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1257.- Nasrudin zp

Santo o loco en función de quien a él se acercaba, al Mullah Nasrudin, con reticencias y para ponerlo a prueba, en cierta ocasión le eligieron juez de su pueblo. Su primer caso procesal fue un litigio sobre la propiedad de un terreno. Dio la palabra a la parte acusadora y el querellante estuvo tan firme y convincente que el Mullah, dejándose llevar por el entusiasmo, aplaudió impresionado: “¡Tienes razón! ¡Tienes razón!”. El secretario del juzgado, escandalizado por esa reacción tan simplona, advirtió a Su Señoría: “¡Pero si no ha escuchado aún a la parte contraria!”. Nasrudin calmó la euforia, dio la razón al secretario y pasó la palabra al representante del acusado que fue tan sutil como el mismísimo Demóstenes. Fuera de sí, el singular juez interrumpió: “¡Tienes razón! ¡Tienes razón!”. Y el secretario, perdiendo la compostura, se irguió en su ergonómica silla y con el dedo amenazante dogmatizó: “No sea idiota, no pueden tener razón las dos partes”. Y Nasrudin, con ese talante tan especial que poseía, replicó con displicencia: “¡Tienes razón! ¡Tienes razón!, secretario amigo” –Por su manera “zopenca” de proceder, el pueblo le llamaba ‘Nasrudin zp’ (nada que ver con nuestro ZP, es pura coincidencia–.
El Mullah Nasrudin es reconocido dentro de la tradición sufí como una especie de sabio idiota, un estúpido lúcido y poseedor de secretos místicos. Una de sus hazañas más celebradas es la de cuando trasladaba con su barca pasajeros por un caudaloso río y un estricto y grandilocuente sabio alquiló sus servicios para que lo transportara hasta la orilla opuesta. Al comenzar la navegación, el erudito le preguntó si el viaje sería muy movido. “Eso depende, tal vez, según como se mire…”, le contestó el Mullah. Y el lapidario intelectual, desconcertado por tan ambivalente respuesta, replicó petulante: “¿Es que nunca aprendió usted gramática?”. El Mullah, claro, tuvo que confesar su menguada erudición gramatical, y el ilustrado viajero argumentó: “¡En ese caso, ha desperdiciado la mitad de su vida!”. Al rato, se levantó una formidable tormenta y como la rudimentaria embarcación comenzara a llenarse de agua, Nasrudin se dirigió con sorna al pasajero: “¿Aprendió usted a nadar?”. “¡No! ¡No tuve tiempo para esas bagatelas!” Y con su lógica aplastante y medio ingenua, Nasrudin replicó: “En ese caso ha desperdiciado usted toda su vida, porque nos estamos hundiendo”.
Concluiré mis ‘Duelos y Quebrantos’ con dos breves apólogos de aquel sabio atolondrado y zopenco. El de cuando fue arrestado y conducido al tribunal bajo la acusación de haber metido carne de caballo en las albóndigas de pollo que servía en su restaurante y, antes de pronunciar sentencia, el Juez quiso saber en qué proporción mezclaba el imputado la carne de caballo con la de pollo. “Al cincuenta por ciento, Señoría”, le contestó Nasrudin. Luego, después del juicio, un amigo le preguntó qué significaba exactamente lo del “cincuenta por ciento”, y el Mullah concretó: “¡Fácil! ¡Un caballo por cada pollo!”. En la segunda fábula, metido nuestro personaje a contrabandista, cruzaba la frontera cada día con los serones de su asno cargados de paja. Los carabineros le registraban sin éxito hasta en los andares: cacheaban su persona, cernían la paja, la sumergían en agua y hasta la quemaban de vez en cuando. A pesar de tanta vigilancia, la prosperidad del contrabandista aumentaba visiblemente. Cuando Nasrudin se retiró de la profesión, se marchó a vivir fuera del país, se encontró casualmente con uno de los antiguos aduaneros y éste le confesó: “Ahora me lo puedes decir, ¿Qué pasabas de contrabando, que nunca pudimos descubrirte?”; “Asnos, pasaba asnos delante de vuestras narices, mentecato”, le contestó Nasrudin zp.
Mitad lumbrera y mitad esquivo, jugaba y dejaba jugar hasta que pasó lo que pasó. Siempre tuvo el mejor de los talantes. Algo así dirán los colegiales algún día de nuestro ZP.

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