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1242.- Toros y asnos

Entre toros y asnos, asnos y toros, tanto monta, Cataluña y España se achican igual que las pirámides truncadas. El asno es símbolo de lo catalán porque lo ha decidido no sé quién, y el toro, de lo español por parecidas razones. Para acreditarlo, en Cataluña se construyen “centros de reproducción de asnos catalanes”, no a favor de los burros sino en contra de todo lo español. Como cuando en la procesión de la diosa Isis el asno se volvió hombre (el latino Apuleyo lo contó muy bien).
El ‘cat-gat’ (por decreto muy pronto en las matrículas de los coches catalanes) fue el primero en hacer oír sus maullidos frente al «colonialismo» de la «furia española» representada por el famoso toro de Osborne -al poco, el diseñador Antón Lezcano colocó sobre la bandera azul y blanca la vaca gallega para enfrentarla al toro que algunos grupos ultras del fútbol montan en la bandera de España-. Paseando Barcelona, he visto todo tipo de pegatinas de asnos, algunos incluso montando a toros (no digo “cogiendo” para evitar el lenguaje amatorio sudamericano); también al revés: toros corneando o montando asnos, y así. Lo que un señor se inventó para denunciar el peligro de extinción del pollino y combatir de paso la fiesta de los toros, es ahora pingüe negocio de las empresas catalanas del merchandising capitalista.
En el Parque Natural de las Zonas Húmedas del Empordá hay interesantes y variadas especies de vertebrados e invertebrados: crustáceos, moluscos, insectos, el pez sol, el "fartet" (un pequeño pez endémico que en esas zonas húmedas encuentra su lugar más septentrional de distribución)... Están el sapillo pintojo, las lagartijas arenícolas, la comadreja y el galápago leproso, la polla de agua, el ánade real, los aguiluchos pálidos… Cuando en primavera la tramontana cierra el Pirineo, en las lagunas del Parque vuelan pájaros de mil especies y, tal vez por eso (¡qué pasada!) se han iniciado allí programas de recuperación del asno catalán. No desean encontrar híbridos que aúnen posturas antagónicas (un caracol, por ejemplo, que tiene cuernos y es tenaz) sino destruir sin construir, como en el “síndrome Nerón” que destruye para demostrar poder. Hasta Orwell disfrutaría con esta “Rebelión en la Granja”. Somos un manicomio de despropósitos: toros contra asnos, montescos y capuletos, tirios y troyanos… Como cuando los pájaros de Hitchcock se arrojaban sobre los habitantes de Bahía Bodega.
Si un viejo edificio del ejército iraquí acabó coronado por el toro que construyeron los soldados profesionales españoles, ¿por qué no íbamos a entrar en el lance baldío entre toros y asnos para convertir a Cataluña y de paso a España en un embrollo sin futuro? Fuentes del Grupo Osborne cifran en 90 las figuras de toro repartidas actualmente por la geografía española, mientras que entre 1962 y 1964 se llegaron a instalar más de 500. Frente a ese icono ha surgido el asno catalán: una especie en peligro de extinción para cuya conservación los ganaderos catalanes tuvieron que viajar a Galicia en busca de borricos. La Barcelona hermosa desde donde hoy escribo es una guerra insana donde los unos se mean en la cultura y en el valor de los otros. Hasta el idioma se ha convertido allí en arma arrojadiza -en el aeropuerto de Barcelona, por ejemplo, los rótulos de las papeleras están escritos en catalán, en inglés y en español, por ese orden, o sea, justo al revés del idioma de quienes por allí transitamos: de cada cien, 53 hispanoparlantes en exclusiva, 41 hispanoparlantes y catalanoparlantes a la vez, ningún catalonoparlante en exclusiva, y 6 de otros idiomas que probablemente se entiendan el inglés-. En tan infeliz y pueril campaña, el asno es el símbolo de las virtudes y principios del pueblo catalán, y el toro, la divisa del “españoleo”. Como cuando en el Olimpo Hera, Atenea y Afrodita se disputaban el título de ser la más hermosa.
España, como escribió Ortega, pronto será la polvareda que permanece en el camino al paso de un gran pueblo que desapareció.

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