2023.- El código del tiburón09/08/2018
Aunque El Código Da Vinci sea una novela de misterio escrita por el estadounidense Dan Brown, nacido en 1964, y conocido por haber escrito, entre otras, esa novela protagonizada, como todas novelas que escribió como Robert Langdon, el código del tiburón se caracteriza por ser peligroso —en sentido peyorativo, el término tiburón ha pasado a la época contemporánea para hacer referencia a ejecutivos y ejecutivas sin escrúpulos o a profesionales especialmente trepas y devoradores laborales de compañeros y compañeras.
Como en su día escribió William Shakespeare, “es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras”, pero aún así, dos años después de la muerte de Franco, Santiago Carrillo escribió un libro titulado “Eurocomunismo y Estado”.
Éstas eran las palabras de introducción: “Una circunstancia excepcional me ha permitido disponer de tiempo libre y estado de ánimo propicio para emprender lo que, hasta cierto punto, tiene de aventura toda exploración en uno de los temas más embrollados y difíciles que se plantean hoy a un comunista”, en el capítulo primero, titulado “El Estado frente a la Sociedad”, planteó que el problema del poder del Estado sigue siendo el problema de toda Revolución.
Santiago Carrillo fue un político y periodista español, secretario general del Partido Comunista de España desde 1960 hasta 1982 y una de las figuras clave en el comunismo español. Nació en Asturias en el año 1915 y murió en Madrid en el 2012, y por razones que no vienen a cuento, le conocí personalmente al menos media docena de veces y, en la memoria del tiburón, esa alegoría popular, el purgatorio de Carrillo se parece al personaje del segundo de los tres cantos de la Divina Comedia de Dante Alighieri —la obra más ampliamente conocida y leída del escritor y político florentino narra un relato en el que se describe el viaje del poeta por los tres reinos del más allá en la mentalidad latina, y cómo los concebía un italiano de la época medieval. Dividido en tres partes (Infierno, Purgatorio y Paraíso) son cantos individuales—generalmente un canto forma parte de un poema épico— que sumados forman el conjunto de la obra.
En la cima del Paraíso de los sueños imposibles está ya mi amigo Tomás Calleja que en paz descanse. Recuerdo que en cierta ocasión dijo en público que mi novela Matar al Mensajero le emocionaba y, en cierta ocasión, me explicó por lo bajines que había descubierto un yacimiento de origen romano muy cerca de Turégano. Autor de medio centenar de libros —Las mojadas de Caballar, Poemas de Amor y Tierra y, que yo recuerde, las tradiciones segovianas olvidadas—, Tomás siempre impregnaba en sus obras el amor por Segovia y lo segoviano.
En el código del tiburón, en palabras de George Eliot (1819-1880), Goethe fue «el más grande hombre de letras alemán y el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra». Su obra, que abarca géneros como la novela, la poesía lírica, el drama e incluso controvertidos tratados científicos, dejó una profunda huella en importantes escritores, compositores, pensadores y artistas posteriores. Su novela Wilhelm Meister fue citada por Arthur Schopenhauer como una de las cuatro mejores novelas jamás escritas, junto con La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy —1759/1767— usualmente abreviada como “Tristram Shandy”, la más singular y célebre de las obras del escritor irlandés Laurent Sterne, la Nueva Eloísa, una novela epistolar de Jean-Jacques Rousseau publicada en 1761 y el Don Quijote de la Mancha que nuestro Miguel de Cervantes escribió en 1605 y 1616.
Si “El Fausto” de Johann Wolfgang von Goethe es una obra trágica enteramente dialogada, concebida más para ser leída que para ser representada —se publicó en alemán entre 1808 y 1832— las penas del joven Werther se presentaron como una colección de epístolas en las que un joven artista de temperamento sensible tenía que morir. Después de escribir una carta de despedida a su amigo Albert pidiéndole dos pistolas con la excusa de que las necesitaba para un viaje, se quitó la vida y tras el disparo, su criado encontró su cuerpo moribundo que tardaría varias horas en morir —las campanas de medianoche de Wahlheim doblaron por la muerte de una persona, y fue sepultado a las afueras del cementerio porque, según la tradición, los suicidas no merecen ser enterrados en un camposanto.
En el código del tiburón, William Shakespeare escribió que “es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras”, Friedrich Nietzsche, que “el camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio”, y camino de Galicia, recordando estos versos de Rosalía de Castro (1837/1885), una poetisa y novelista española que escribió tanto en gallego como castellano —“Airiños, airiños, aires. Airiños, levaime a ela. Sin ela vivir non podo”—, atando cabos quiero recordar a Tomás Calleja como un segoviano inolvidable y de los demás personajes aquí hoy citados, que cada cual interprete en el código del tiburón lo que le venga en gana.