1323.- ¡Qué entrañable la palabra 'entrañable'!
Así que pasen cien años, qué digo, veinte o tal vez menos, nadie recordará la nación española, tan querida por algunos, tan entrañable... Si hasta Hernán Cortés cuando llegó a Veracruz con la boca llena de Castilla, aquella gran nación, seis años después sólo hablaba ya de España, de la de aquí, la vieja Hispania de siempre, y de la de allá, la Nueva España, como se llamó México hasta lo de Miguel Hidalgo, el párroco de Dolores, el del "Grito de Dolores", cuando lo de Morelos (Morelia, la vieja Valladolid, capital de Michoacán) y cuando lo de Iturbide dirigiéndose a los ciudadanos: "Ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros toca señalar el de ser felices".
ZetaPe ausente, en su nombre doña Teresa Fernández, la mujer que nunca se disfraza, leyó el discurso del último presidente del Gobierno de la nación española para explicar el suicidio: «La política del Gobierno pretende implementar la integración política de los ciudadanos y ciudadanas”. Es un genio del no decir, ni que hubiera leído a Milton Ericsson, aquel señor que tanta influencia tuvo en Bandler y Grinder cuando la PNL, todo un Rubalcaba.
Cuando se cuente si es que se cuenta el desastre español del 2006, se hará con la sonrisa triste que persigue sombras y no puede dar zarpazos. Echaría a correr escaleras abajo, por no sufrir, pero no tengo lágrimas para estas cosas y bien lo siento. Hay cosas que sólo pueden llorarse entre tinieblas, bajo el embozo de una cama en soledad y cuando se sabe que las calles recorridas son más cicatrices que calles.
Los poetas dirán que mientras fuimos teníamos magia, pero España es ya un museo de ecos y de sombras. Somos una de esas muñecas rusas que se preñan de sí mismas, cada vez más pequeñas, más íntimas, más lloronas, más lentas… Para el marido de Sonsoles y padre de Laura y Alba, la desaparición de la nación española “pretende implementar la integración política de los ciudadanos y ciudadanas”. Por su entreguismo, le llaman El Pacificador. Aunque el presidente de la Comisión Constitucional del Congreso de Diputados, un tal Alfonso Guerra, no se quedara en el hemiciclo para celebrar la puñalada trapera de los artífices del compadrazgo y el contubernio (él uno de ellos), ZetaPé pasará a la historia de la extinción.
El Jefe de Estado de España ha dicho: “Cautela y esperar”. Pero, ya se sabe, cada cual vuelve y revuelve las cosas en su propio mirar –“Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur”, que quiere decir, que todo lo que se recibe se recibe con la forma del que lo recibe-. Tengo un amigo que quiere hacerse republicano porque nuestro Rey ha dicho esas tres palabras que yo acepto y aplaudo. Sin cautela y con prisas, los países, igual que las personas, se desvanecerían lentamente en los murmullos de la gente.
Hoy que tanto hemos perdido, confieso que lo de España como nación siempre me resultó entrañable, aunque “Lo inacabado no es nada”, como escribió en su Diario Íntimo el ginebrino Enrique Federico Amiel. Si algún día soy rama, quiero ser rama de sauce y yo sé el porqué. Woody Allen lo hubiera dicho mejor: “Hay que vestirse de policía y luego ponerse a saltar a la comba”. Yo, para estas cosas, me caso con Epicteto y su Enquiridión: “El primero y más necesario lugar de la filosofía es el de la práctica de los principios, como el no mentir.”
Una hermosa palabra la palabra “entrañable”. Baila en mi cerebro. Lo abraza como la hiedra a los muros de piedra. Aún no tengo los ojos cansados de ver y ya invoco sortilegios y hechizos. Debo de ser uno de los últimos románticos, pero me emberrincha el epitafio del sarcófago de España: “Para implementar la integración política de los ciudadanos y ciudadanas”.
En este país de ensueño y desgracia, “por el precio de un cortado cualquier pelagatos puede sentirse por unos instantes figura histórica”. Lo he leído en cierto sitio que no diré porque aún no arrastro los pies al caminar, pero sí el alma.