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2058.- Perico el de los palotes

06/04/2018

“Tirar la primera piedra” suele decirse en referencia a un pasaje del Nuevo Testamento en el que Jesús de Nazaret evita la lapidación de una mujer adúltera avergonzando a los acusadores —En referencia a un pasaje del Nuevo Testamento en el que Jesús de Nazaret evita la lapidación de una mujer adúltera avergonzando a los acusadores —Juan 7:53-8:11—. Se suele usar en forma negativa para indicar que la persona que lo hace no debe criticar porque tampoco está libre de falta. Comenzaré por especificar que Perico el de los Palotes era una mujer.

En El Arco del Triunfo de la Moncloa madrileña se encuentran estas dos inscripciones latinas: “Armis hic victricibus mens iugiter victura mumentum hoc” —en castellano, "la mente que siempre ha de vencer da, dona y dedica estemonumento a las armas que vencieron aquí"—. Y en el reverso: “Munificencia regia condita ab hispaniorum duce restaurata aedes studiorum matritensis florescit inconspectu dei” —"Fundado por la generosidad del Rey, restaurado por el Caudillo de los españoles, el santuario de los estudios de Madrid, florece a la vista de Dios".

Hay quien dice que se deberían borrar esas inscripciones y llevar a cabo un acto simbólico para dedicarlo a algo más democrático, por ejemplo a “Perico el de los Palotes” que en realidad era una mujer llamada Carmen de Burgos, la primera española que trabajó como corresponsal de guerra.

Carmen de Burgos y Seguí fue una periodista, escritora, traductora y activista de los derechos de la mujer española. Conocida por varios seudónimos, uno de ellos “Perico el de los Palotes», que nació el 10 de diciembre de 1867 en Rodalquilar, una localidad del municipio de Níjar en la provincia de Almería, dentro del parque natural del Cabo de Gata-Níja, que murió en Madrid el 9 de octubre de 1932 y que está enterada en el Cementerio Civil de la capital de España donde también están sepultados Los presidentes de la Primera República, Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall y Nicolás Salmerón.

El fundador del Partido Socialista Obrero Español y de la Unión General de Trabajadores, Pablo Iglesias; los líderes socialistas Julián Besteiro y Francisco Largo Caballero; la dirigente comunista Dolores Ibárruri; y el fundador del sindicato Comisiones Obreras y dirigente comunista Marcelino Camacho.

Escritores y filósofos como Pío Baroja, José Laín Entralgo y Xavier Zubiri. Pedagogos como Francisco Giner de los Ríos, Manuel Bartolomé Cossío, Alberto Jiménez Fraud o el filósofo y también pedagogo Fernando de Castro y Pajares, fundador de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer. Y otras personalidades, como el urbanista Arturo Soria, el zoólogo Antonio Machado Núñez, el escultor sepulvedano Emiliano Barral, el artista Wolf Vostell y una larga lista en la que están Gumersindo de Azcárate, Urbano González Serrano, Jaime Vera, Américo Castro, Blas de Otero, Andrés Saborit, Enrique Lister, Julián Grimau, Eduardo Benot, Antonio Espina o Alfredo Flórez.

“El arte es una tentativa de integrar el mal” —lo escribió Simone de Beauvoir en “Los Mandarines”, un hermosísimo libro, premio Goncourt 1954, sin duda la mejor novela documental sobre los años de postguerra de la Segunda Mundial—. La vida y los avatares personales, políticos e ideológicos, de Dubreuilh (Sartre), de Henri (Camus) y de Anne (la propia Beauvoir): una evocación de la vida cultural y política, de los deseos de una nueva moral. Cuando estudié Les Mandarins hace muchos años, el libro andaba medio prohibido en España. Se leía con más morbo; ahora, con menos curiosidad por los detalles y con más atención a las ideas. "Si ya nadie tuviera la conciencia sucia, si el mal desapareciera de la Tierra, el arte también desaparecería". En esas estribaciones de postguerra de la Tercera Mundial, de la fría y lenta que muchos de nosotros hemos vivido mientras nos hacíamos hombres, hay que preguntarse lo mismo: "¿Por eso los antiprogresistas organizados quieren suprimir el mal?".

Aunque avergonzados por lo que pasó, no dejamos de admirar las consecuencias, las benditas consecuencias de la traición —"¡Qué traidor no desconfía!" cantó Tirso de Molina.

"Me parece interesante esa idea de que el mal es necesario por el arte", dice uno de los personajes de la Beauvoir. Henri (Sartre) se preguntaba, voluptuosamente dormido en las delicias de la inocencia: ¿Si el mal está en todas partes la inocencia no existe? Pensaba que si el mal está en todas partes no hay ninguna puerta para el escape, ni para la Humanidad, ni para uno mismo. Pero se sentó y miró distraídamente correr el agua. Anne pensaba que mientras en algún cafetín del mundo un pianista toque con sordina aires lánguidos, el amor puede empezar a rejuvenecer nuestra piel.

La parisina Simone de Beauvoir nació en enero de 1908 y murió en abril de 1986. Fue una escritora, profesora y filósofa francesa feminista luchadora por la igualdad de derechos de la mujer y por la despenalización del aborto y de las relaciones sexuales. Escribió novelas, ensayos, biografías y monográficos sobre temas políticos, sociales y filosóficos. Su pensamiento se enmarca en la corriente filosófica del existencialismo y su obra “El segundo sexo”, se considera fundamental en la historia del feminismo. Fue pareja del también filósofo Jean Paul Sartre.

“Oigo pasar el viento, y creo que solo para oír pasar el viento vale la pena haber nacido”, lo cuenta Fernando Pessoa, un poeta y escritor portugués, considerado uno de los más brillantes e importantes de la literatura mundial y, en particular, de la lengua portuguesa —1888/1935.

Atando cabos digo que el antruejo es el período que comprende los tres días anteriores al miércoles de ceniza, día en que empieza la cuaresma, y rejuvenecer es envejecer un día todos los días. Porque si el mal está en todas partes no hay ninguna puerta para el escape, ni para la Humanidad, ni para uno mismo, ni para Perico el de los Palotes —la primera mujer española que trabajó como corresponsal de guerra.

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