1414.- Adrados, la excelencia18/11/2007
En la Real Casa de Correos de la Puerta del Sol madrileña, sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid, ha tenido lugar el solemne acto de concesión de los Premios de Investigación "Miguel Catalán" y "Julián Marías". Esperanza Aguirre ha hecho la entrega a los galardonados en la edición de este año 2007: Amable Liñán Martínez y Francisco Rodríguez Adrados. Unos galardones que reconocen la trayectoria profesional y contribución al desarrollo del conocimiento de la ciencia y las humanidades.
Recuerdo que el pasado año, en la ceremonia de entrega de los premios 2006, la presidenta de la Comunidad de Madrid atenuó así sus elogiosos laudes: “Este año los premios "Miguel Catalán" y "Julián Marías" recaen en dos madrileños de padres madrileños”. Y añadió un aticismo travieso tan típico de su manera de entrever las cosas: “No siempre tiene que ser así, reconocemos a quien se lo merece pero en este caso son madrileños". Así ha sido efectivamente: los dos premiados de la edición 2007 no son madrileños de origen sino castellano leoneses. El profesor Amable Liñán Martínez, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, un doctor ingeniero experto reconocido mundialmente en el ámbito de la Teoría y Modelización de los Procesos de Combustión, es leonés de Noceda de Cabrera. El profesor Rodríguez Adrados, para quien elogios y prestigio andan en la más alta cima de la excelencia, es un tureganense de Salamanca.
Asistí al acto con el orgullo de la honra, el cariño de la vecindad y el sincero deber del reconocimiento. Para el cronista oficial de la villa de los antepasados maternos del profesor Adrados, donde su abuelo fue alcalde y su madre nació y aprendió las primeras letras, la distinción madrileña supone un episodio de profusa alegría sólo empañada por el dolor de una ausencia irreversible: hace unas semanas nos ha dejado Amalia, su compañera, la esposa inseparable del profesor Adrados: una mujer culta, de conducta intachable, de ejemplar actuación siempre, de simpatía desbordante, amiga de todos, pendiente de cada uno, amiga del detalle que no pasa desapercibido, con la palabra justa, la sonrisa abierta y el gesto accesible. Detrás de un gran hombre, ya saben, dicen que siempre hay una gran mujer, pero es que Amalia era una gran mujer por sí misma: educada, afable, erudita, hacendosa, sociable, encantadora en todo y para todos. ¿Cómo no recordarla como una paisana más? En su casa tureganense que un día fuera casa de oficios del Palacio Episcopal, en la carnicería, en el supermercado, en la misa del domingo o del sábado por la tarde... Sus paseos por la plaza mayor, por la calle Real o por la antigua judería. Sus andares vivaces, últimamente pausados y parsimoniosos, por el camino de la alameda umbrosa o del pinar resinero, de la Madre del Caño, de la ermita del Humilladero…
Era Amalia una señora especial, llena de encanto, a la que los tureganenses recordamos con excepcional cariño. Sabemos que "no es amigo quien ríe mi risa, sino quien llora mis lágrimas", pero en el orgullo alegre del reconocimiento social y merecido a la personalidad única del profesor Adrados, hoy apenas sé disimular las contenidas lágrimas.
En el cóctel que siguió al acto de entrega, Esperanza Aguirre me dijo en un aparte que desconocía la relación del profesor Adrados con Turégano pues de haberlo sabido ella misma lo hubiera explicado en su discurso para glosar así sus propios orígenes segovianos.
¡Enhorabuena, profesor! En mi pésame por quien se fue, va el orgullo por el reconocimiento público que Madrid ha tributado a un insigne prócer: don Francisco Rodríguez Adrados, la excelencia.