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1681.- Vorágine sin tentenublo

19/01/2013

Aquí y ahora, los mensajeros anuncian una tragedia cada día. Del ataque de optimismo colectivo hemos pasado a la avalancha del pesimismo irreversible. Como si siempre pudiera haber una primera vez para el suicidio colectivo.
Vorágine y tentenublo son dos palabras perfectas para explicar este momento. La vorágine es un remolino impetuoso de confusión, desorden y precipitación en los sentimientos y la forma de vida; como si un tsunami. Tocar a tentenublo es el toque que se hacía por repique de campanas o por otros sistemas en muchas zonas de España para alejar las tormentas: “tentenublo”, “detente nube”. El toque iba acompañado de letanías como “Si lluvia traes ven para acá, si piedra, vete para allá”. Los Pastores solían tocar a "tentenublo" con su cuerno: "Tente nublo, tente tú; que Dios puede más que tú".

Al filo de lo imposible, cada vez tenemos más termómetros y menos termostatos. Demasiados termómetros que cuentan lo que pasa o creen que pasa. Pocos o ningún termostato que organicen la calentura precisa para alejar la vorágine.

Todos tenemos en casa un termómetro para conocer la temperatura del ambiente donde estamos; un instrumento muy útil para dar información de lo que pasa, solo para eso. Y todos o casi todos tenemos también otro instrumento, cada vez más complejo y sofisticado, que al tomar la temperatura se las arregla para mantener el ambiente con la bruma necesaria para alejar la monotonía; solo con la bruma, no con la vorágine.

En este “Carpe diem”, lo que de verdad me duele es saber o presumir que si estamos como estamos es porque alguien ha colocado su termostato en algún rincón de nuestras vidas para que entremos en una vorágine que solo a ese alguien y a los suyos beneficia. Así España en la cuesta de enero. Una vorágine sin tentenublo.

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