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1853.- La pelota de las ideas

14/04/2016

Como pretexto para no sé bien, tal vez por conmemorarse hoy la proclamación de la Segunda República de España, hoy hablo y escribo sobre Unamuno, un sabio loco en el sentido más positivo de quienes piensan que cuando todo el mundo está loco ser cuerdo es una locura.
No resulta fácil entender a ese loco sabio que así decía en el año 1901: “Yo juego a la pelota con las ideas, por las que no siento respeto alguno. Cuando a fuerza de pelotazos reviento una, cojo otra”.

Miguel de Unamuno se crió en una familia de puritanos pero en el año 1898 así pensaba y decía: “Mientras subsistan máximas tan estúpidas, inhumanas y criminales como España para los españoles, América para los americanos, Bilbao para los bilbaínos, no habrá nunca paz verdadera, ni verdadero progreso”.
Cuando se proclamó en España la Segunda República, a pesar de haber sido elegido diputado por Salamanca así se pronunciaba: “He dicho que me dolía España y me sigue doliendo. Y me duele, además, su república”. Tan desencantado estaba con ese gobierno que tantas expectativas le había ofrecido, que en 1933 decidió no presentarse a la reelección y, no sé si por ello, fue cuando le llegaron más honores: fue nombrado rector vitalicio de la Universidad de Salamanca y allí se creó una cátedra con su nombre. En 1935, en pleno desencanto político, Unamuno fue nombrado "ciudadano de honor de la República".

Jugar a la pelota con las ideas es como jugar al juego de las siete y media del que Pedro Muñoz Seca escribió en La Venganza de don Mendo que es “un juego vil / que no hay que jugarlo a ciegas, / pues juegas cien veces, mil, / y de las mil, ves febril / que o te pasas o no llegas. / Y el no llegar da dolor, / pues indica que mal tasas / y eres del otro deudor. / Mas ¡ay de ti si te pasas! / ¡Si te pasas es peor!». Como bien se sabe, el autor de estos versos era un monárquico convencido que no quiso nunca ocultar su postura contraria a la República y que por ello fue fusilado en Paracuellos del Jarama el 28 de noviembre de 1936.

Aunque las ideas nacen, crecen, proliferan, se enfrentan con otras ideas y finalmente mueren, los poetas no se mueren sino que se extinguen. Si Víctor Hugo decía que “quienes conducen y arrastran al mundo no son las máquinas, sino las ideas”, nuestro Santiago Ramón y Cajal enseñaba que “las ideas no duran mucho y por eso hay que hacer algo con ellas”. Si no es así, que me corrija Unamuno con alguna de sus genialidades discutibles, que él fue siempre muy "unamuniano", es decir, muy suyo, inconfundible.

Siendo casi un niño, aprendí de memoria, como si un soporte para el espejismo de mi existencia, el prólogo de la Vida de Don Quijote y Sancho que escribió Unamuno en el año 1905. Esto dice ese admirable prólogo en el segundo de sus párrafos: “No hay porvenir, nunca hay porvenir. El verdadero porvenir es hoy. No hay mañana. ¿Qué es de nosotros hoy, ahora? Esta es la única cuestión”.

Atando cabos, las personas del pedestal público en su mochila transportan ideólogos que les soplan las ideas y les aceleran o refrenan los impulsos. Cuando a fuerza de pelotazos les revienta una, atrapan otra. Porque cuando la pelota de las ideas está en el tejado, se tienen muchos amigos y, cuando desaparece, ni amigos ni pelota.

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