Volver a Artículos     
1798.- Milagros a gogó y creencias a la deriva

19/05/2015

"Cortando los rastros, los ecos y las sombras", como diría Pedro Salinas el poeta madrileño que murió en Boston, solo las tertulias televisivas y los programas de radio se encargan del sarao electoral de estas semanas.

No echan humo las calles de España como cuando aquello; “aquello” es lo que el lector quiera interpretar, ¡tantos “aquello” ya, Dios santo!

No hace falta llegar a la tragedia de Jonestown de hace treinta y siete años. Cuando el reverendo Jim Jones arengó a su incondicional grey sobre "la belleza de la muerte” y se suicidaros 914 personas; en su mayoría, niños y ancianos que murieron tomando la poción mortal que Jim Jones les facilitó. Éste, de una bala al corazón; fue el mismo año en que los españoles hicimos y aprobamos la actual Constitución.

Después de cantar mil veces "Gracias a la vida", la chilena Violeta Parra se suicidó de un balazo en la sien; no había cumplido los 50. “Gracias a la vida que me ha dado tanto, que medió dos luceros que cuando los abro perfecto distingo lo negro del blanco y en el alto cielo su fondo estrellado y en las multitudes el hombre que yo amo…”
Resulta paradójico que la autora de un himno de amor tan elocuente por la existencia, se suicidara un año después de escribirlo. Vivir es un milagro a gogó. El suicidio, de los pueblos y de las personases, es una creencia a la deriva.

La poeta uruguaya Ida Vitale acaba de obtener el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. El galardón, considerado el Cervantes de la poesía, ha sido concedido por unanimidad del jurado reunido en el Palacio Real de Madrid. Ida Vitale tiene más de noventa años. “Corta la vida o larga, todo lo que vivimos se reduce a un gris residuo en la memoria”, dice.
También escribió: "Caballo y caballero son ya dos animales. Uno más uno, decimos. Y pensamos: una manzana más una manzana, un vaso más un vaso, siempre cosas iguales. Qué cambio cuando uno mas uno sea la esperanza de alguien más el sueño de otro." Así en su obra Reducción del infinito.

“No creo en las meigas, mais haberlas, haylas", dicen en Galicia, y Chesterton, el autor de las cinco series de relatos sobre el Padre Brown, decía que lo más increíble de los milagros es que existen, que no son cosa de brujería.
Los relatos sobre el Padre Brown atraparon a muchos de aquella generación de milagros a gogó y de creencias a la deriva.
Fue por entonces cuando me contaron la historia de un santo que quería ir a visitar a un amigo suyo que estaba agonizando pero que, como le daba miedo viajar de noche, le dijo al sol: “En el nombre de Dios te ordeno que permanezcas en el cielo hasta que llegue yo a la aldea donde mi amigo agoniza”. Y como el santo aquel además de caritativo era milagrero, el sol se detuvo en el cielo hasta que el santo llegó a la aldea donde agonizaba el amigo. Le pusieron en los altares que tiene la gloria en este lado del cielo, hasta que un abogado del diablo explicó: “¿No habría sido mejor que el santo hubiera vencido su miedo a viajar de noche?”
Con la muerte a las espaldas, el miedo a viajar de noche no es milagro a gogó sino creencia a la deriva.

Nunca sabremos si los milagros a gogó son creencias a la deriva. Como cuando la Biblia, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, explicaba y sigue explicando que mientras Moisés tenía los brazos en alto, Josué y los suyos vencían a Amalec, y que cuando los bajaba se imponía el enemigo de Israel.

Los milagros a gogó son como lo de “beber a gogó”: hacerlo sin límite, a discreción; tener algo “a gogó” quiere decir que basta quererlo para satisfacer los deseos: dinero, mujeres, hombres, tiempo…

Las creencias a la deriva son las que, cuando pisas blanduzco, en seguida sientes la mordedura de la víbora en el pie; Horacio Quiroga, un cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo, en sus Cuentos de amor, de locura y de muerte llamaba a las víboras “yararacusú”.

  Volver a Artículos