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1856.- La sombra del ciprés

03/05/2016

Como los pensamientos y las palabras son libres, pienso y digo que la sombra del ciprés no es alargada como en el título de la primera novela que escribió Miguel Delibes, el hijo de Adolfo Delibes el profesor de mi padre en la universidad de Valladolid.
La escribió mucho antes de que ocupara el sillón «e» de la Real Academia Española. El sillón “d” es propiedad del tureganense por raíces y por presencia Francisco Rodríguez Adrados, al igual que la medalla “3” de la Real Academia de la Historia. ¡Ojalá siga siéndolo muchos años!

Cuando encuentras al profesor Adrados paseando por las calles de Turégano o haciendo la compra con alguno de sus hijos o nietos, dan ganas de inclinar ante él la cabeza y decir “Ave Caesar! Morituri te salutant”, el saludo ceremonial que los gladiadores expresaban al César antes de una pelea (“los que van a morir te saludan”), un saludo que al parecer nunca hacían los gladiadores al comenzar sus peleas a muerte pero que las películas así nos lo hicieron creer.

Los antepasados maternos del profesor Adrados vivían en la plaza Mayor de la villa, pared por medio de la casa de mi bisabuelo, pero el profesor Adrados prefirió vender ese inmueble y rehabilitar la Casa de Oficios de uno de los tres palacios episcopales que tuvo Turégano. O sea, que se fue a vivir a la calle de Francisco Franco y ya va siendo hora de rescatar el anterior nombre, “Camino Real de Segovia”, o nominarla, como muchos consideramos, “calle de Francisco Rodríguez Adrados”.

Lo de alargada o rechoncha la sombre del ciprés, depende de la posición del sol en cada momento del día. Al amanecer y al atardecer, alargada, en el mediodía, chaparra o inexistente. Por la noche o en día nublado, ni sombra que la parió.
La sombra es una entelequia. Cuando el creador dijo “hágase la luz”, la luz fue hecha, pero Dios no creó la sombra, maldita sombra inexistente simple ausencia de luz.

Los cipreses, su sombra no, acongojan al cielo con su lanza. Al menos cuando son enhiestos surtidores de sombra y sueño, cuando son chorros que a las estrellas casi alcanzan devanados a sí mismos en loco empeño, cuando son mástiles de soledad, prodigios isleños, flechas de fe y saetas de esperanza… A Gerardo Diego, el autor de un célebre soneto con esta belleza literaria, no le hicieron miembro de la Real Academia Española pero sí le concedieron, aunque compartido con Jorge Luis Borges, el Premio Miguel de Cervantes. A nuestro Rodríguez Adrados, sí le hicieron académico de la Española y de la de la Historia pero no acaban de concederle el Cervantes y ya va siendo hora.

Los hombres no quieren conocimientos, buscan certezas, o sea, la seguridad de que, con sombra o sin sombra de cipreses imaginarios, las cosas sean como ellos piensan. Como solía decir Einstein, “la mente es como un paracaídas y solo funciona cuando la tenemos abierta”.

Atando cabos, la sombra del ciprés político español es hoy una mala sombra. Cada cual disparando contra viento y marea para buscar un puñado de votos y seguir estando en la pomada. “Tener mala sombra”, según la Real Academia Española donde brilla con luz propia nuestro Rodríguez Adrados, significa “ser antipático”, “tener malas intenciones”, “tener mala suerte” y “transmitir negatividad”. O sea.

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