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1850.- Monseñor Quijote

05/04/2016

Cuando hace un par de meses publiqué en este periódico "La gloria y el poder", quise carcajearme de la agudeza negociadora de Pablo Iglesias Turrión haciendo referencia a la novela “El poder y la Gloria” del escritor británico británico Graham Greene.
En esa ocasión, me referí también a Leopoldo Durán, un amigo que me hizo entender algunas de las claves de “Monseñor Quijote”, una novela deliciosa que cuando se publicó en España yo traté desconsideradamente por el sandio deber de echar una mano política a El Toboso, un municipio toledano, pues en aquellos días yo era el máximo responsable de la cultura en aquella provincia.
Con una copa de albariño en la mano, Leopoldo Durán, el gran amigo del autor de ‘El Poder y la Gloria’, me explicó su versión de primera mano.

Cuando conocí a Leopoldo Durán, él tenía casi noventa años pero en la mochila de sus sueños apenas tenía 33, la edad dorada en la que dicen que los jóvenes se vuelven hombres; “En el fondo de nosotros mismos siempre tenemos la misma edad”, escribió en una de sus novelas su amigo Graham Greene.
Leopoldo siempre era ameno y, sin pretenderlo, enriquecía a quien le escuchaba. Greene le dedicó su novela Monseñor Quijote y en el último capítulo de la obra le convirtió en uno de los protagonistas.
Solían viajar juntos por los escenarios manchegos, castellanos y gallegos por donde discurren las aventuras y conversaciones del padre Quijote con Enrique Zancas, el ex alcalde comunista de El Toboso. En la novela de Greene, el padre Quijote era monseñor por arte de birlibirloque, y Rocinante, un SEAT 850 que acabó estrellándose contra el monasterio de Osera, el “Escorial de Galicia” —nada que ver, pero aderezo mis recuerdos en el mundo literario de Giovanni Guareschi; cuando don Camilo y Peppone simbolizaban el conflicto entre dos culturas encontradas que chocaban proponiendo dos modos distintos de plantear la vida: por un lado, el tradicional contexto social de la Italia católica y demócrata-cristiana y por otro el revolucionario modelo comunista.

En 1996, Leopoldo Durán publicó “Graham Greene, amigo y hermano”, un hermoso libro donde relata magistralmente su ligazón amistosa y fraternal con aquel escritor inglés que por parte de su madre descendía de Robert Louis Stevenson y con quien se le ha comparado frecuentemente.
Escribió en su día Graham Greene: «Cada año tomábamos los dos la misma ruta: hacia Galicia, la tierra natal del padre Durán, camino de Salamanca, en donde un día visitamos el nicho numerado —que no puede llamarse tumba— de Unamuno. Delante de aquel nicho número trescientos y algo, «Monseñor Quixote» vino a la vida por vez primera pues Leopoldo me obligó a que pensase sobre él cuando nos paramos en un prado para beber un vaso o dos de nuestra carga, antes de la comida, o en un frío desfiladero montañoso cuando descorchamos mi whisky».
Con una copa de albariño en la mano, así me explicó la cosa el padre Durán que en paz descanse: “A la entrada del cementerio de Salamanca preguntamos por la tumba de Unamuno y la encargada del camposanto nos dijo: “¿Unamuno? El número trescientos cuarenta”. Aquella fría referencia nos llegó a los dos al alma y delante de la lápida número 340 (la del epitafio: «Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar») nos miramos con desasosiego y Graham me dijo: «Leopoldo, tienes que escribir un artículo titulado “En busca del número 340”. En vez de un artículo escrito por mí, Graham Greene escribió ese hermoso libro: “Monseñor Quijote”.

En fin, Leopoldo Durán, amigo que en paz descanses, “el mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños”. Lo escribió tu amigo Graham, aquel personaje que te ofrecía wiski escocés mientras él te pedía Marqués de Murrieta, y que no llegó a conocer el olor, el sabor y el amor del albariño Ferreiro cepas vellas con el que tú y yo brindamos en más de una ocasión, maestro.



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