1440.- El boli verde14/05/2008
Pedrojota "Doceavo" el Manso se ha hecho zapaterista y en el Magazine de su diario nos ha mostrado el lado más íntimo de Zeta en una jornada presidencial en Madrid y en un viaje político a Legión, perdón, quise decir a León, en qué estaría pensando. Los españoles hemos descubierto algo que ya sabíamos pero que, bueno, como lo de América según los sabelotodos históricos. Que el presidente del Gobierno de España es un ególatra que juega a ser natural como las escarchas y sofisticado como las auroras boreales. Cuando habla de sus hijas, retoza como padrazo sensiblero. Cuando menciona a su madre es para recordar lo grande que él es: "Mamá, ¿tú crees que voy a ser presidente del Gobierno?”, preguntó don José Luis Rodríguez justo antes de morir doña Pura Zapatero: "Sí, lo vas ser", respondió la madre, y aquello fue un relámpago contradictorio para el hijo vanidoso: escalofrío de felicidad por el augurio y destello de añoranza por no poder hacérselo repetir a la madre moribunda (porfa, dímelo otra vez, mamá).
Tiene Zeta manías tahonitas: "Soy un maniático de los bolígrafos. Siempre compruebo que llevo uno verde en el bolsillo" (dicen que hasta en el bolsillo del pijama lo lleva). ¡Un presagio y un auspicio la obsesión zapaterio por el boli verde!
Recuerdo una historia logsiana, o sea, de apaga y vámonos, que en su día fue motivo de choteo profesoral generalizado:
La pluma de corregir exámenes era para el estudiante un arma temible y más o menos justiciera. La estilográfica del profesor solía estar cargada de tinta roja, la más idónea para corregir y calificar, hasta que modernizado el engorro estilográfico los profes se pasaron al boli rojo. Y se cuenta que un día, en trance de corregir exámenes, un maestro se encontró con el boli agotado y acudió a la papelería a adquirir otro, por supuesto rojo. «¿Pero usted corrige con boli rojo? ¿No sabe que eso no está permitido?», le echó la bronca la dependienta ilustrada. “¿Prohibido corregir mediante el color rojo?”, argumentó como en sordina el profe aquel tan iletrado. “Prohibido, sí, es un crimen pedagógico según dicen los que de esto saben y bien está probado”, alegó con desprecio la sabelotodo. “Durante años he venido empleando este color”, explicó el cátedro, ahíto de revelaciones. «El rojo deprime a los alumnos, hay que corregir empleando el boli verde, señor”, añadió la sabihonda con el orgullo de un erudito a la remanguillé.
Ya saben el mensaje. Quien le escribió a Zeta la entrevista (preguntas y respuestas se supone) quiere hacernos saber lo que nos espera: un Empecinado dispuesto a desdecirse de sus pontificales como si nada y un Superman de reprimendas amorfinadas a sus inferiores. De correcciones sibilinas, de enmiendas corteses y de rapapolvos deshilachados. Zeta se ha inventado el ministerio de doña Bibiana para conseguir la igualdad; la de los demás, claro, que él no puede vivir sin un boli verde en el bolsillo de sus viáticos.
Reconozco que nunca me gustó el boli verde de los profesores. Por dos razones bien dispares. La primera porque no creo científicamente probada la depresión subyacente del corregido en rojo. La segunda razón es más hierática: porque si alguien no es capaz de soportar que sus errores se muestren en rojo, a nuestro sistema, educativo o de lo que sea, le hace falta un misil de sensatez que regenere el fracaso con algo más que un boli verde.
El hijo de doña Pura cuando no está delante de un espejo, está dentro de él. No puede vivir sin un boli verde. Necesita juzgarse y juzgarnos con metralla antidepresiva. Bajo su línea de flotación lleva arrugas laveguianas. En superficie, sonrisas Hillary Clinton.