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1532.- La muerte huele a primavera

15/03/2010

Corría el año 1981 cuando un escritor que todavía no era famoso pero apuntaba maneras escribió un libro apasionante que comenzaba con estas palabras: “A la memoria de mi amigo Félix R. de la Fuente”. El prodigio se llamaba “Los Santos Inocentes” y tanto Félix como el autor del portento morirían, treinta años por medio, una semana antes de abrirse la primavera, es como si se esperaran. El uno había nacido en Burgos, cabeza de Castilla, el otro, en Valladolid, dos provincias separadas por la Extremadura castellana, o sea, por las tierras de Segovia en donde nació quien hoy se duele por ambos y te cuenta aquí su tristeza.
Justo el día en el que Félix cumplía 52 años, su equipo de rodaje se trasladaba en dos avionetas por el cielo de Alaska y, al poco de despegar, una de ellas se precipitó al suelo en busca de la muerte. Nunca se han conocido con claridad los motivos del accidente que costó la vida a Rodríguez de la Fuente, al piloto de la avioneta, Warren Dobson, al cámara Teodoro Roa y a su ayudante Alberto Mariano Huéscar. "Pudieron ocurrir mil cosas", cuenta Miguel Molina, cámara de Televisión Española, que trabajó con Félix durante cinco años; "Estábamos acostumbrados a hacer locuras para conseguir las mejores imágenes". Se rodaba un episodio de "El Hombre y la Tierra", el programa que semanalmente se asomaba a las pantallas de TVE. Las dos avionetas tomaban imágenes de la "Iditarod Trail Sled Dog Race", la carrera de trineos tirados por perros esquimales más importante del mundo.
Félix murió cuando menos lo esperaba. Miguel Delibes se ha dejado morir con la vida ya agotada. El pasado domingo, como alguien sin corazón mató a la milana bonita, un nieto de Miguel soltó una paloma blanca en recuerdo de ese abuelo suyo que no se ha muerto del todo: abres al azar un trozo de su corazón, y te encuentras con el genio que desmantela nuestro conformismo. En Los Santos Inocentes, con la resignación tolerante del pobre y la prepotencia y poderío del rico; con la injusticia de la justicia y la manipulación del hombre por el hombre. En El Hereje, con la arbitrariedad de la intolerancia. En La sombra del ciprés es alargada, con aquel niño huérfano que se quedó a cargo de un maestro con una visión pesimista de la vida… Así en miles de esferas de su palabra siempre en primavera.

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