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2024.- El undécimo mandamiento

27/08/2018

Con ese titular insurrecto —alterando el Decálogo de la Ley Mosaica escrito por el Dios de las hebreos en dos tablas de piedra en el Monte Sinaí y añadiendo un nuevo mandamiento, el undécimo— emprendo un guiño a la situación política de la España actual, y acudo a Mario Benedetti, un escritor, poeta, dramaturgo y periodista uruguayo que nació en 1920, pasó a mejor vida en el año 2009 y que difundió sensatamente esta heterodoxia: “Sí el mandamiento diez de la iglesia es “No desearás la mujer de tu prójimo”. Ningún padre de la Iglesia ha sabido explicar, por qué no existe un mandamiento número once que ordene a la mujer no codiciar al hombre de su prójima”.

Como las tradiciones a veces se convierten en dogmas de fe, quiero recordar con pasión y nostalgia un relato titulado El Elefante Encadenado del argentino Jorge Bucay, un escritor que realizó su formación académica en la Universidad de Buenos Aires. Se graduó como médico en 1973 y se especializó en enfermedades mentales en el servicio de interconsulta del hospital del Carmen de la ciudad de California y en la clínica Santa Mónica de la Provincia de Buenos Aires:

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enrome bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: “Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? (…) El elefante del circo no se escapa porque había estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él . Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía (…). Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Aquel elefante enorme y poderoso no se escapa porque cree que no puede (…).

Estos versos de un poema titulado “La Esperanza” escritos por Delmira Agustini, una poetisa modernista uruguaya que nació en 1886, murió en 1914 y su poesía expresó el erotismo femenino en una época en la que el mundo estaba dominado por el hombre, me recuerdan inexplicablemente la historia del elefante encadenado: “Soy el dulce consuelo del que sufre, / Soy bálsamo que alienta al afligido, / Y soy quien muchas veces salva al hombre / Del crimen o el suicidio. / Yo le sirvo al mortal que me alimenta / Contra el dolor de sin igual muralla, / Soy quien seca su llanto dolorido / Y calma su pesar ¡Soy la Esperanza!”

En la mitología griega, Cerbero, también conocido como “Cancerbero” o “Can Cerbero”, era el perro de Hades, un monstruo de tres cabezas en la tradición más común o de cincuenta cabezas según Hesíodo, con una serpiente en lugar de cola. Al autor, el autor de “Los Trabajos y los Días” se le considera el primer filósofo griego, siete siglos antes de Cristo, y se eleva por encima de las concepciones religiosas primitivas —el cráter lunar Hesiodus lleva este nombre en su honor. No he pretendido alterar el Decálogo de la Ley Mosaica añadiendo el número once —dicen que si el Excelentísimo Señor Don Pedro Sánchez-Castejón nombra ministras y altos cargos a mujeres, incluyendo a su esposa, la Excelentísima Señora Doña María Begoña Gómez Fernández —“el dulce consuelo del que sufre”, como explicó en su día Delmira Agustini, la poetisa uruguaya que advirtió en varios poemas que la única forma de lograr incorporar un hábito a la vida es repetir la acción muchas veces hasta que se vuelva automática. Para lograrlo, se requiere un mandamiento sin número de inquebrantable voluntad —constancia, nobleza y honestidad.

“Una buena manera de defenderte de ellos es no parecerte a ellos” —se trata de una frase que venía impresa en la contracubierta de un libro de Marco Aurelio Antonino Augusto, apodado el Sabio o el Filósofo, y que fue emperador del Imperio romano poco tiempo después de nacer y morir Jesucristo, y que estaba editado hace un montón de años en el Círculo de Lectores.

“Quizás mañana / cuando mi mirada / no brote en la luz / como pobre amapola de agua, / venga la soledad./ Pero hoy canto en libertad Y y mientras canto/ no estoy aislado, pues el corazón va conmigo/ y con él hablo (…)” Confieso que estoy escribiendo el poema Spiritual del poemario “Longa Noite de Pedra” del excelso poeta gallego Celso Emilio Ferreiro —1912/1979—, y mis palabras burbujean como las Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo, el día de mi cumpleaños.

Atando cabos aclaro que mi artículo periodístico de hoy está pensado en un furancho o loureiro de Seixalvo, un barrio de Sanxenxo, donde se venden los excedentes de vino y se ofrecen algunas tapas para comer, y que en una de las paredes hace alarde de un dibujo del ilustre Castelao —1886/1950—, un narrador, ensayista, dramaturgo, dibujante y político español, considerado uno de los padres del nacionalismo gallego y la figura más importante de la cultura gallega del siglo XX: “Os vellos non deben de namorarse” —Los viejos no deben enamorarse.





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