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1482.- La Cuarta Palabra y el Rapto de Cristo

08/04/2009



La iglesia de Santiago, tan vanidosa hoy por estar a punto de alumbrar un colosal tesoro artístico escondido durante siglos, fue la heredera del caudal religioso de la villa episcopal. Cuando al iniciarse el siglo XX se convirtió en la única parroquia de Turégano, se transformó en el mausoleo melancólico donde quedaron depositados la mayoría de los elementos artísticos y documentales de San Pedro, Santa María, San Juan, San Sebastián, San Lázaro, El Humilladero, San Miguel y hasta de la pujante sinagoga disuelta por el Edicto de los Reyes Católicos de Expulsión de los Judíos y por el Decreto de la Reina Isabel otorgando a esta parroquia los bienes inmuebles de una comunidad maldecida y jamás reivindicada: la aljama, la sinagoga, el fonsario y las posesiones no enajenadas antes de partir hacia el destierro, la Torá hebrea no.
En el revoltijo de templos y tradiciones que es la historia, cuando Azorín llegó a Turégano para recrear a Eufemia (uno de los personajes de su Doña Inés) confundió la parroquia de San Miguel con la de San Juan. Algo trivial en el desconcierto histórico donde germinó el formato singular de las procesiones de Semana Santa tureganense.
El Domingo de Lázaro, domingo de Pasión, se celebran las reuniones preparatorias. Por un lado, el Cabildo de “La Vera Cruz”, la tres veces centenaria Cofradía, y por su parte celebra Consejo “La Purísima”, una cofradía que presidió en sus orígenes la propia Infanta Isabel tan ligada a Turégano. En ambos casos, se adjudican las tutelas y responsabilidades de las procesiones y actos religiosos de la Semana Santa. Con las directrices aprobadas, hombres, mujeres y niños instrumentan primorosamente sus galanuras: las mujeres mantilla negra, los hombres capa española o túnica, los quintos y quintas, como responsables del rapto y devolución de Cristo, traje popular castellano…
Se pasea a los santos por los lugares donde históricamente fueron rezados. No hay espectadores, sólo protagonistas. Los cofrades lucen sus blandones y varas alegóricas en las calles retorcidas y el pueblo se les mezcla en tertulia callejera: por la mañana, hablando a chorros, por la noche, en silencio sepulcral; a veces, el silencio comunica más que las palabras, lo escribió el griego Píndaro y lo sabe bien nuestro académico de la Lengua y de la Historia Rodríguez Adrados, pero en ocasiones la palabra es el torbellino donde las personas se encuentran en el itinerario frenético de la procesión. Unos acompañan a un Nazareno torturado, otros, a un Cristo agonizante en su cruz, a un calvario estremecedor o a una Virgen transida de dolor y desconsuelo. A un San Juan deshecho en lágrimas o a un “Niño de Dios” que presagia, carita de ángel, su futuro martirio.
En las procesiones tureganenses del Viernes Santo, para pasear santos no valen tribunas, eso sería verlos pasar. En Caballar, a menos de una legua, a los santos se les mete al pilón cuando hay sequía, aquí, la tradición consiste en “echar un capote a los santos para que se vean entre ellos un año más".
La “Carrera” de la mañana del Viernes Santo se cumple por las “carras” donde antaño florecían templos como si amapolas. Al encontrarse en la puerta del castillo, mientras la comitiva invade la fortaleza y los quintos raptan el Cristo del Amparo para trasegarlo a la iglesia de Santiago, los santos, abandonadas a su suerte las andas y los tronos, se quedan casi a solas en el pretil del altozano. Como si al encontrarse, un santo le dijera al otro: ¿Dime, Juan, qué haces tú para estar siempre tan joven? El cielo puede estar anubarrado o luminoso, radiante o melancólico, da igual, pero los santos no envejecen y los hombres morimos un poco cada día que vivimos.
Por la noche, con la villa invadida de cirios, velas, antorchas, ninguna otra luz, discurre fantasmagórica la “Procesión del Silencio” que acompaña a la Virgen de la Soledad en la devolución del Cristo a su iglesia de San Miguel. La noche puede estar muerta o estrellada, da igual, pero las empinadas sendas del castro medieval se trasfiguran en sombras delirantes.
Desde que los diferentes artistas, algunos inimitables, fueron tallando a lo largo de los siglos las soberbias esculturas hoy en Santiago, en San Miguel, en la ermita de Los Remedios y hasta en la hornacina de un mojón caminero, han venido muchas veces las golondrinas y se han marchado. Con Turégano en procesión, se publican ensueños, se amasan nostalgias y, luego, a esperar un año más.

(foto VBV)

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