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1743.- ¿Camino del Gólgota?

13/04/2014

Es la hora del pueblo en su camino del Gólgota por la calles españolas, ese horizonte imposible.
La hora de conmemorar solemnidades.
El pasado domingo, “domingo de Lázaro”, asistí al tradicional Cabildo de la Cofradía de la Vera Cruz tureganense como cofrade de honor de esa cofradía centenaria. Los cofrades me pidieron unas palabras y, saliéndome por la tangente de la historia, recordé a mis paisanos algunos episodios relacionados con la Semana Santa de la villa episcopal.
Cuando hasta los obispos asistían por las calles de su villa a las procesiones de La Carrera y del Silencio.

Para explicar mis recuerdos, no tuve más remedio que acudir a nuestro casi paisano Jaime Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde. Como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante. Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos. Envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.”

Días después, las emociones traspasaron el alma de mis sueños en el Vía Crucis del Claustro del Monasterio de San Antonio El Real convocado por el Aula de Cultura Hontanar. ¡Qué lujo de escenarios y de símbolos! Fue una jornada destinada a “vivir y sentir el auténtico arte Sacro y la autentica poesía Sacra” en un edificio lleno de espiritualidad y sentido trascendente. ¡Enhorabuena, amiga Pía!

En el aire del ensueño, aún me queda el olor a cera de las procesiones divinas por las calles humanas. No podría decir otra cosa aunque quisiera. Con Dios en las calles, desde los muros del no saber soy un contemplador de las montañas y de las estatuas.

Si Dios existe es porque es y, si es, es porque existe. ¡Qué cosas tan enigmáticas dicen, se dicen, los filósofos! En ese contexto me pregunto: ¿Dios está en la calle? ¿Es Dios el que pasea en la procesión? La teología explica que Dios es un Ser que existe por Sí mismo desde siempre, absolutamente simple, un Espíritu infinitamente perfecto, el Creador del cielo y de tierra, el Soberano Señor de todas las cosas. ¡Qué cosas tan enigmáticas dicen, se dicen, los teólogos!
En el apoteosis emocional de los centenares de procesiones de estos días en cualquier rincón de la España del frenesí, pasean cofrades, costaleros, capirotes, penitentes, cruces de guía, andas, parihuelas, tronos, varales, cornetas, tambores, saetas, bandas de música… También pertigueros que tratan de anunciar y señalar las rutas al Dios que está en las calles.

No me arrepiento de casi nada y menos de haber leído en una Semana Santa la “Carta a mi madre” de Georges Simenon. Aquello llenó mi procesión de olores a primavera. Lo leí antes de dormirme y lo transcribí en palabras propias al despertar. En otra Semana Santa, leí el “Silencio de las Sirenas” de Franz Kafka: “Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave.” En otra Semana Santa, leyendo El Fausto de Goethe me encontré con un Mefistófeles, el diablo, que acusaba a Dios de haberse acostumbrado a dejar de reír:
En su “Carta a mi madre”, la necesidad de sincerarse en los momentos en que ella se encuentra en su lecho de muerte. En el Silencio de las Sirenas, el hombre tapando sus oídos para no dejarse embaucar. En lo de la risa de Dios, nada que objetar.

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