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1351.- Llegó la paz, ¡viva la guerra!

18/09/2006

Cuatrocientos años antes de nacer Cristo, un profesor me reveló cierta mañana: “Sólo pasarás frío si piensas que hace frío”. Andaba de parranda académica con Critias, Alcibíades y algunos más; nos llamaban “la juventud dorada de Atenas” y aplaudíamos a rabiar. Era un sábado del mes de septiembre y cuando, a primera hora del lunes regresé al cole, andábamos ya divididos en dos bandos irreconciliables: el de los niños malos y el de los niños buenos; unos pensaban que el frío era producto de su imaginación, que con la mente se puede hacer milagros, y los otros, que el cerebro es un termostato que da fe de la temperatura en el exterior. Se armó la marimorena, y así hasta que al profe le acusaron de no sé bien y se zampó la cicuta como si nada:
Empezaba el alba y la nave de Delos acababa de llegar. El compañero Fedón fue el primero en acudir al ágora. Con la tristeza de saber que veríamos por última vez al maestro, uno a uno fuimos arribando: Critón, Critóbulo, Hermógenes, Antístenes, Menéxeno, Simias, yo mismo que, como el bueno de Apolodoro, no dejaba de llorar… Platón estaba enfermo y no pudo acudir. El maestro nos recordó que debíamos un gallo a Esculapio: “Pagádselo y no lo descuidéis”, dijo antes de marcharse al otro barrio. Y no es que debiéramos un pollastre barítono a algún proveedor generoso, la verdadera razón del encargo estaba en la interpretación pesimista de la vida que afloraba en nosotros por entonces. La tradición obligaba a ofrendar un gallo a Esculapio en agradecimiento por la salud recuperada, y así Sócrates para quien había llegado el momento de dar gracias a los dioses por encontrarse curado de la desalmada enfermedad que es la vida -Esculapio era hijo de Apolo y de Coronis. Estaba asistiendo a Glauco cuando bruscamente cayó éste mortalmente herido por un rayo. Apareció en la habitación una serpiente y Esculapio la mató con su bastón. Otra serpiente entró y revivió a la primera metiéndole unas hierbas en la boca. Con estas mismas hierbas, Esculapio logró resucitar a Glauco. A ruegos de Plutón, el dios de los infiernos, Júpiter hizo morir a Esculapio porque éste curaba los enfermos, resucitaba los muertos y el infierno se quedaba desierto-.
No sabíamos por entonces que el “mapa no es el territorio”; Grinder y Bandler, los creadores de la Programación Neurolingüística, aún no habían ingeniado tan fantástica perogrullada. Con ello, cuando llega la paz, viva la guerra y al revés.
Así ahora, cuando ciertos insensatos se inventan un esperpéntico proceso de paz. Los navarros jamás votarían favorablemente su independencia de España y, para evitar el fiasco, los etarras no se conforman con la excarcelación de sus presos y advierten de que el precio de la paz incluye autodeterminación y Navarra. Así, también, en el Zócalo, la gran plaza de México, la Nueva España, donde los izquierdistas han declarado “presidente legítimo” al candidato oficialmente perdedor. Allí andaré la próxima semana; desde Chihuahua, telefonearé a Sócrates para que me aclare los procesos de paz en la guerra y al revés.
Consultaré también a Tito Livio que me previno de que “la guerra es justa para aquellos a quienes es necesaria y sagrada para aquellos a quienes no queda otra esperanza” (se lo advertiré al profesor Ratzinger por si cuela). Preguntaré a Ambrose Gwinnet Bierce que solía puntualizarme que “la guerra es desatar con los dientes un nudo político que no se puede deshacer con la lengua”. A Albert Einstein que me explicaba como si tal que no se sabe cómo será la tercera guerra mundial pero que la cuarta será con piedras y lanzas... A Sir Winston Churchill, para quien “un fanático era alguien que no puede cambiar de mentalidad y no quiere cambiar de tema”; aunque no era un cohíba behike -frenesí sublime del humo, nuez, madera, toque acre indescriptible-, aún aspiro los aromas de aquella vitola memorable del hijo de Lord Randolph.

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