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2022.- El desierto de las palabras

02/08/2018

Nada que ver el desierto de las palabras con las palabras en el desierto, pero el alma se apaga y en los sueños y en los ensueños las personas intentan diferenciarlo.

Si se pudiera retroceder en el tiempo, en el desierto de las palabras volvería a leer “El alma se apaga”, un libro que Lajos Zilahy escribió en 1932” —a veces traducido como “También el alma se extingue” —, escrito en Transilvania, Rumania, por aquel entonces parte del Reino de Hungría del Imperio Austrohúngaro. Estudió Derecho en la Universidad de Budapest antes de servir en el ejército austrohúngaro durante la Primera Guerra Mundial, siendo destinado al frente del este. Esta experiencia le sirvió para escribir “Las cárceles del alma”, un manifiesto parecido a “El Alma se apaga” —he de preguntar a la embajadora de España en Hungría, si el recuerdo de Lajos Zilahy aún sigue vivo en ese hermoso país de sueños, ensueños e imaginación.

El sueño designa tanto el acto de dormir como el deseo de hacerlo. Metafóricamente, se afirma que una parte del cuerpo se le ha dormido a una persona cuando se pierde o reduce pasajeramente la sensibilidad —la parentesia—, el ensueño describe el proceso de soñar: es un suceso, proyecto, aspiración o cosa que se anhela o se persigue pese a ser muy improbable que se realice y en el que se piensa con placer, la imaginación es un proceso psicológico superior que permite al individuo manipular información generada intrínsecamente con el fin de crear una representación percibida por los sentidos de la mente —“la loca de la casa”, solía decir Teresa de Ávila —la mentira es otra cosa; la más común, la de las personas que se engañan a sí mismas.

El ensueño y la imaginación se alimentan de la tendencia del hombre a pensar que siempre está en lo cierto y que es el mundo el que se equivoca. Lo peor de las crisis personales y políticas —sueños, ensueños imaginaciones y mentiras— es su percepción.

Hace muchos siglos, el escocés Juan Duns Scoto, un teólogo escocés (1266/1308) un franciscano que estudió en Cambridge, Oxford y París, dio esta receta para salir de las crisis: "Potuit, decuit, ergo fecit" (pudo, convenía y, por consiguiente, lo hizo) —Duns Escoto fue el creador del escotismo, una corriente filosófica que, frente al tomismo y el suarismo subraya la primacía de la voluntad sobre el entendimiento. Otro Escoto, Juan Escoto Erígena —siglo IX— aseguraba que ni siquiera Dios podía comprender su propia esencia porque "Dios se crea, creando, y si se pensara a sí mismo, se limitaría”; decir “Escoto Erígena” es como decir "el irlandés de Irlanda", o sea, que si "Escoto" es escocés, "Erígena" es irlandés, en eso, ninguna duda, pero en el Concilio de Sens (1225) el papa Honorio III ordenó que se quemara la obra del irlandés —he de preguntar a la embajadora de España en Hungría, si el recuerdo de Lajos Zilahy sigue vivo en ese hermoso país.

En la novela “Disraeli” de André Maurois —seudónimo de Emile Herzog— comprendí que ese personaje es apasionante e iluminador. En el capítulo sexto afirma que “la faceta luminosa de los hombres permanece oculta para quienes solo la conocen en la vida pública”, que bien mirado, es dejar que el otro diga la última palabra pero que haga lo que tú quieres.


“Lo que se llaman mentiras oficiales son verdaderas mentiras, porque imponerlas sea con ventaja de otro o de sí mismo, no es menos que imponerlas en su detrimento” —lo escribió Jean Jacques Rousseu en “Las meditaciones del paseante solitario” —Les Rêveries du promeneur solitaire—, una obra inacabada de aquel filósofo suizo escrita entre 1776 y 1778.

“Solo es nuevo lo que se ha olvidado”. Con esa frase introductoria comienza el libro de Jean Chalon titulado “Querida María Antonieta”. El final del libro, cuando ella está a punto de ser guillotinada y solo le quedan unos instantes de vida, recibió a la muerte como a una hermana querida, en su prisa pisó los pies del verdugo y éstas fueron sus últimas palabras: “Señor, os pido perdón”.

Como las violetas al llegar la primavera, los berros en cualquier época del año y las marujas o pamplinas cuando consigues adquirirlas, atando cabos hoy señalo que tanto el desierto de las palabras como las palabras en el desierto son frases hechas que nacen de madre desconocida hasta que aparece un Francisco de Quevedo —Madrid 1580/ Villanueva de los Infantes 1645— y las administra como migajas sentenciosas. “Donde no hay justicia es peligroso tener razón”, solía decir aquel genio de la literatura y de la política para que su honor quedara como si Dios en Pascua florida.

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