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1562.- Rafael Molina, el amigo ausente

21/09/2010

Una bofetada en el alma. Así la muerte de un amigo. Como si una brecha en el corazón. Hablo de Rafael Molina Rodero. Podría decir que fue hombre honrado, perfecto caballero y amante padre de familia, podría decirlo porque todo eso era Rafael, pero mi lamento de hoy va asociado a los recuerdos de una época de responsabilidades políticas toledanas; cuando él era arquitecto Jefe de la Delegación de Educación y, posteriormente, el delegado de Obras Públicas de la provincia. María Jesús, mi amiga y compañera -María Jesús Miguel del Corral, su mujer- había sido delegada de Educación al tiempo que yo lo era de Cultura. Hablo de cuando Toledo era un desierto de arenas cambiantes: un océano que a primera vista parecería muerto pero que ante unos ojos expertos rebosaba vida.
Cuando aquella Transición Política tan desconcertante, sabíamos del riesgo de no arriesgarnos y no nos centrábamos en derribar el muro sino en ayudar a que se cayera solo -Pienso a veces que se desmoronó sin nosotros y a pesar de todos nosotros-. Tocaba participar y lo hicimos a la desesperada, como si no estuviera en el guión. Gonzalo Payo, Rafael Arias Salgado, Bonifacio Alcañiz, Ignacio López del Hierro, Leopoldo Sepúlveda, María Jesús Torres, Fernando Montero, Gregorio Peláez, José Ignacio de Mesa, Amador Domingo, Celestino Sandín, Alfonso Vinuesa… ¡Cuántos compañeros y casi hermanos de cuando la UCD, alguno de ellos ya con Rafael Molina en el lugar incierto de las certidumbres necesarias!
Cuando repaso mi primer mitin callejero, pienso que grité más de la cuenta. Luego, de cuando tuve que dar más de treinta en quince días, apenas recuerdo los abucheos por la derecha y por la izquierda. Peleábamos para evitar el desconcierto, para rellenar los hormigueros de la injusticia, y nos topabamos cada día con atentados, manifestaciones, secuestros, presiones de todo tipo, amenazas personales, chantajes, ya ni sé; aquello no era un caos, era el vacío que soñaba esperanzas y sufría pesadillas.
He visto a María Jesús, su viuda, rota en lágrimas. ¿Qué decirle para que deje de llorar? ¿Que sufrir y llorar significan vivir? ¿Qué la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos? Amiga, aquí nos tienes a los que aún quedamos. En nosotros vive aún tu Rafael, tan nuestro también. Te dije que la vida es un desierto de arenas cambiantes, y no sé qué más explicarte porque mis palabras llegan con dolor de ausencia.
Bien mirado, cada día es el primero de nuestra vida, y el dolor de ausencia, el silencio que hoy me grita. ¡Que Rafael Molina descanse en paz!

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