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2032.- El Diablo Cojuelo

02/10/2018

El Diablo Cojuelo es un personaje legendario de algunos lugares de España. Un demonio al que, lejos de ser una forma maligna, se le representa como el espíritu más travieso del infierno, trayendo de cabeza a sus propios congéneres demoníacos que, para deshacerse de él, lo entregaron en trato a un astrólogo que lo tuvo encerrado en una vasija de cristal. Se dice también que es inventor de danzas, música y literatura de carácter picaresco y satírico.

A pesar de ser uno de los primeros ángeles en levantarse en la rebelión celestial, fue el primero en caer a los infiernos, aterrizando el resto de sus hermanos sobre él dejándole estropeado y más que todos señalado de la mano de Dios —de eso le viene el sobrenombre de Cojuelo, y no por cojo es menos veloz y ágil.

“El Diablo Cojuelo”, el libro más popular de Luis Vélez de Guevara, es una obra que desde su publicación en 1641 no ha hecho más que aumentar sus éxitos, y es quizás la más picante y animada de todas las sátiras en prosa de la literatura moderna: Un estudiante sacó al diablo de la redoma en que un mago le había encerrado, y el diablo, agradecido, lleva a su libertador por los aires y va enseñándole uno por uno el interior de las casas, cuyos techos levanta como si se tratara de casas de juguete, y así pueden contemplar a sus habitantes en la mayor intimidad, tal como son, con todos sus vicios y cualidades —la obra está dividida en “10 trancos” para simbolizar los saltos que realizan los dos protagonistas de un lugar a otro y ofrecer una visión general de la sociedad de la época.

Mutatis mutandi (“cambiando lo que haya que cambiar”), como varios presidentes de la Generalitat de Cataluña, especialmente los tres últimos —Artur Mas i Gabarró, Carles Puigdemont y Casamajó, y Joaquín Torra y Pla—, a quienes, con lazos amarillos en la solapa y banderas esteladas en el escenario, podría aplicarse este mini cuento de Max Aub: “Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino que de no hablar se le reventaron las palabras por dentro”.

Max Aub residió en Francia hasta que al estallar en 1914 la Primera Guerra Mundial su familia tuvo que trasladarse a España y se instaló en Valencia, pues su padre, ciudadano alemán, no podía continuar en tierras galas. En 1916, el cabeza de familia solicitó la nacionalidad española para todos los suyos y renunció a la alemana —Max Aub Mohrenwitz aprendió el castellano en un tiempo muy corto, declarando, años después, que ya no podría escribir en una lengua diferente al español; en 1998 se publicó una edición de sus diarios inéditos, escritos entre 1939 y 1972, el año de su muerte.

Como si un diablo cojuelo encerrado en una vasija de cristal, sobrevolando Veganzones volando sobre el río Cega y los pinares de ambos lados de la carretera Cojuelo llegará a un municipio situado entre Turégano y Cantalejo llamado Cabezuela, y como diablo listo y fantasioso percibe que la cabezuela es también una harina más gruesa que sale del trigo después de sacada la flor, las heces que cría el vino a los dos o tres meses de haberse desliado el mosto, una planta perenne de la familia de las compuestas, de más de un metro de altura, con tallo anguloso, ramos mimbreños y velludos, hojas aserradas, ásperas y erizadas, y flores blancas o purpúreas con los cálices cubiertos de espinas muy pequeñas, que es indígena de España y se emplea para hacer escobas, el botón de la rosa, que se usa en las boticas para preparar agua de olor, la inflorescencia cuyas flores que son sentadas o tienen un pedúnculo muy corto están insertas en un receptáculo, comúnmente rodeado de brácteas y el trasiego del vino a los dos o tres meses de haberse desliado el mosto para separarlo de las heces que nuevamente ha criado.

Atando cabos, cuando el diablo cojuelo sale de la redoma donde un mago le tiene encerrado en la calle del Mirlo Blanco, en la del Ojalá, la del Ruiseñor, la del Purgatorio y la del Afilador, cinco calles apócrifas que hoy por hoy solo existen en la fantasía y la imaginación de este escribidor que hoy ha realizado varios “trancos” para simbolizar los saltos que ha considerado proporcionar para elaborar este artículo periodístico.

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