1263.- Arde Madrid
Miles de personas en la noche golfa, fiebre del sábado noche, y uno de los colosos urbanísticos madrileños se puso en llamas hasta convertirse en un esqueleto descarnado. Nada que ver la catástrofe del edificio Windsor con lo que sucedió, pocos días después del funeral de Diana de Gales, con el libro 'Los Windsor' de la escritora estadounidense Kitty Kelley, cuando el Príncipe Carlos adquiría rasgos ridículos, Sarah Ferguson era toxicodependiente y Diana de Gales no llegaba virgen al matrimonio tras sus relaciones en 1978 con James Gilbey, y donde uno de sus amantes, James Hewitt, era en realidad el padre de su hijo segundo Harry. El rascacielos de los Windsor británicos se tambaleó una vez más esta semana: cuando el anuncio de boda del príncipe Carlos con su amante de siempre, la mala del cuento, Camila Parquer Boul.
Cien veces aparqué mi coche en las raíces de este coloso en llamas madrileño, y una docena de veces he trabajado allí, creo que en su planta 21 precisamente, cuando Deloitte era Arthur Andersen antes de la quiebra de la Enron. También me asomé alguna vez a su azotea del cielo, el futuro desde el aire, para otear el Madrid del lujo y las finanzas.
Ya era domingo, hora de misa, los bomberos no lograban controlar la muerte del monstruo, y una multitud curiosa hacía fotos y más fotos del coloso en llamas. Un policía municipal gritaba altivo: “Todos atrás cagando leches” (España entera pudo escuchar la incontinencia verbal del furioso funcionario). Mirando el socavón del cielo, algunos pensaban que lo del Carmelo barcelonés había sido una minucia. Otros, puestos a comparar, enfocaban en su retina de extractos el día en que se desplomó el viejo mundo de la confianza -se daba la circunstancia, también, de que Deloitte, una de las cuatro grandes auditoras mundiales, tenía también oficinas en el Word Trade Center de Nueva Cork y tuvo que trasladarse de sede tras los atentados-. También había poetas de insólita musa: “La casa del pobre se la traga el infierno, la del rico se eleva al cielo en columnas de humo embaucador”.
La tragedia de Madrid no se convertirá en comedia trágica porque se llama “Windsor” y no “Carmelo”, y porque las imprevisiones y corruptelas echan gasolina al fuego de la desinformación. El alcalde y la presidenta de la Comunidad, ambos del PP, estuvieron a pie de obra toda la noche, no como cuando lo de Barcelona que Maragall tardó varios días en llegar, los de Ezquerra no han acudido todavía y a Zapatero no le dejaron acercarse al corazón del siniestro para evitar que las cámaras advirtieran que en El Carmelo la gente habla en español.” Y así, hasta que Polanco diga lo contrario, y todos a decir.
En la semana del referéndum español sobre la Constitución Europea hay noticias que se entienden por sí mismas, como que el perímetro de seguridad establecido por el Ayuntamiento en torno al Edificio Windsor impide el acceso a un tercio del distrito financiero de Madrid. Y están también las noticias que en vez de noticias son manifiestos discordantes: “Zapatero y Patxi López descartan gobernar con el PNV tras las elecciones vascas”; o sea que sí, que estarán encantados si llega el caso -ellos no son doña Dondedijedigo, la del Vogue, pero llegado el momento utilizarán sus servicios de cuota para desmentir-. Nadie puede fiarse de estos augurios, miren, si no, al inventor de ZP, un publicista que al ser contratado para tratar de llevarle a La Moncloa, aseguró: “Esto es una agencia de publicidad; hacemos anuncios, no milagros”; y ya ven lo que pasó.
Otra cosa: un recuerdo cariñoso y doliente para el historiador Javier Tussel. Fue mi amigo en algunos momentos importantes de la Transición democrática. Hasta tomamos alguna sauna juntos, con la toallita a la cintura escondiendo a medias nuestras partes pudendas y hablando de Toledo y la restauración de sus monumentos más significativos. Con él se negoció también la cesión del Palacio de Fuensalida por parte del Estado a la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Descanse en paz.