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2031.- El tinglado de la nueva farsa

20/09/2018

La antigua farsa es la del prólogo de “Los Intereses Creados”, una obra teatral de Jacinto Benavente estrenada el 9 de diciembre de 1907 en el Teatro Lara de Madrid —al madrileño le concedieron el Premio Nobel de Literatura en el año 1922—:“He aquí el tinglado de la antigua farsa, la que alivió en posadas aldeanas el cansancio de los trajinantes, la que embobó en las plazas de humildes lugares a los simples villanos, la que juntó en ciudades populosas a los más variados concursos (…) El mundo está ya viejo y chochea; el Arte no se resigna a envejecer, y por parecer niño finge balbuceos. Y he aquí cómo estos viejos polichinelas pretenden hoy divertiros con sus niñerías”.

El tinglado de la nueva farsa es una jungla muy diferente donde los escritores, políticos y empresarios de un lado y del otro juegan a las tres en raya y tiro porque me toca. Algo parecido a cuando María Lejárraga, una escritora y feminista española que nació el Día de los Inocentes de 1874 en San Millán de la Cogolla y murió el 28 de junio de 1974 en Buenos Aires, borró su nombre de las obras que escribió poniendo como autor a Gregorio Martínez Sierra, su marido que fue quien conoció el éxito

Alejandro Dumas padre, uno de los más exitosos y prolíficos escritores de todos los tiempos, escribió más de 300 obras –algunas tan conocidas como "Los tres mosqueteros” o “El Conde de Montecristo” –. Dumas era mulato —su padre era un militar francés y la madre una esclava negra de la isla de Santo Domingo— Vivió 68 años (1802-1870), escribió unas 300 obras e hizo uso de “negros” para escribir sus obras. Lo más curioso, es que el asunto no era secreto ni desconocido en la sociedad de la época y tanto es así que a Dumas se le conocía en ciertos círculos como “El negro de los negros”.

Sobre la novela de Camilo José Cela “La cruz de San Andrés”, que ganó el premio Planeta en 1994 y los 50 millones de su dotación, sobrevuela también la sospecha de plagio —un escritor que había presentado su novela al mismo certamen entró en la librería, hojeó la solapa y le interesó el tema: era una historia parecida a la suya. «Qué casualidad», se dijo. Al llegar a su casa comenzó a leerla y dijo estas palabras: «A las pocas páginas empecé a sentirme mal. No podía creerlo. Allí estaba mi vida, mis sentimientos, era como si me hubieran vampirizado».

El mexicano Carlos Fuentes recibió la acusación de plagio en 1995 por parte del también escritor Víctor Celorio. Según éste, pueden encontrarse en “Diana o la cazadora solitaria” (1994) unas 110 coincidencias textuales y varios personajes excesivamente similares a los de la obra de Celorio “El unicornio azul” escrita en 1985.

El escritor y periodista mexicano Teófilo Huerta Moreno acusó a José Saramago de plagio, implicando en el caso a Sealtiel Alatriste al que parecen perseguir las acusaciones de practicar la copia. Huerta Moreno aseguró que Alatriste, por entonces director de Alfaguara México, le había hecho llegar a José Saramago su relato “¡Últimas noticias!”, y este se había inspirado en él para Las intermitencias de la muerte. El caso quedó abierto, pero el nobel portugués declaró que no vio y ni siquiera tocó con la punta de los dedos el cuento del reclamante, y que si dos autores tratan el tema de la ausencia de la muerte, resulta inevitable que las situaciones se repitan en el relato y que las fórmulas en que las mismas se expresen tengan alguna semejanza.
Vázquez Montalbán fue condenado en 1990 a pagar tres millones de pesetas, en concepto de perjuicio moral, al profesor de la Universidad de Murcia, Ángel Luis Pujante, por plagio en la traducción que éste había realizado de la obra de Shakespeare Julio César, nada menos. Lo que descubrió el plagio fue el descuido en borrar las pistas: en la traducción de Vázquez Montalbán se reproducían las mismas omisiones que en la de Pujante. El caso sentó jurisprudencia en los derechos de los traductores sobre sus textos.

“Ya no sufro por amor”, un ensayo de la escritora Lucía Etxebarria publicada en el año 2005, contenía párrafos enteros del artículo "Dependencia emocional y violencia doméstica", publicado por el psicólogo Jorge Castelló en 2004 en Psicocentro —Etxebarria, fiel a su estilo, no dudó en declarar que esperaba que el escándalo ayudase a aumentar las ventas de su libro. Finalmente la disputa se solucionó por un acuerdo económico de 3.000 euros y el envío de un comunicado de la autora en el que reconocía un uso inadecuado de los materiales ajenos— Pero no fue esta la única vez que se acusó a Lucía Etxebarria de plagio. Años antes, en 2001, la revista Interviú acusó a la autora de plagiar versos del poeta Antonio Colinas en su libro Estación de Infierno. Colinas quiso evitar polémicas: Sabía de la admiración de esta autora hacia mi obra, pero nunca hubiera pensado que se iba a materializar así. No pienso tampoco entrar en polémicas, declaró. La Justicia dio la razón al Interviú —la revista del Grupo Zeta creada en 1976 reputada por ser la primera publicación española que mostró fotografías de mujeres semidesnudas en su portada y a principios de 2018 se anunció su cierre por las fuertes pérdidas que venía acumulando— y en palabras del juez “la revista dio información veraz, es decir, que la actora en el pleito judicial, Lucía Etxebarria, plagió a Don Antonio Colinas, prevaleciendo así la libertad de información (derecho de toda una colectividad) sobre el derecho individual del honor”.

Atando cabos, en los tinglado de la antigua y de la nueva farsa urge un recuerdo diferente al politiqueo español actual de los plagios y reproducciones, y confieso que en algún momento de mi vida he sido un negro a sueldo y un plagiador a la virulé, o sea, desordenado y de traza controvertible.

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