1431.- De Joselito a Fernando de Rojas25/03/2007
(Con motivo del número 500 de la Edición Semanal de "La Voz del Tajo" de Talavera de la Reina)
Como una quiniela con pleno al quince. Así el aniversario redondo de los quinientos de ahora. Felicidades al director, a su equipo, a los profesionales de dentro y de fuera, a los colaboradores habituales y a los ocasionales…
“En Talavera, el toro Bailaor mató a Joselito, fue al día siguiente de San Isidro del año 1920, yo no había cumplido los doce”, me explicó mi padre cuando, al poco de morir Franco, aquí aterricé yo por Real Decreto. “Allí murió Fernando de Rojas hace quinientos años, está enterrado en la colegiata” -hizo el quite mi madre ya que a su hijo le acababan de nombrar delegado provincial del ministerio de Cultura en Toledo-. Pronto descubrí que a Joselito ya le habían olvidado y que el autor de la Celestina no estaba enterrado en la colegiata; sus huesos andaban medio abandonados en una pequeña caja de cinc medio extraviada en un armario del despacho del alcalde. Monté la de dios es cristo -por el desaguisado de los huesos de Rojas no por la muerte de Sánchez Mejía- y entre fantasmagorías folclóricas y alharacas culturales enterramos al autor de la Celestina con el acompañamiento chulo de políticos y aficionados, escritores y poetas... ¡Hasta de los niños de las escuelas, institutos y colegios talaveranos desfilaron en procesión por las calles recoletas de la Ciudad de la Cerámica. ¡Éramos tan jóvenes todos, tan idealistas todos, tan esto y lo de más allá todos! En ello anduvo ya La Voz del Tajo. ¡Da gusto recordar lo que se puede contar y silenciar lo menos confesable!
También por entonces me puse a escribir de gratis en el primer nacimiento de este periódico tan amigo y tan diferente. Mis primeras columnas se titularon “A través del Humo”, luego “Personajes a la virulé”, “El zaguán y el desván”, “El Camaranchón, “El Pensadero de Potter”, creo que olvido algunas, y, ahora, “Cabos Sueltos”. Uno de mis artículos más recordados de aquella primera época, “Se venden Tejeros”, fue un cáustico y alocado aguijón de cuando la democracia se tambaleaba y algo había que hacer -una de las lecciones más claras de la historia, incluida la historia reciente, es que los derechos no son graciosamente concedidos, sino conquistados-.
Alberto, amigo y director, no sé si felicitarte por cuanto tú y los tuyos habéis hecho por Talavera y los talaveranos o felicitarme por haber podido colaborar desde las porfías iniciales: los balbuceos, las primeras letras, los triunfos esperanzados, las capitulaciones encanalladas… También por esa medicina contra el olvido que es el dolor por quienes quedaron en el camino -pienso en Gonzalo Payo, el primer presidente de la Junta, en Gregorio Peláez, aquel diputado tan especial, en Leopoldo Sepúlveda, el senador de La Mancha…