra maestra anterior, renacentista, obra de Juan de Aldaba y Alonso de Herrera, que a su vez sustituyó a otro hermoso retablo de estilo gótico. Pero bien sabe Luciano Municio que, detrás de ese retablo de madera, se encuentra escondida una de las joyas más importantes del románico castellano, si no la más. Tras el ábside románico de esta iglesia, en el interior del hemiciclo absidal, entre las ventanas hoy ocultas, se conserva escondido uno de los tesoros más admirables de la escultura románica en piedra, algo insólito al decir de los expertos y eruditos que han podido tener acceso visual o fotográfico a este sancta sanctorum del Románico del Pirón, llamado también Románico de Turégano. Algún día, esta iglesia será una de las referencias artísticas y turísticas más importantes de la provincia de Segovia.
Hace seiscientos años, se celebraron en la villa “las mayores fiestas jamás celebradas en Castilla”. Lo cuentan las crónicas de la época, la de El Halconero del Rey don Juan II y la de don Álvaro de Luna. Recordarlo es repasar sin recelo, evocar sin añoranzas e invocar sin prosopopeyas, pero no pretende este cronista cabalgar en el paripé imprudente de la memoria histórica sino achicarse en el recuerdo infantil del lugar donde vino al mundo: la plaza mayor de Turégano, “el lugar más pictórico de la provincia”, en palabras de Dionisio Ridruejo.
Lo escribo y asiento muy cerca de Finisterre (“el fin de la Tierra”). En “San Ginés”, o sea, en SanXenxo, Sangenjo, donde Galicia se vuelve marbellí y hasta un poco finolis. Después de una cena con Cándido y Joxé Manuel en la mesa de al lado. Ayer los encontré juntitos en el restaurante Zulema, hoy a Cándido por separado en el segundo turno del Sabino, mañana ya veré. En mi mesa, cena un cargo político gallego que no es del partido de Cándido ni del de Joxé Manuel y eso se nota. “Me gustó tu libro, Joxé Manuel”, “Gracias, Cándido” y hablaban, un suponer, del Nunca más al más allá (“De nunca máis a máis alá”), una colección de artículos del líder “galleguista”. Las risas de Cándido Conde-Pumpido, el fiscal general del Estado, y de Joxé Manuel Beiras, el nacionalista gallego, parecían caracolas rumorosas. ¿Hablarían del gloria in excelsis de Xirinacs, aquel iluminado absurdo que anda ya en el olimpo de los héroes de la nación catalana? Anxo Quintana, el enfermero alcalde de Alariz que hoy manda en Galicia a pesar de haber sacado 24 diputados menos que el PP, mandó a Joxé Manuel al ostracismo, pero dos de sus pupilas, espigas dobladas por el mismo viento, la Sánchez Piñón y la Bugallo, se han lanzado a la caza de brujas y a construir su paraíso terrenal, un edencito de paripé: este curso escolar aparecen ya las “galestolas”, escuelas infantiles en inmersión total en gallego; está a punto de iniciarse la Vuelta Ciclista a España y en los carteles promocionales gallegos ni aparece la palabra España: “Galicia, na orixe do mellor ciclismo, 1-23 septiembre Vigo-Madrid”. Mientras Anxo exige que en las escuelas se obligue a los niños a cantar el himno gallego, la Bugallo anuncia una gran campaña turística promocional de Galicia en inglés, francés y gallego.
...disolveré los desagrados en la algarabía bonancible de las fiestas de mi pueblo, y que Dios reparta suerte.


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