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1224.- El regreso

La pasada semana se cumplió el aniversario de la muerte de Papini. Murió en plenos sanfermines navarros. Sus letras marcaron una época. Provoca al escritor que todos deberíamos llevar dentro. Su «Non voglio più essere quello che sono” (No quiero más que ser el que soy) es la expresión perfecta de un anhelo que han sentido todos los hombres: el descubrimiento atroz de que no somos nadie fuera de nuestras circunstancias y de la certidumbre que nos dan los otros, que también son nadie. En «Il suicida sustituto” (El suicida sustituto) narra el inútil sacrificio de un hombre que a los treinta y tres años muere voluntariamente por otros, casi la historia de un talibán -dicen que fue el antecedente de su famosa «Storia de Cristo» que muchos leímos cuando éramos jóvenes y que ahora ningún joven lee; ni sabe que no la lee, claro-. Con «Il diávolo” (El diablo) entró en contradicción con la Iglesia oficial: defendía la conversión final del demonio y el perdón de los réprobos -todos repescados como en un examen de septiembre de los rescatados ahora por Pilar del Castillo-. Viejo y abatido, transmitía sus ideas por medio de un dictáfono, y cuando perdió el uso de la palabra, su nieta, Ana Paszkowski, interpretaba hábilmente los sonidos inarticulados que trabajosamente emitía el abuelo. Tan muerto en vida estaba ya el ilustre florentino, que su nieta optó por deletrearle pacientemente el alfabeto hasta que, por medio de un leve signo, el abuelo manifestaba su asentimiento -letra a letra, palabra a palabra, en una labor titánica de ambos, se formaron las últimas obras del genial escritor-.
Y ahora, concluida la “paliza” ilustrada que he suministrado sobre uno de mis escritores predilectos, puntualizo la historia que anuncié de cabecera y que más de una enseñanza aporta sobre este mundo tan cambiante donde sólo lo nuestro nos es desconocido.
En cierta ocasión, un librero de Praga ofreció a Papini el borrador inédito de un cuento de Franz Kafka. Seis páginas de apuntes en alemán: “El Regreso”, un título que se leía en la parte superior y que finge Papini que es el esbozo de un cuento que Kafka no quiso o no tuvo tiempo de desarrollar:
Sucedió que un agente de seguros emprendió un largo viaje de negocios debiendo dejar a su joven esposa en su casona de campo situada a cien kilómetros de Praga. Un viaje de tres semanas que se prolongaría durante varios meses. Al regresar, todo parecía nuevo aunque nada hubiera cambiado. Tambo, el perro fiel, le hacía fiestas. La vieja criada le sonreía a la entrada del porche. Idéntica decoración en los salones y en el dormitorio, los mismos muebles…
Todo como antaño hasta que por la escalera descendió, como diosa en su olimpo, una mujer que le saludó alegremente y que no era su esposa. Una mujer que le llamaba por su nombre con voz acariciadora, que le pedía noticias acerca de su viaje, que tomaba cariñosamente una de sus manos y le atraía hacia sí, que le besaba apasionadamente pero que ni siquiera los ojos eran los mismos ojos de siempre. En la vieja casona todo era inconfundible excepto su mujer que era radicalmente diferente. ¿Por qué nadie se daba cuenta de que aquella mujer no era su esposa?, se preguntaba desconcertado el agente de seguros, pero ella aprovechó la turbación para besarlo en la boca con mayor resolución y cariño. Él sentía que el perfume era el mismo de siempre, exótico e intenso aun cuando el cuerpo fuera extraño y discordante. Todas las suposiciones le parecían infundadas hasta que, tomando a la mujer del brazo, comprobó con estupor que aquel brazo, tibio a través de la tenue manga del vestido, le recordaba cada vez más al de su esposa. Era tan afectuosa, solícita, alegre, elegante, que casi sintió remordimiento. Bajaron juntos para ir a cenar...
Papini es un autor que no sólo debe leerse, sino que se deja releer fácilmente. “Y si no soy nada, es porque he querido serlo todo”, escribió poco antes de morir.

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