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1852.- Los falsos profetas

12/04/2016

Cada día, un sin fin de falsos profetas salen a la calle para alarmarnos de las catástrofes o castigos divinos que ellos mismos se inventan con la esperanza de que la casualidad les favorezca y se conviertan en profetas verdaderos. Algo así rezaba un cuento que leí en algún lugar de cuyo nombre no necesito hoy acordarme.

La vida no es un cuento, pero los falsos profetas caminan por las calles de todo el mundo alarmando o adormeciendo a los incautos, incluso con éste otro cuento: “Desde que San Pedro se compró un ordenador, las filas para entrar al cielo son mucho más cortas porque con tan solo dar un click puede ver el historial de las almas que aspiran a entrar al cielo y mandarlas al infierno”.
También con este otro cuento lleno de enjundia: “Mientras el mejor escritor vivo siga viviendo y escribiendo, sus mejores versos y textos no llegarán muy lejos”. Algo que no afecta a la autora de “Ambiciones y reflexiones”, el libro de cierta analfabeta funcional (escrito en realidad por un negro llamado Boris no sé qué) y del que se están vendiendo diez veces más ejemplares que del último libro de un premio Nobel. Mal va la cultura de un país donde se venden más ejemplares del primer libro de la madre de Andreíta Janeiro que del “Cinco esquinas”, el último de Mario Vargas Llosa.

Suele decirse que el minicuento más trascendente de la historia es el que escribió Augusto Monterroso, un escritor hondureño que adoptó la nacionalidad guatemalteca y que en el año 2000 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”; solo eso. De Monterroso escribió Gabriel García Márquez que a veces hay que leerlo manos arriba porque su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad.

Muchas veces me he preguntado el porqué de los cuentos. Tal vez por estos doloridos versos escritos por un boticario de Tábara, en la provincia de Zamora, que se llamaba Felipe Camino Galicia de la Rosa, que murió en su exilio mexicano y que es conocido como León Felipe: “Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto. Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre... ha inventado todos los cuentos. Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos... y sé todos los cuentos.”
Alguien definió al ser humano como un animal sin plumas que cuenta cuentos, largos o breves según el momento y las circunstancias. Como éste minicuento tan triste y despiadado: “Frente a la puerta del laboratorio del científico loco había una advertencia en letras rojas que decía “No se permiten niños” que muchos niños desobedientes obviaban y cuando entraban al laboratorio un gran rayo les disparaba y les ponía del tamaño de una rata; y esto al científico loco le encantaba, porque luego él les daba caza y cuando les atrapaba les metía en frascos de vidrio que luego colocaba en un gran estante donde les coleccionaba.”

La vida no es un cuento, pero la soledad y el desconcierto de los humanos suele ocultarse en la fantasía legendaria de miles de cuentos que sirven de estandarte emocional y mágico de su destino incierto. Como decía Julio Cortázar, un escritor argentino que optó por la nacionalidad francesa en protesta contra el régimen militar de su país, el cuento recrea situaciones y la novela recrea mundos y personajes.

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