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1647.- La primavera de la esperanza

27/04/2012

En la despedida a Bonifacio Alcañiz García,
DIRECTOR TERRITORIAL DE EDUCACIÓN DE MADRID
(26/IV/2012)


Veintidós mil ochocientos cincuenta minutos, minuto arriba minuto abajo (he echado cuentas), pasaron juntos, confesándose y absolviéndose, siempre absolviéndose, un chico de La Alberca de Záncara en la provincia de Cuenca y otro de Turégano en la de Segovia. Tú y yo, Boni. Bonifacio Alcañiz García. Los dos encerrados en un "parladoiro", como dicen los gallegos de la habitación donde, aprovechando el gran grosor de las paredes de la casa, se ubican unos asientos para conversar íntimamente. "Faladoiro" lo llaman también.
Durante el año no sé bien, creo que era el de 1976, al parladoiro o faladoiro nuestro le llamábamos “El Llanero Solitario”. Se trataba de un Seat 1500 que cuesta arriba era una burra parsimoniosa pero que, llaneando y cuesta abajo, parecía un Boeing 767 —un día nos dejó tirados aquel parladoiro porque se nos pasó echarle gasoil y el muy cabrón, perdón quise decir, el muy tunante, se paró cerca del Tajo. Fue el único día que llegamos tarde a clase. Éramos dos profesores hasta en eso responsables—. Teníamos ilusión. Nos gustaba lo que hacíamos, pero casi cuatro horas encerrados cada día en un parladoiro da para hablar y hasta para guardar silencio; el silencio, eso que, como escribió Píndaro, comunica más que la palabra —cuando aquel poeta griego fue vencido en un certamen de poesía por la poetisa Corina de Tanagra, ésta le aconsejó «sembrar a manos llenas, no a sacos llenos»; Así nosotros también—.
Hablábamos con demasiada frecuencia del momento histórico que nos estaba tocando vivir y que los dos vivimos apasionadamente y con cierto protagonismo. Andábamos ya conspirando y casi conjurados por la libertad política en España. ¡Éramos tan jóvenes!
En mi Hoja de Servicios dice que soy filósofo. En la suya, que matemático. Lo que debieran decir esas “hojas de servicio” (¡qué hermosa denominación!) es que los dos fuimos y seguimos siendo personas entregadas en cuerpo y alma a nuestra profesión y a las responsabilidades que nos ha tocado vivir.
En cierta ocasión, corría el minuto tres mil doscientos sesenta y ocho o sesenta y nueve de conversación amiga en el parladoiro (minuto arriba minuto abajo), yo le conté, me contó o nos contamos mutuamente, no sé bien, la historia del elefante cautivo. Algo así como un escritor argentino lo relató muchos años después: Cuando yo era chico me encantaban los circos y me llamaba la atención el elefante. En su actuación delante del público hacía alarde de fuerza descomunal. Hubiera podido arrastrar el circo entero y llevárselo al Bernabéu después del partido de ayer noche, pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario el elefante quedaba sujeto con su cadena a una pequeña estaca clavada en el suelo. Una estaca de madera que podría romper solo con un mínimo trompazo de su formidable trompa. Muy pronto supimos que aquella historia nos afectaba de lleno. Averiguamos que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Que cuando al elefantito le pusieron una cadena luchó y luchó para escaparse. Que lloró y lloró hasta dar reventar de lágrimas. Así hasta que su cerebro aceptó que lo suyo era estar encadenado.
Y dejamos de ser seguidores de Epicteto, aquel estoico que decía que “La felicidad y la libertad comienzan cuando aceptas que hay cosas que puedes hacer y cosas que no puedes hacer. Cosas que están bajo nuestro control y cosas que no están bajo nuestro control, y que eso nos hace felices”. Nos revelamos a nosotros mismos que necesitábamos y deseábamos rebelarnos contra ese principio tan castrante. Nos revelamos (con ‘v’ baja) que nos rebelábamos (con ‘b’ alta) y que, ayudándonos y pidiendo ayuda a todos, a TODOS sin excepción, conseguiríamos traer la libertad democrática a este país tan nuestro, tan diferente y tan querido.
Desde entonces, como profesores o como dirigentes profesionales o políticos (los dos hemos sido directores de centros escolares y los dos hemos sido directores provinciales también), como en la historia del elefantito cautivo hemos luchado, y seguimos luchando, para que los más jóvenes aprendan a romper sus amarres con la con la resignación. Hemos intentado hacer “resilientes”. Ilusionar por encontrar el personal branding, la marca personal única e irrepetible; todo eso que uno intenta “vender” día a día a sus alumnos.
Al igual que muchos de los presentes, Bonifacio ha dedicado su vida a enseñar además de matemáticas (cada cual lo suyo) que las personas siempre tienen toda una vida por delante. “Toda una vida por delante”.
Bonifacio, amigo y casi hermano, tienes toda una vida por delante porque la vida, corta o larga, o se tiene por delante o no se tiene. El pasado es la nada disfrazada de recuerdos. El mañana, la nada disfrazada de ilusiones.
Como en aquellos veintidós mil ochocientos minutos de parladoiro hablábamos de lo divino y de lo humano, también hablábamos de ti, Amparo amiga, su mujer y compañera desde casi siempre; los dos nacisteis en el mismo pueblo, crecisteis juntos y os enamorasteis en el cada día de cada día. Y de ti, Vicente, “vuestro niño” y también mi amigo, que naciste cuando aquellos parladoiros míos con tu padre; te miro, hijo (deja que te llame hijo) y ¡te siento tan orgulloso por tener un padre como éste!
Aquí acaba hoy mi faladoiro, amigos. Bonifacio, que sigas siendo tú otros 1700 años, siglo más siglo menos. Tenerte no es sobrevivir. Tenerte es tener toda una vida por delante.
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza…” (¡Gracias, Mark Twain por el préstamo que me estás haciendo!)
La primavera de la esperanza, amigos.

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