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2026.- Turégano, una villa milenaria

01/09/2018

El Ayuntamiento de Turégano me nombro cronista oficial de esta villa en el año 2006 “por mi trayectoria periodística y literaria, y fundamentalmente por el interés sobradamente demostrado, como buen tureganense, en salvaguardar y dar a conocer con sus publicaciones y conferencias, la historia de esta monumental villa”.

Acaba de morir mi amigo Tomás Calleja que en paz descanse, y recuerdo que en cierta ocasión dijo en público que mi novela Matar al Mensajero le emocionaba, y me explicó por lo bajines que había descubierto un yacimiento de origen romano en el término municipal de Turégano. Autor de medio centenar de libros, Tomás siempre impregnaba en sus obras el amor por Segovia y lo segoviano.

El origen de esta villa posiblemente se remonte a la Edad del Hierro, antes incluso de la llegada de los romanos.

Si cuando en el año 1123, la reina doña Urraca Primera de Castilla donó a don Pedro de Agén, el primer obispo de Segovia, el Señorío Episcopal de Turégano a título personal no de la diócesis de Segovia, esta población se entregaba “con sus solares, con sus términos, con sus prados, con sus pastos, con sus montes, con sus fuentes, con sus molinos, con sus pesqueras, con sus árboles frutales y silvestres, con sus entradas y salidas y todo lo que pertenece a aquella heredad”.

Volviendo a los orígenes, a pocos kilómetros al norte de la villa se han localizado tres yacimientos arqueológicos de la Edad del Hierro. Pero el yacimiento más interesante para entender la evolución histórica del lugar es el del Prado Burgo. Los hallazgos más antiguos localizados en él se remontan al Bajo Imperio romano y podrían delatar la existencia de una villa. En esa zona, estuvo situado el barrio de San Pedro del Burgo, quizás el más antiguo de Turégano, ya que han aparecido materiales que permiten afirmar su origen altomedieval y su población continuada hasta la Edad Moderna. También hubo allí una ermita, la de Santa María del Burgo. Debía ser una construcción de cierta importancia porque en ella se celebró un sínodo episcopal en el año 1483. Posteriormente se reconvirtió en palacete veraniego de los obispos de la diócesis, los “Señores de la Villa”.

Algunos arqueólogos encuadran en época árabe los paramentos de tapial que se observan en los restos de la muralla exterior que rodea el actual castillo. De haber sido alguna vez una fortaleza árabe, pertenecería a una red defensiva que se extendía desde Soria a Segovia defendiendo los pasos del Sistema Central.

La tradición atribuye a Fernán González —910/970— la reconquista y repoblación de la villa de Turégano, y en un documento fechado en 1123 la reina doña Urraca de Castilla, hija del rey Alfonso VI el Bravo, donó al primero de los obispos de la diócesis tras su restauración, Pedro de Agén, los lugares de Turégano y Caballar.

El documento de la donación confirmada poco después por Alfonso VII, hijo de la Reina Urraca, contiene otros datos muy interesantes. Por ejemplo, que el obispo Pedro de Agén fue el que solicitó a la reina la villa de Turégano. Sin duda vio que era un lugar estratégico, al que llegaba una senda que venía de Buitrago y por el que pasaba la carretera que iba de Sepúlveda a la Sierra, vías que también se mencionan en la donación. Por otro documento del siglo XII sabemos de otro histórico camino que unía Turégano con Fuentidueña pasando por la aldea de Cantalejo.

Turégano se convirtió en la cabeza del señorío episcopal que pronto se vio agrandado con otras posesiones, unas cercanas como Aguilafuente, Fuentepelayo, Sotosalbos y otras situadas en los límites de la diócesis, como Mojados, Riaza o Laguna de Contreras —Veganzones, la Vega de los Infanzones, por entonces era un barrio más de nuestra villa.

A partir de la donación, los obispos se encargaron de repoblar su Señorío, ya que, aunque es posible que hubiera una población en el Burgo, el término se hallaba casi yermo. Para ello, se concedieron privilegios a los nuevos pobladores en forma de ventajas fiscales.
La semilla repobladora germinó a finales del siglo XII y durante todo el siglo XIII. Se construyó la iglesia románica de San Miguel, seguramente en dos fases, y alrededor suyo se levantó la fortificación exterior del cerro. También se levantó la iglesia de Santiago con su ábside del Cielo y de la Tierra, una joya del estilo románico, y posiblemente fueran románicas también las iglesias de San Juan y de San Pedro, dos templos parroquiales ya desaparecidos.

Era julio de 1232 y desde entonces se sucedieron las relaciones personales de sus señores, siglo tras siglo, pues Turégano era la Cámara —lugar de residencia— de los obispos de Segovia. En el siglo XIV, Turégano se consolidó como cabeza del señorío. En 1353 recibió nuevas exenciones fiscales y el rey Pedro I, diez años después, según consta en un privilegio que se conserva en el Ayuntamiento, estableció en Turégano una guarnición de noventa ballesteros.

Turégano no era sólo residencia habitual de los obispos, sino que en 1390 también residió en esta villa el rey Juan I de Castilla, quien firmó aquí la Carta Fundacional del Monasterio de San Benito de Valladolid y la de El Monasterio de El Paular hoy en la Comunidad Autónoma de Madrid.

El rey Juan II, asiduo visitante de Turégano, decretó en 1425 que la Real Cancillería y Audiencia de Castilla tuviera su sede aquí durante seis meses al año. Estando la Corte en Turégano, en 1428 se vivió el reencuentro de Juan II con su valido Álvaro de Luna, al que había desterrado a sus posesiones de Ayllón, celebrándose, según “La Crónica Del Halconero” las mayores fiestas que en la antigüedad hubo en Castilla.

Un aliado puntual del poderoso Condestable de Castilla fue el obispo Fray Lope de Barrientos, quien a su vez terminó acaparando un enorme poder. Era obispo de Segovia en 1440, cuando celebró un sínodo diocesano en la iglesia de San Miguel de la Villa.

En 1461 comenzó su mandato como obispo de Segovia Juan Arias Dávila, hijo de Diego Arias, el Contador Mayor de Castilla y persona de gran confianza del rey Enrique IV. En sus comienzos, Juan fue firme partidario del rey en el conflicto dinástico que sacudía Castilla y que no terminaría hasta la muerte del Monarca y la Proclamación como reina de Isabel la Católica. Pero el obispo cambió de bando y dio su apoyo al infante Alfonso, hermanastro del rey Enrique IV.

A la muerte del rey Alfonso, el obispo decidió refugiarse en Turégano, donde estaba reedificando la fortaleza, y se convirtió en uno de los principales partidarios de la infanta Isabel y desde Turégano participó activamente en la defensa de sus intereses. Él y el arzobispo Carrillo falsificaron la firma del Papa en la Bula Pontificia que dispensaba de consanguinidad al futuro matrimonio de la infanta Isabel de Castilla con Fernando de Aragón. El futuro Rey Católico fue huésped del obispo el castillo de Turégano al menos en dos ocasiones. En esa ocasión, en nuestra villa esperó varios días Fernando a que Isabel, su esposa, le llamara a Segovia después de ser proclamada por los segovianos Reina de Castilla.

Juan Arias Dávila no terminó su mandato como obispo en Segovia y señor de la villa de Turégano, sino que se vio obligado a buscar refugio en Roma en 1490 cuando se empezaron a investigar sus orígenes judíos.

Allí murió y finalmente fue enterrado en la catedral vieja de Segovia, aunque él había fundado una capilla para su entierro en la iglesia encastillada de San Miguel de Turégano.
A Juan Arias Dávila le sucedió Juan Arias del Villar cuya prelatura sólo duró tres años pero continuó las obras del castillo, como también lo hizo Diego de Rivera, obispo de Segogia entre 1513 y 1543. Durante la Guerra de la Comunidades, hubo un intento de entregar la fortaleza tureganense a los comuneros, pero el responsable de esta acción fallida, el escribano Pedro de Artiaga fue juzgado y encarcelado en ella. Y precisamente la función de Cárcel de Estado fue el principal uso que se le dio al castillo durante el siglo XVI pues allí estuvo preso por orden del rey Felipe II Antonio Pérez su Secretario de Estado, y tal vez el personaje más influyente en su reinado.

Fue en ese siglo cuando se debilitó el poder temporal de los obispos segovianos que, por distintas circunstancias fueron enajenando casi todas las villas que poseían excepto la de Turégano y la de Mojados.

Diego de Colmenares, el gran historiador de Segovia, atestiguó el abandono que ya por entonces sufría el Castillo. Como en toda la diócesis, el siglo XVIII supuso una recuperación económica y demográfica y sobre el propio castillo se construyó una torre barroca —llamada erróneamente “espadaña”—, reivindicando la preeminencia de la parroquia de San Miguel sobre la función de fortaleza.

En 1740, se redactó en la Villa episcopal el Auto del Buen Gobierno en donde se actualizaron las antiguas Ordenanzas del siglo XVI en las que se regulaban muchos aspectos de la vida cotidiana en la villa, desde la limpieza de la calles a las normas que regían el comercio y el aprovechamiento de montes y pastos.

A principios del siglo XIX, la Guerra de la Independencia contra Francia tuvo efectos devastadores para Turégano. Dada su importancia estratégica, La villa fue ocupada por los franceses que fijaron su residencia en el Palacio Episcopal que por entonces cerraba la Plaza Mayor y que sufrió arquitectónicamente los embates de los guerrilleros. Con la abolición de los señoríos en 1837, el obispo de Segovia dejó de ser el señor político de Turégano y el concejo transfirió su poder civil al Ayuntamiento.

En la actividad económica de esta época, tuvo gran importancia la arriería, ya que muchos de los vecinos, aprovechando que la villa era la confluencia de rutas que venían de Burgos, Soria, Guadalajara, Salamanca, Ávila y la propia Segovia, se dedicaban al transporte de pescados frescos, granos, paños y lanas.

Durante la Segunda República Española, el sacerdote tureganense Jerónimo García Gallego fue elegido diputado independiente por la provincia de Segovia al igual que José Ortega y Gasset que fundó con Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala la Agrupación al Servicio de la República.

Unos años antes, el 12 de julio de 1928 Miguel de Unamuno, escribió un soneto en el que dice que el nombre de Turégano y el de otros 19 lugares de España son “nombres de cuerpo entero, libres, propios, los de nómina, el tuétano intraducible de nuestra lengua española”.

Más devastador que el pavoroso incendio que padeció Turégano en el siglo XIX fue el que se produjo en el verano de 1965, que destruyó casi un tercio de la villa, dejando una profunda huella en sus vecinos y se construyó un nuevo barrio en la antigua Bobadilla —cuando Camilo José Cela visitó Turégano en su novela “Judíos Moros y Cristianos”, escribió que él se sentía soldado en El Altozano y menestral en La Bobadilla.

Nací un diez de agosto en la propia plaza mayor de Turégano, y en el programa de las Fiestas de 2018 en Honor del dulce Nombre de María, deseo a mis paisanos y a todos los visitantes que en su corazón aumente y se consolide el cariño y la valoración de esta villa milenaria y siempre hospitalaria.

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