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1341.- Cronista oficial

25/07/2006



Hoy me entregan en el castillo de Turégano, mi pueblo, el pergamino que me acredita como “Cronista Oficial” de Turégano. El último cronista de la villa fue don Ángel Dotor y Municio, fallecido hace años.
Nací en la plaza mayor de esa hermosa villa segoviana. Allí me crié y allí tengo una casa a la que acudo con menos frecuencia de lo que quisiera; en el zaguán de entrada, un hermoso azulejo lleva esta cartela: “Grande descuido sería del que por aquí pasase si por priesa que llevas no dixese AVE MARÍA. Año de 1766”.
Como escribió Camilo José Cela en “Judíos moros y cristianos”, Turégano es un “pueblo grande y señor, de buenas y viejas casas, remilgadas piedras y habitantes taciturnos y meditabundos”. Hablando con unos y con otros, recordó las cosas del obispo Arias Dávila y hasta a los ballesteros que puso en la Villa Episcopal de Turégano el rey don Pedro I. Se encontró también con un afilador de Orense que iba andaba por Turégano “silbando para espantar el hambre”. A la caza de la fortuna, con aquel afilador que tenía los dedos quemados, del oficio, se fumó “el negro y difícil tabaco de la despedida”. Empujando su rueda silbando en su caramillo unos aires silvestres que prenden rojas candelas y luminosas chiribitas en el blando corazón de los goloritos del cielo:
-¿A dónde voy por aquí? –preguntó el afilador fingiendo no conocer la geografía de Castilla.
- Al fin del mundo, hermano, empezando por Turégano si le place –contestó Camilo, el vagabundo.
Hace casi seiscientos años, cuando el obispo Lope Barrientos celebró un famoso sínodo en la iglesia de San Miguel de Turégano (la misma donde hoy me homenajea mi pueblo) y escribió su Instrucción Sinodal, la villa tenía cuatro parroquias y un montón de ermitas.
Sobre ese obispo tratará mi conferencia crónica de esta noche en el castillo de Turégano delante de mis paisanos y de las autoridades segovianas provinciales. Fue uno de los personajes más influyentes de la política castellana del siglo XV: preceptor del príncipe don Enrique, confesor del Rey Juan II y, a la muerte del Condestable don Álvaro de Luna, encargado, junto con Fray Gonzalo de Illescas, de la gobernación de los negocios del Reino. Por enemistad con don Juan Pacheco, marqués de Villena, cuando no andaba en los asuntos del Rey, en lugar de vivir en Segovia se instalaba en el castillo de Turégano, cámara de los obispos diocesanos, como veinticinco años más tarde lo haría el obispo Arias Dávila. 
En Turégano nació Esteban Vicente, el famoso pintor, y aquí reside con frecuencia el académico de la Lengua y de la Historia Francisco Rodríguez Adrados pues toda su familia materna es tureganense. Aquí también nací yo, aunque lo mío sólo conlleve lustre para mí y no para la memoria histórica de tan monumental villa.
Siempre que me pregunto a dónde me ha llevado la vida, acabo por reconocer que “al fin del mundo empezando por Turégano”, mi pueblo amado.

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