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2052.- El cielo puede esperar

10/01/2019

Mientras se escuchaba el panegírico insulso de la alcaldesa de Madrid que pronunciaba desde una silla de ruedas, y la soflama laica del rey Melchor en la plaza de Cibeles como si un laberinto en el que suelen quedar huellas imborrables de los triunfos madridistas, alguien gritó “el cielo puede esperar”, y algunas personas pensaban en el carnaval, una celebración que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana y que tiene fecha variable —entre febrero y marzo según el año.

Los griegos llamaban neurospasta al arte de mover muñecos. Al manipulador se le llamaba neurospantal, es decir, el tirador de hilos.

Cuenta Cervantes que cuando “don Quijote y Sancho vinieron donde ya estaba el retablo puesto y descubierto, lleno por todas partes de candelillas de cera encendidas que le hacían vistoso y resplandeciente, en llegando se metió maese Pedro dentro dél, que era el que había de manejar las figuras del artificio, y fuera se puso un muchacho, criado del maese Pedro, para servir de intérprete y declarador de los misterios del tal retablo.”

En su retablo o teatrino, Manuel de Falla empezó a componer en 1918 El retablo de Maese Pedro, una obra para teatro de títeres basada en un episodio de la segunda parte de El Quijote, e instrumentada para orquesta de cámara y cantantes. Se veía cómo los muñecos movían la cabeza, los ojos y las manos hasta parecer personas vivas y animadas. Ahora, el que movía las marionetas se ha transfigurado en su propia marioneta. El Maese ha dicho basta, y además de maese quiere ser la marioneta.

Al neurospantal se le llamaba también titiritero porque manejaba el títere. Se le confundía con el charlatán. Excepto los personajes malvados que hablaban con voz grave pero igualmente falsa, las marionetas lo hacían con una voz aguda, chillona, falsa y algo aflautada. Ahora, el paso del Rubicón electoral español anda en su “Alea iacta est” —la suerte está echada—, el teatro a la expectativa, las marionetas caducadas ,en la basura de la historia, y el país como sonámbulo y a la deriva.

En la aldea global donde me muevo te mueves y nos movemos, el pan nuestro de cada día está hecho con la levadura del cuento y la harina rencorosa; cualquiera puede gobernar un barco, pero hace falta alguien capaz de trazar la ruta.

Fernando Soldevilla nació en la localidad toledana de Escalona del Alberche el 30 de mayo de 1854, una ilustre villa en la que tuve el honor de ser su pregonero en mi época de director provincial de Cultura de Toledo. Allí recordé a Soldevilla y también a otros hijos ilustres allí nacidos cómo el Infante don Juan Manuel que era miembro de la casa real de Castilla, escritor en lengua castellana y que fue uno de los principales representantes de la prosa medieval de ficción; sobre todo gracias a su obra El conde Lucanor.

La novela más famosa del escritor británico Aldos Huxley, publicada por primera vez en 1932, se denomina Un mundo feliz; una distopia que anticipa el desarrollo en tecnología reproductiva, cultivos humanos e hipnopedia, el manejo de las emociones por medio de drogas que, combinadas, cambian radicalmente la Sociedad. El mundo allí descrito podría ser una utopía, aunque irónica y ambigua: la humanidad es ordenada en castas donde cada uno sabe y acepta su lugar en el engranaje social, saludable, avanzada tecnológicamente y libre sexualmente. La guerra y la pobreza han sido erradicadas, y todos son permanentemente felices. La paradoja es que todas estas cosas se han alcanzado tras eliminar muchas otras: la familia, la diversidad cultural, el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la religión, la filosofía y el amor. El título tiene su origen en La Tempestad, una obra de Shakespeare escrita en 1611.

La importancia de ese libro en la vida de Huxley, le lleva a escribir más adelante, en 1958, un libro de ensayos y consideraciones relativas bautizado como nueva visita a Un mundo feliz, en el que aborda detalladamente los diferentes problemas socio económicos que dieron impulso a la creación de su novela futurista. Un mundo feliz ocupa el quinto puesto en la lista de las 100 mejores novelas del siglo XX.

Atando cabos, el cielo puede esperar, a pesar del panegírico insulso de la alcaldesa de Madrid desde una silla de ruedas y de la soflama laica del rey Melchor que invitaba a pensar en el carnaval, una celebración que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana que se inicia con el miércoles de ceniza, y que tiene fecha variable —entre febrero y marzo según el año—, y que combina elementos tales como disfraces, grupos que cantan coplas, desfiles y fiestas en la calle.

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