1270.- Abril ya es historia
“Sin este Papa no se puede entender lo que ha ocurrido en Europa desde fines de los años setenta", dijo en cierta ocasión Mijail Gorbachov. Con él se abrieron las murallas de cien Jericós. Como cuando el día séptimo, al sonar de las trompetas, “los muros de la ciudad se derrumbaron y el pueblo subió, cada uno frente a sí”. Ha agonizado entre los elogios unánimes de la comunidad internacional (salvo la reprimenda huera de Javier Madrazo y el menosprecio oportunista de Pascual Maragal, cada uno por su cada una). En estos días de luto generalizado por su muerte, despierta en mí esta hermosa historia:
En cierta ocasión, un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha y lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño. “¿Cuantas piedras piensan que caben en el frasco?”, preguntó.
Después de que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco y consultó: “¿Está lleno?” Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla. Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes: “¿Está lleno?”, el experto sonrió, con ironía. “Tal vez no”, pero esta vez, los oyentes dudaban. “¡Bien!” –aseguró mientras colocaba en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava. “¿Está lleno?”, preguntó de nuevo. “¡No!”, exclamaron los asistentes. Y mientras el experto cogía una jarra de agua que comenzó a verter en el frasco y éste aún no rebosaba, preguntó: “Bueno, ¿qué se ha demostrado?”; “Que no importa lo lleno que esté tu tiempo pues siempre puedes hacer que quepan más cosas”, respondió uno de los alumnos. “¡No! Que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después. El resto de las cosas encontrarán por sí mismas el lugar que les corresponde” –concluyó el experto.
Karol Wojtyla sabía encajar las piezas en el lugar exacto del puzzle en el que todas caben y ninguna sobra. Por más que los falsos progres le llamaran desdeñosamente ‘conservador’, ponía toda la carne en el asador de la vida y colocaba lo importante en el sitio medular.
Cuando vino a España, en aquel su primer viaje a nuestro país, muchos comprendimos que era un maestro en abrir caminos a la esperanza y en defender el derecho a la vida en el eje de los demás derechos del hombre. Como si fuera ayer, recuerdo su llegada a Toledo y, por mi situación personal de aquellos días, los problemas de protocolo que algunos tuvimos que armonizar para situar sin situar a la viuda de Franco y a don Alfonso de Borbón, invitados personales del cardenal primado. Al pie del helicóptero, el Papa fue recibido por Gonzalo Payo, el primer presidente de la Comunidad Autónoma recién estrenada y en la que pocos creían entonces.
En su primer discurso oficial como Papa invitó a la humanidad a abrir de par en par sus puertas. Tenía que morirse en el mes de abril (‘abril’ significa ‘abrir’). En el mes del ‘aperire’ latino donde la vida se abre esplendente y rutilante. En la capilla de los reyes de San Isidoro de León el mes de abril aparece representado por un hombre con una planta en cada mano, mostrando de ellas hasta las raíces. Pasará a la historia como el papa que, contra corriente, defendió la vida en todas sus dimensiones. Le llamaron ‘carca’ y no sé cuántas cosas más por ello, pero estaba hecho de la materia de la que se nutren las primaveras. Ya le llaman “el Grande”.
Cuando miraba una montaña inextricable, imaginaba que en ella vivía el espíritu e intentaba explicarnos el poder de la vida. Con su muerte, abril ya es historia.