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1427.- El perro y el ascensor

20/02/2008

El lugar donde duerme mi Tambo (su perrera calentita en invierno y fresquita en verano) se comunica con la calle a través de un pequeño pasillo, un hall como de boutique al détail, la puerta de mi casa que es suya también, un botoncito a media altura como de timbre de hospital, una lucecita como de santísimo sacramento y luego, ya, un cajón vertical que es la mayor incógnita de su vida perra pues le transporta, sin saber por qué, a la puta calle con sus putos ruidos, a los olores a ras de suelo, a los árboles y las farolas donde apoya su pata elevada para descargar urgencias y tensiones, a las perritas con las que se ladra a la recíproca y se enerva como si suyas, a los perrazos que se acobardan ante él, a las niñas que "Mira, mamá, qué perrito más mono, quiero uno igual"...
En su vida de urbanita, todo es explicable para su alma de perro. Todo menos lo del ascensor: una habitación milagrosa que sube y baja sin él saberlo y que es conditio sine qua nom para enhebrar su vida plácida de casi humano en su vida perra de donde escapó el día de San Ricardo de hace cuatro años (cuando nació de una madre perra a la que nunca más acarició).
Tambo no sabe qué es un ascensor. Se resigna a su vida de perro. Le digo que ETA envió tres cartas al Gobierno comunicando su pretensión de “emprender negociaciones políticas para resolver el conflicto entre España y Euskal Herria” y que Zeta respondió a todas ellas aceptando los términos sin matizaciones, y Tambo ni flores. Le cuento lo de Kosovo y los precendentes nefastos en este país nuestro que para gogernarse tiene que ponerse en las manos de quienes desean que deje de existir, y como si nada. Le explico que la extinción de los dinosaurios no se debió a un meteorito gigante sino a motivos ambientales que modificaron de manera severa el clima y el hábitat terrestre, y él se levanta de su cama guateada de las mil y una noches y me lleva a la habitación misteriosa que le abre los colores, los olores y los sabores de la puta calle.
Para quitarse sus tensiones, mi perro penetra en la habitación de los milagros y yo acudo al Auditorio Nacional de Música para escuchar a Arabella Steinbacher en el concierto para violín y orquesta de Shostakovich, ¡qué pasada de concierto,ay, mañanita del domingo!
No es Tambo de los que utilizan la tensión y dramatizan para medrar. No necesita vestirse de hare-krishna con traje de Giorgio Armani y hablar como semidiós. Tambo no dramatiza. No le interesa estratégicamente la tensión. Analiza los avatares humanos desde su enigmático mundo feliz y, dócilmente, se mete en el sube y baja que traslada a la libertad vigilada donde hasta sus excrementos se introducen en bolsas municipales de plástico que se llaman "contenur-sanecan" o algo así.

Los viajes de Tambo a la puta calle son encierros pasajeros en una habitación milagrosa que no necesitan Malenis que expliquen, Pepiños que enreden ni hare-krishnas con traje de armani que dramatizan por estrategia coyuntural y tensionan la cosa para subirse al ascensor de los milagros.

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