Volver a Artículos     
1206.- Gelmírez y su guerra

¿Culpables? Don Pelayo, San Fernando y El Cid, bueno, Aznar no; si acaso Isabel la Católica que descabalgó al antepenúltimo abencerraje para que llorara lágrimas de mujer mirando la Vega del Genil. Isabel sólo es enemiga de algunos amigos de Zapatero.
Un abrazo en las Azores con el emperador y su sombra no vale una yihad; la guerra santa necesita dioses, mártires, suicidas que se crean víctimas inmoladas, caballos blancos entre las nubes del cielo, mercenarios, pobreza muy próxima a la riqueza que provoca y hostiga, resentidos que se aúpen a las pancartas demagógicas, escuelas que deformen cuando forman… El horno de alfarero que Dios usó cuando aquello es un insulto al barro que a todos iguala: fue un mal barro, lodo maldito, limo de odios e injusticias, preñado de estirpes antagónicas y majaretas.
En esto, Gelmírez ni fu ni fa. No luchaba contra los moros, ya allende el Duero. Allá en el 1102 cruzó el Miño para robar a los de Braga las reliquias de San Fructuoso, Santa Susana, San Cucufate y San Silvestre, y cimentó la Jerusalén de Occidente con la ayuda de tres papas II: Urbano, Pascual y Calixto. Se trajo los huesos a Compostela, con la aquiescencia del obispo bracarense San Giraldo, y a éste lo hicieron santo porque Gelmírez le nombró su arcediano y el rebufo le encaramó a los altares (“El único santo que salió del cabildo compostelano en toda su historia”, cuenta con ironía el sabio archivero de la catedral). 850 años después del “pío latrocinio”, el cardenal Quiroga y el papa Montini devolvieron un trozo de San Fructuoso, y luego, Rouco y los suyos, un pedazo de los demás. Braga fue “a primeira cidade de Hespanha” que recibió la fe de Cristo por la predicación del apóstol Santiago, aquel que andando el tiempo se hizo ‘matamoros’. El Hijo del Trueno es tan campechano que se deja pasar la mano por el hombro sin saber quién es el peregrino; cualquier día, un muyahidin aceitunado le lapa un pellizco de Goma-2 Eco en la esclavina de plata.
Después de haber visitado la tumba del apóstol, Carlomagno llegó a Padrón y clavó una lanza en el mar (lo canta y lo cuenta Turpín, el arzobispo deReims). En la España que resurgía de sus cenizas visigodas y romanas, Gelmírez “asfaltaba” caminos para aderezar la entelequia de Europa. Su yihad era un jubileo de peregrinos por la Vía Láctea. Necesitó una guía CAMPSA a lo divino y se sacó de la manga, vuelillo de arzobispo omnipotente, el códice del Papa Calixto II, el cuñado de doña Urraca. Hasta Francisco de Asís se dio un croque, es un decir, en el Pórtico de la Gloria recién salido del horno.
Los portugueses no eran moros. Eran españoles que no querían serlo por culpa de la infanta Teresa, una hija natural de Alfonso VI de Castilla y León: se casó con Enrique de Borgoña, su hijo heredó el título paterno y a los diecinueve añitos derrotó en fiera batalla a la madre para proclamarse primer rey portugués. O sea, que Don Pelayo, San Fernando y El Cid, sí, Aznar y Gelmírez, no, porque la otra guerra santa, la de ricos contra pobres y así -“O patrón está rico á miña conta,/ eu, a sua, estóu vello”; el patrón está rico a mi cuenta,/ yo, a la suya, viejo (¡Gracias, Celso Emilio Ferreiro!)-, esa otra yihad, digo, está más achacosa y prescrita que un vía crucis en la discoteca Pirámide de Sanxenxo. Sólo Llamazares cree en ella, y quizás ni él; juega a creérselo con sus camaradas de pancarta.
La locura se amasó mucho antes del abrazo de las Azores, pero en cuatro días sabemos qué es un muyahidin con la misma precisión que la última ventura y desventura del novio de Belén Esteban, y hasta nos calentamos la boca con lo del “martirio en la Tierra de Tarek Ben Ziyad”.
Como nadie cree en Don Pelayo, Alá, el Clemente y Misericordioso, ha emprendido la reconquista de Al-Andalus y carga los muertos a Aznar, el desheredado. Menos mal que han llegado los de la pancarta para salvarnos. Con ellos en el poder, es posible que nada sea mejor pero, aunque el mundo sea un aquelarre de dioses en el olimpo de las brujas, la vida parecerá más fácil. Moros contra cristianos, llamaremos alfajores borrachos a los piononos de Santa Fe.

  Volver a Artículos