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2038.- Patria, Justicia y Pan

31/10/2018

En el laberinto español histórico, el título del himno del Frente de Juventudes desde sus primeros tiempos se denominaba: “Prietas las filas”. Allí se manifestaban elogios de la hermandad y camaradería que debería caracterizar a todos los miembros de la Organización a la vez que se cantaban las metas e ideales de la Juventud: la patria, la justicia y el pan.

Las directrices de José Antonio Primo de Rivera fueron claras: “Nuestro himno debe ser una canción alegre, exenta de odio, pero a la vez de guerra y amor. Haremos una estrofa a la novia, después una alusión a la guardia eterna en las estrellas, y luego otra a la victoria y la paz”, y este himno surgió: “Prietas las filas, recias, marciales, nuestra escuadras van cara al mañana que nos promete Patria, Justicia y Pan. Mis camaradas fueron a luchar, el gesto alegre y firme el ademán; la vida a España dieron al morir, hoy Grande y Libre nace para mí (…)” —algunas personas han sugerido que el fundador de la Falange y Federico García Lorca, un poeta republicano y homosexual, fueron amigos y entre ellos hubo un afecto perturbador.

En el país del sueño, tinieblas y brillos crecían plantas y flores extrañas entre los escombros de los castillos junto a sus laderas —algo así explicó Valle Inclán en alguno de sus libros. Ramón José Simón Valle Peña, también conocido como Ramón del Valle-Inclán o Ramón María del Valle-Inclán, fue un dramaturgo, poeta y novelista español, que formó parte de la corriente literaria denominada modernismo en España y que se encuentra próximo, en sus últimas obras, a la denominada generación del 98. Murió en Santiago de Compostela el 5 de enero de 1936.

Por aquel entonces, todos los Café Basia de Madrid y de medio mundo con la esvástica como símbolo del nazismo se llenaban de sombreros y bufandas. Los camareros pululaban entre las mesas, como libélulas negras, y alguno, para distraerse, recorría con su mirada plana los bigotes de un enorme gato imaginario. El café Basia era una mordaza bajo los sombreros negros, el vodka y los dientes amarillos de los que viven un destino de barco de papel y de barreño. Todos decían sí. Todos estaban de acuerdo en estar de acuerdo. Eso era básicamente lo que pasaba, aunque nunca se expresara abiertamente. Se rascaban las nucas y las miradas recorrían las baldosas. Las baldosas coloreadas del Café Basia, por cuyas grietas se perdía el coraje amarillo de los hombres. Pero nunca se hablaba de eso, como tampoco se habla de las manchas que se extienden entre los manteles de lino. Y cada vez se podía hablar de menos cosas. Y mucho menos del humo. En realidad ya no se hablaba de nada. De nada importante. De nada que supusiera algo más que los comentarios sobre lo adecuado de llevar botas altas por la ribera del Vístula, y entonces todos estaban de acuerdo. “Sí, eso es cierto”, se apresuraba a decir alguien aparentemente más decidido, como en un intento de recuperar el valor, quizá solo el ánimo, y luego bajaba la cabeza, como si pensase que había sido inadecuado ser tan impulsivo, o como los que temen que un primer paso les arrastre demasiado lejos. Y luego ya no se decía nada más, solo se escuchaba el ruido de la cafetera, se veían algunas manos temblando que barajaban los naipes, se olían los perfumes que camuflaban el olor de la muerte —todo eso y mucho más en el café Basia donde los hombres que ya no podían ser solo hombres se asomaban al hueco de sus pipas y al abismo de las cáscaras de cacahuete que desbordaban los ceniceros.

Mientras, las fábricas de la muerte expulsaban sus columnas de humo arrastradas por los vientos helados, flotando, y las manos agitaban los vasos, como si el tintineo de los hielos pudiese espantar los fantasmas, Y cuando alguno ya no podía más y se arrancaba a contar alguna anécdota desgastada, todos trataban de sonreír para seguir estando de acuerdo, hasta que se congelaban los gestos, y las miradas caían sobre las baldosas, como canicas heladas y como los arrecifes sin mar.

“Tiene usted todo lo que se necesita hoy en la vida política: elevada reputación, elevada moralidad y elevados principios”, escribió Óscar Wilde —1854/1900— un escritor, poeta y dramaturgo de origen irlandés en el cuarto acto de “Un marido ideal”; “Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo que escribir. La vida no puede escribirse; sólo puede vivirse”, garabateó en cierta ocasión.

Atando cabos, como en el laberinto de la actual situación política hay demasiados lobos solitarios dirigidos por pastores desconocidos, en el país del sueño, las tinieblas y los brillos crecen plantas y flores extrañas entre los escombros de los castillos, y casi todo puede suceder con las filas prietas, recias y marciales que prometen Patria, Justicia y Pan, tres mercancías de hermandad y camaradería teóricamente deseadas por todos y para todos.

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