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1254.- Triste Navidad

Nos deshacemos en lágrimas por todas las primaveras encerradas en nuestros necios otoños. Bebemos un vino tan caro que nadie puede invitarnos a una copa... Como cuando la poetisa cubana decía que las lágrimas encerradas tras los espejos de los ojos se convierten en océanos girando en botellas. Se llama soledad.
Al menos 13 inmigrantes muertos fueron hallados la víspera de Navidad en una patera que estaba a la deriva frente a nuestras costas. Miles de víctimas mortales en Indonesia, Sri Lanka, India, Tailandia, Maldivas y Malasia. Si cada día estas noticias son pan nuestro de cada día, ¿cómo creer en la Navidad? Se congela el alma y se nubla la esperanza.
Mientras esto escribo y casi escupo (Nochebuena en la ciudad alegre y confiada), los servicios de emergencia buscan por mar y aire otra patera que se encuentra desde el martes a la deriva con 37 personas a bordo. Seres humanos muriéndose de frío a nuestro lado mientras conmemoramos con desmadre consumista no sé qué, creo que el nacimiento de un niño pobre que de mayor predicó la igualdad entre los hombres. Mientras se buscaban naúfragos, apareció una patera con dos cadáveres y un hombre que se hundía en el agua en el momento del rescate. Luego, otra barquilla con trece cuerpos en su interior (hombres muertos de frío) y tampoco era la embarcación perdida. De seguir buscando, en cada pliegue del mar aparecerán cadáveres gritando que son nuestros hermanos pero que les dejamos morir como a perros -Si fueran perros pondríamos el mundo al revés para evitar su muerte perra-. A media noche, se interrumpirá la búsqueda para celebrar todos juntitos la Nochebuena, pero mañana se reanudarán las labores de rastreo -mañana, día de Navidad en el litoral de Fuerteventura y en todas las playas del mundo-. La posibilidad de encontrar supervivientes es “cuestión de pura suerte", reconocen los equipos de rescate. Es lógico, pues no se busca donde debería escudriñarse: en el corazón de todos nosotros, hombres con la culpa a cuestas y la muerte en la garganta. Equilibristas sin corazón, no sabemos mirar de frente nuestra bolsa de pecados pero tenemos un cargamento de lágrimas para decir que lloramos. Igual que los payasos del circo, nos pintamos lágrimas sobre las mejillas de cada ojo. Somos un circo de payasos oxidados que ha robado a los ángeles las guitarras del Gloria in excelsis para escapar de las espinas del silencio…
La Humanidad no puede mantenerse así -digo la “’Humanidad’ por no llorar por ser hombre-. El mundo es una locura, y el ser humano, un bonito cuento de lobos, serpientes, meigas y espantapájaros. De cuervos y árboles embrujados. De castillos encantados y demás galimatías.
Se lo rezaría al niño de Belén si no lo supiera él ya. Se lo gritaría si no lo clamara él mismo. Se lo echaría en cara si no se lo censurase su condición de hombre. Se lo reprocharía si tuviera valor para increpar. Uno que es nada y poco más.
Se hace difícil interpretar a Rabindranach: “Para quien lo sabe amar, el mundo se quita su careta de infinito. Se hace tan pequeño como una canción, como un beso de lo eterno”. Me viene un poema de no sé quién: “No importa estar en espera infinita, si he de tenerte un día, felicidad”. Sí, ya sé lo de Marañón al contemplar la ciudad de Toledo desde los cigarrales: “La felicidad es la plenitud inefable”. Pero aún así, seguirá un año más la monserga: el arre borriquito, el campana sobre campana, el mira cómo beben los peces en el río…

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