1425.- La tribuna de los pobres28/01/2008
Mis Cabos Sueltos de hoy transitan por las rutas del arte y la cultura.
Varado en la tribuna ilustrada de los pobres, me siento orgulloso de pertenecer a esta vieja especie animal que es capaz de parir un Joannes Brahms y regalármelo en su Ein deustsches Réquiem (“Un réquiem alemán”, opus 45). Hora y media sin pestañar y lágrimas congeladas en la comisura apacible del alma desaliñada:
“Porque toda carne como la hierba,
y toda la gloria del hombre como las flores del prado.
La hierba se ha secado y las flores marchitado”.
La Orquesta y Coro Nacionales de España son los anfitriones del gaudeamus que recapitaliza mi mañana dominical. Sólo por eso o también por eso, para el desfile inefable de tipos sin ideas e ideas sin tipo -tipejos también- subo hoy a "la tribuna de los pobres" -así como llaman a la escalinata de la calle Carretería, por donde transitan las procesiones de la Semana Santa malagueña y es gratis apostarse y mirar, no como en la plaza Constitución y en muchas otras: a tanto la silla, lo importante es ver y verse, mirar y dejarse mirar; los socialistas quitan el crucifijo de las escuelas y el pueblo saca cristos y vírgenes a la calle-.
En la tribuna de los pobres, el hombre se siente proletario o algo así, casi un semidiós. Desde la tribuna ilustrada de los pobres, con la música de Brahms resonando en el recuerdo, Pepiño Blanco es un meigo sin gracia y con babaza y Ruiz Gallardón un niño enrabietado porque le han escondido los juguetes. La tribuna erudita de los pobres es la de los desheredados, la de quienes saben que el dinero y el poder humillan y deshumanizan pero que el arte confiere el orgullo de vivir.
Un concierto en el Auditorio Nacional de Música madrileño es más barato que un partido de fútbol en el Santiago Bernabéu. Pero nada contra el fútbol que por la tarde del mismo domingo encallé en el partido contra el Villarreal y en vez de llorar con el emocional silencio matutino grité como talado en el bosque de las oropéndolas, esas aves que hacen el nido colgándolo con hebras de esparto o lana en las ramas horizontales de los árboles para que se mueva al impulso del viento.
Así el hombre y sus secuelas, perdón, quise decir sus enigmas y entresijos.