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1139.- Myriam visita el Cuartel

Cada vez que alguien la mira, se convierte en sueño: el sueño de quien la mira. Tiene la sonrisa de los ángeles custodios. Como casi siempre en los casos donde la vida vive, es mucho más de lo que se dice.
La conocí el sábado a media mañana, y el domingo volví a buscarla; por saber si era sólo sueño. Allí seguía; esperándome igual que la fruta madura. La he amado en la penumbra de mi alma a la deriva, en el rincón de los amores imposibles. Se llama Myriam y es una mujer singular que está ahora en el Cuartel.
Nació cuando Platón y Aristóteles, los dos caminos diferentes del saber y el entender, pero es joven como la fruta joven, como el vino joven. Salomón se hubiera entregado a ella aunque hubiera tenido que renunciar al reino de su padre David. No es la reina de Saba, pero lo pudo ser.
Hubo otra Myriam, a principios del Renacimiento, que cuando la educación se extendía cada vez a más personas, judíos y gentiles por igual, fue maestra en la academia hebrea de Padua, en Italia. Según se dice, dictaba clases escondida tras un tabique enrejado para que los alumnos se concentraran en el contenido de la lección y no en la bella instructora. Contrajo matrimonio con Yohanan ben Luria, otro celebre sabio. Pero la Myriam de quien hoy hablo vino al mundo dos mil años antes y ahora está aquí: siempre joven y siempre diferente, con la sonrisa enigmática que le dio un escultor genial que supo inmortalizarla en mármol. Su sonrisa es del calibre de las sonrisas únicas, como la de Madonna Lisa, la señora Lisa, la esposa de Francesco del Giocondo, que Leonardo pintó con su sfumato, un rezo, esa técnica que difumina suavemente los rasgos hasta hacer indefinibles los contornos; ésta sí fue contemporánea de la maestra paduana que enseñaba tras el tabique enrejado.
Para enamorarse de esta gioconda de ensueño no hace falta viajar a París e indagar en el Museo del Louvre. Hasta hace unas semanas, Myriam, la sonrisa más melancólica y misteriosa de la historia del hombre, como alguien ha escrito de ella, estuvo también en París. Fascinante y fascinadora, Myriam se ofrece ahora en un antiguo cuartel madrileño: el Centro Cultural Conde Duque, un soberbio edificio que, con destino a los guardias de corps, construyó Pedro de Ribera en el siglo XVIII. Visitará o ha visitado ya el Palazzo Ruspoli de Roma, el Bricherasio de Turín, el British Museum londinense, Bruselas, Berlín, Ámsterdam… Viene de Sannaa, la capital de la República de Yemen, patrimonio cultural de la Humanidad; el sur de Arabia, donde el Golfo de Adén se disocia del Mar Rojo, muy cerca del país donde los misiles entreabren hoy sendas de muerte.
Con base en la arqueología yemenita y el mito de la reina de Saba, la exposición ofrece un viejo loock: el de las civilizaciones de los grandes reinados de Arabia del Sur: el recuerdo de espléndidas ciudades y de un pasado grandioso, cultural, casi milagro. Cuando el antiguo Yemen, la ruta del incienso, la mirra y el ládano, era un jardín que se desangró al desaparecer el agua; la arena del desierto cubrió las cicatrices… ¡Lo llaman la Arabia feliz!
Myriam puede ser la de Saba, madonna Lisa, Beatriz, Laura, Anais, Cayetana o cualquier otra mujer. ¡Hay que amarla en la penumbra del alma a la deriva! ¡Es el sueño de quien la mira! ¡Tiene la sonrisa de los ángeles custodios! Myriam sólo está en el corazón…

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