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1332.- En qué estaré pensando

30/05/2006

Pocas ciudades tan hermosas como Gerona, perdón, quise decir ‘Girona’, en qué estaré pensando. Cuando hace justamente cinco años, dos meses y veintitantos días, en aquel año que nos trajo el nuevo siglo me subí a lo alto de la escalera que conduce al ‘cul de la lleona’, el destino me hizo saber, en la tradición popular gerundense, que algún día regresaría a esta maravillosa ciudad. Besar el culo de la leona, asegura al visitante el retorno a Girona. Y así, ahora.
Por aquel entonces, cinco años, dos meses y veintitantos días, ZP era un embrión inverosímil de presidente del Gobierno de España, y ahora, en vez de embrión es un cachorro carialegre. Nadie me soplaba entonces que Cataluña, perdón, quise decir ‘Catalunya’, en qué estaré pensando, era una nación. Ahora tampoco me lo sueltan a la cara pero hay una nube borrascosa amenazando al personal y la gente se mete bajo el paraguas del artificio.
Otras pequeñas distracciones gerundenses pasan por ponerme a contar las escaleras de la catedral o por dejarme embelesar por los arabescos de la fachada fluvial sobre las aguas del Ter hermanadas con las del Onyar. En Gerona existe aún la montaña de Montjuic, el monte judío donde descansan los difuntos de esa religión esperando el día de la resurrección. A cada paso, como sucede en Toledo, en Segovia y hasta en Turégano, mi pueblo, surgen restos de los españoles de la raza de Einstein, del Nazareno y de María de Magdala, tan de moda ella por el jueguecito peliculero de ese Código da Vinci basado en la sandez y el despropósito del libro de Dan Brown.
Cuando mi anterior viaje a Girona, alguien había contado a los más jóvenes lo de los maquis del franquismo y andaba el personal rebotado en una cruzada apostólica sobre aquello. Ahora, deshojan la margarita de nación sí o nación no, se miran a sí mismos como Narciso y andan como si volviera Franco con la guadaña del acabose. Pasando por debajo del Portal de Sobreportes y después de girar a mano izquierda, aparece la iglesia de Sant Feliu, donde se venera a San Narciso, no al hijo de la ninfa Liríope sino al patrón de la ciudad, un obispo que probablemente nació en esta ciudad y que murió cuando la persecución de Diocleciano. Es el momento de dar el beso al «cul de la lleona»: el que lo hace, vuelve a la ciudad y tiene la suerte garantizada, o sea, que cualquiera sabe. Unas escaleras de metal ayudan a escalar la columna y arribar al trasero del animal -muy cerca, en la calle Sac, está la casa donde nació Xavier Cugat, aquel señor con bigotes que te hacía cerrar los ojos para aplacar la orquesta y torturar el cubata.
Si para dentro de otros cinco años, dos meses y veintitantos días, la leona me concede la gracia de volver a Gerona, esta hermosísima ciudad probablemente seguirá perteneciendo a mi nación española y no será necesario obtener visado de nación limítrofe o hacerse pasar por Ronaldinho Gaúcho o el negrito Eto’o. Gerona es, además, si las cifras no me engañan, una de las provincias con mayor renta per capita de España, y de Cataluña, perdón, quise decir de ‘Catalunya’, en qué estaré pensando.
Mientras rumio todo esto en desabrigo, la teletonta me pasa a la ministra de Cultura de España anunciando con cara de pava que Rocío Jurado ha sufrido un infarto cerebral. Esta ministra, cuando pierde los papeles, vomita impertinencias. ¡Qué tensión habrá soportado la familia de la más grande al escuchar a la de Cabra ese notición no confirmado por ellos mismos! Es un papagayo disfrazado de abedul que me trae a la mente la frase de Marguerite Duras que más me impactó en su día: “Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde” (venía al principio de su novela ‘El Amante’).
Mientras refunfuño en soledad, Cannes premia colectivamente a las chicas Almodóvar de ‘Volver’. Como la sonrisa es el chimichurri de la vida, me pongo a sonreír desangelado.

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