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1259.- Ibarretxe sí tiene quien le escriba

Ibarretxe sí tiene quien le escriba. No le pasa lo que al coronel. Recibe cartas en el momento que más lo necesita. Cuando lo de Vitoria, le escribió un parlamentario huido y perseguido por la Justicia, José Antonio Urrutikoetxea, 'Josu Ternera', y Arnaldo Otegi le leyó la carta. En Madrid, le escribe ETA desde el hotel «Port Denia» (“¿Som o no som països catalans, Carod?”, chismorrean, asqueados, los vecinos de esa hermosa ciudad de la Marina Alta alicantina). Sin el comunicado en el momento apropiado, el lehendakari no sabe vivir: “Una gota de sudor le cae en la carta, la recoge en el papel secante, trata de raspar las palabras disueltas, pero le sale un borrón...”
Mientras sigan llegando estas cartas, los españoles rastrearemos adoloridas explicaciones. Abriremos un frasquito del bolsillo de la camisa y pondremos sobre el escritorio una pastilla blanca del tamaño de un grano de habichuela. “Es un martirio andar con esto por todas partes. Es como cargar la muerte en el bolsillo”, nos diremos. “Es para endulzar nuestro café, es azúcar pero sin azúcar, es como repicar pero sin campanas”, explicaremos. Pero nos morderemos los labios, secaremos los párpados con la manga, y miles de personas seguirán viviendo con un escolta al lado (incluidos, claro, todos los diputados que se opusieron al plan, todos sin excepción). Así hasta que el coronel no tenga quien le escriba y dejemos de llevar en el bolsillo de la vida esa pastilla blanca que es como cargar la muerte en el bolsillo. Te van a rechazar el plan, le dicen en la carta al coronel, pero estamos a tu lado mientras nos necesites, siempre a tu lado como en la película de Tony Goldwyn. Como cuando los puertorriqueños de Jyve V: “Sólo a tu lado quiero vivir, Sin ti mi cielo se vuelve gris, Dime qué hacer si no estas aquí, Sólo a tu lado quiero vivir”.
Forma parte de la estrategia: administrar el terror en función de los intereses del coronel. La banda de asesinos (no de verdugos, como dice José Bono) evita provocar muertes, pero quiere recordar a ZP que tiene capacidad operativa para matar -no queda mucho para las vacaciones de Semana Santa y, de paso, vuelve a atentar contra intereses económicos del sector turístico español-. Así será mientras el coronel necesite el sonido pegajoso de Jyve V: “Entre tu yo, hay algo más que la ilusión de un paraíso azul, beso con beso, fuego con fuego, a mis deseos los enciendes tú, mis pensamientos vuelan contigo, te has convertido en mi necesidad…”
«Hemos pasado del cínico Arzalluz al fanático Ibarretxe», piensa José Ramón Recalde, ese socialista vasco vasco que tanto sufrió y sigue sufriendo -ahora en un lugar de La Mancha del que mejor es no dar muchas pistas y vengan los de la carta a intentar matarlo otra vez-. Dice también que en el PNV se ha producido siempre un fenómeno de péndulo, de oscilación entre autonomismo e independentismo: cuando los peneuvistas son autonomistas, el sentimiento del pueblo es independentista, y al revés.
Para rematar la faena, el historiador Stanley Payne reconoce públicamente que «éste es el peor Gobierno de la democracia». Cuando Carmen Calvo, la trotaconventos aserejé, llegó a ministra, las mujeres de impensable futuro político respiraron entusiasmadas. Si ella pudo, nosotras también, susurraban a sus maridos angelicales y algo déspotas. ZP se la llevó a la gala de los Goya para tener al lado a alguien con ese glamour tan ‘demodé’ que enseña doña Teresa de la Vogue cada día (lo siento por los barbarismos pedantes, pero ¿qué decir?). Se hacían carantoñas con la mirada, Sonsoles en medio. Daban ganas de comérselo: tan aseadito ya, tan distinto ya, tan mono ya, con esos trajes tan diferentes ya, con ese pelo tan distinto ya… Con esa sonrisa tan poco seráfica ya, es como si sobre su figura desgarbada hubiera pasado el tsunami de Armani y la Benarroch -los socialistas de andar por casa saben ya que en la tienda de Elena se toma champagne, té con pastas o café con croissants en una pequeña barrita con taburetes o en una cómoda butaca-.
Preguntaré a Aureliano Buendía por si sabe. Delirando de fiebre, el coronel hará un esfuerzo para recordarme: “No es fiebre. Es otra vez el sueño de las telarañas.”

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