2045.- El rumor crece viajando 07/12/2018
Con el recuerdo emocionado del 40 aniversario del seis de diciembre de 1978, “el rumor crece viajando” —en latín, Fama crescit eundo—, y ahora que entre dimes y diretes el desgobierno político intenta regresar a España, los unos y los otros no saben a qué carta quedarse porque las encuestas se estrellan y chocan con violencia si en las predicciones las personas no han sido escogidas aleatoriamente, hoy recordaré este poema del escritor parisino Charles Baudelaire —1821/1867— al que Paul Verlaine —1844/1896—, incluyó entre los “poetas malditos” de Francia del siglo XIX, debido a su vida bohemia y de excesos y a la visión del mal que impregna su obra:
“Bajo un amplio cielo gris, en una vasta llanura polvorienta, sin sendas, ni césped, sin un cardo, sin una ortiga, tropecé con muchos hombres que caminaban encorvados .Llevaba cada cual, a cuestas, una quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la mochila de un soldado de infantería romana. Pero el monstruoso animal no era un peso inerte; envolvía y oprimía, por el contrario, al hombre, con sus músculos elásticos y poderosos; prendíase con sus dos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa dominaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos pretendían aumentar el terror de sus enemigos. Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole adónde iban de aquel modo. Me contestó que ni él ni los demás lo sabían; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les impulsaba una necesidad invencible de andar y, observación curiosa, ninguno de aquellos viajeros parecía irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado a su espalda; hubiérase dicho que lo consideraban como parte de sí mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna desesperación mostraban; bajo la capa esplenética del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los condenados a esperar siempre. Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano. Me obstiné unos instantes en querer penetrar el misterio; mas pronto la irresistible indiferencia se dejó caer sobre mí, y me quedó más profundamente agobiado que los otros con sus abrumadoras quimeras”.
Groucho Marx me diría: “Normalmente no olvido una cara, pero con usted voy a hacer una excepción» —te lo diré a ti, Roque, mi can actual, igual que en su día se lo dije a Tambo, aquel perro que antes de morir me miraba con ojos enamorados de despedida eterna, casi como Sully, el perro labrador que no se separa del féretro con los restos de George Bush, el 43 presidente de los Estados Unidos de América.
El relato es de Baudelaire, ya dije, y la Quimera era un animal fantástico de la mitología griega, hija de Tifón (hijo menor de Gea) y de Equidna (la víbora), Belerofonte la mató e hizo desaparecer con ayuda del caballo alado Pegaso —el diccionario define “quimera” como «aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero no siéndolo.
El rumor crece viajando y, cada cual con su quimera los hombres no dejan de caminar mientras el monstruo devora sus sueños. Desconozco si los españoles de hoy lo entendemos pero alguien voló sobre el nido del cuco y España es un ruedo ibérico de personajes atados a su propia utopía.
Como estamos también tú y yo, lector amigo, soñemos mientras podamos y, puestos a peliculear, «mañana será otro día», como refunfuñaba Scarlet O’Hara cuando le salía el tiro por la culata en «Lo que el viento se llevó».
Como en otra ocasión ya dije, seis pensadores, seis, me echan una mano: Confucio, Montesquieu, Jean De La Fontaine, San Agustín, Immanuel Kan y Demóstenes. Gobernar significa rectificar, decía Confucio. Antes que sus leyes, defiende un pueblo sus costumbres, Montesquieu. Cada uno vuelve siempre a caer en su falta habitual, Jean De La Fontaine. Cuando estés en Roma, compórtate como los romanos, San Agustín. Cuantas más costumbres tiene, menos libre e independiente es un hombre, Immanuel Kan. Y Demóstenes, El alma se amolda a las costumbres, y se piensa como se vive. El más antiguo de los seis —Confucio, seis siglos anterior a Cristo— decía también que saber gobernar es rectificar.
En el arrebato de esta quimera del ensueño me vienen un par de greguerías al estilo de Ramón Gómez de La Serna —1888/1993— el prototipo de escritor vanguardista español: “siempre quedan palabras en el Tintero" y “abrir un paraguas es como disparar contra la lluvia.”
Lo que ha sido mal ganado es erróneamente perdido —en los latines de Cicerón, “male parta male diabunter”— atando cabos ahora que el desconcierto político ha regresado a España y los rumores crecen viajando, con las quimeras de los ensueños porque los unos y los otros no saben con qué carta quedarse, a los españoles nos impulsa una necesidad invencible de andar y, al iniciarse el otoño de cada uno, los ensueños nos oprimen desesperadamente y nos atiborran los sueños decepcionados de las personas.