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1762.- El regreso

11/09/2014

El tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos. El tic tac de los relojes parece un ratón que roe el tiempo –alguien lo dijo, supongo–. Utilizamos el tiempo como herramienta, no como vehículo.

Cuando regresamos de un sitio o de una situación, renacemos. Cansados de descansar, parecemos hormigas separatistas en caravana hacia el hormiguero.
Bueno, ya estamos aquí. Es el regreso de las vacaciones estándar, las del mes que es complemento o suplemento, según el caso, del año laboral donde andamos medio turuletos –“Cuando uno se queja de su trabajo, que lo pongan a no hacer nada”, escribió Blaise Pascal.

Otra cosa es el regreso sin retorno de la metempsicosis. Una antigua doctrina de los griegos y demás parrandas que hablaba del regreso a la vida disfrazados de otra personalidad. Regresabas como una mosca, un gato o como un señor de Turégano que se enganchó a la locomotora del tiempo. El traspaso de ciertos elementos psíquicos de un cuerpo a otro después de la muerte puede ser una gozada o un suplicio. Al regresar, encontraríamos un mundo diferente; es de suponer que más justo y seguro, no como éste.

En el diagnóstico de mi vida pasada (eso me cuenta una web dedicada a estas gilipolleces) yo me llamaba Males y nací en el año 1275. Mi profesión era la de predicador, editor o escritor de antiguas inscripciones. Era una persona tímida, reprimida y tranquila. Tenía un talento creativo que ha esperado hasta el regreso actual para ser liberado y por eso “mi entorno me considera una persona extraña”, ¡jo, qué mala suerte!

Indira Gandhi explicó que un día su abuelo le dijo que hay dos tipos de personas: las que trabajan y las que buscan el mérito. Le dijo también que tratara de estar en el primer grupo porque “hay menos competencia allí”.

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