2017.- Cruces y bombas19/07/2018
Viento en popa a toda vela —o al revés, viento en vela a toda popa—, hoy escribo sobre una bomba que influyó en la historia de España y sobre una cruz tureganense que recuerda la muerte violenta de un aviador —la Cruz del Aviador y la Casa de la Bomba.
¿Qué nos pasa a los españoles? ¿Un virus, una bacteria o un castigo divino? “No hay loco de quien algo no pueda aprender el cuerdo” —escribió Pedro Calderón De La Barca, un escritor español del Siglo de Oro conocido fundamentalmente por ser uno de los más insignes literatos barrocos de teatro, que nació en Madrid el 17 de enero de 1600 y murió en la misma ciudad el 25 de mayo de 1681— y ello me sirve para lamentar el cierre definitivo de “Casa Ciriaco” —la casa de la bomba madrileña—, un restaurante segoviano que en la época que yo frecuenté, los dueños eran los segovianos Ángel y Godo Chicharro, y la cocinera se llamaba Amparo y era de Menasalbas, un municipio de la provincia de Toledo —aún recuerdo que cuando en el año 1979 el ministro Manuel Clavero Arévalo me nombró Delegado Provincial del Ministerio de Cultura en Toledo, aprovechando el día de cierre al público del restaurante en Madrid, Ángel y Godo me telefonearon para comunicarme que deseaban organizar en Menasalvas, para mí y para cuantos amigos yo quisiese, incluidas las autoridades toledanas y los familiares y compromisos que yo dijera.
Casa Ciriaco era una tasca típica madrileña situada en la calle Mayor número 84 de la que guardo recuerdos personales y políticos imperecederos. Allí, tras una cena inolvidable, Juan José Rosón, el entonces Gobernador Civil de Madrid, me encargó que organizara las listas electorales de la UCD de los municipios más poblados de la provincia —Rosón fue elegido por Adolfo Suárez ministro del Interior en 1980; había nacido en Becerreá, provincia de Lugo, en el año 1932 y murió en Madrid en 1986.
La Casa de la Bomba en su día fue un almacén de vinos o tienda desde 1897, cuando su dueño era Antonio Fernández. En 1923 la licencia del local pasó a manos de Pablo Muñoz Sanz, que junto con su hermano Ciriaco Muñoz, habían trabajado en el establecimiento desde 1917. En 1929 Ciriaco abrió la sección del restaurante, dándole su nombre al local.
Entre sus parroquianos, el escritor Julio Camba, que celebraba en ese restaurante su tertulia, y en su recuerdo allí cenaban una vez al mes los miembros de la Peña “Los amigos de Julio Camba, que frecuentaba Antonio Mingote, que diseñó el sello de la casa, los toreros Domingo Ortega y Juan Belmonte, el pintor Sebastián Miranda y el pintor Ignacio Zuloaga que allí cenó el 31 de octubre de 1945, la última noche de su vida.
El edificio donde se encontraba Casa Ciriaco, en 1906 estaba en el número 88 de la calle Mayor, y desde entonces el edificio se conoció popularmente como “La casa de la bomba” por ser el lugar desde donde el anarquista Mateo Morral ejecutó el atentado contra los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia el 31 de mayo de 1906, el día de su boda. La bomba fue lanzada desde un balcón del cuarto y último piso del edificio, en donde había una casa de huéspedes. En la acera de enfrente, hay una plazuela, en la confluencia de las calles Mayor y Sacramento, en la que se erigió en 1908 un monumento a las víctimas, que fue desmantelado en la Segunda República Española.
Aunque el perro de San Roque históricamente se llamara Melampo, antes de partir para Galicia he querido pasar unos días en mi casa de la Plaza Mayor de Turégano —“grande descuido sería del que por aquí pasase si por priesa que llevase no dixese Ave María, año de 1766”, dice el azulejo del hall de entrada.
En Turégano, el pueblo donde yo nací, con Roque a mi lado, he paseado unos kilómetros por el antiguo Camino Real de Turégano a Segovia, y he caminado hasta la Cruz del Aviador, colocada en la cuneta de la carretera de Turégano a Caballar, el lugar donde se estrelló durante la guerra civil española un avión de caza derribado por fuego amigo —el piloto se llamaba Ramón María Ángel de La Cuesta Rodríguez de Valcárcel Cobo de la Torre y Barbadillo, su padre se llama José María y su madre María del Carmen, pertenecía a una familia muy numerosa, él había nacido en Burgos el 2 de agosto de 1915 y el terrorífico incidente ocurrió el 27 de agosto de 1936, era un muchacho de 21 años de edad.
Como si el viento estuviera enamorado del lugar donde murió aquel muchacho, al llegar la primavera aparecen misteriosamente flores frescas al pie de la Cruz donde Ramón María murió porque que no quiso disparar a un compañero.
En el año 1968, el Mariscal Montgomery escribió “Historia de la Guerra”, y en el Prefacio así se explica: “No he escrito este libro para glorificar la guerra. He tratado de arrojar luz sobre la conducta de hombres y mujeres en tiempo de conflicto armado, tanto en el frente interior como en el campo de batalla”.
Como si todo esto hubiera sucedido en el país de nunca jamás, atando cabos ayer traté de pasear junto a Roque, el perro de mi hijo Ricardo, por la ruta de los antiguos molinos harineros y por la zona de las cárcavas, unos socavones producidos en rocas y suelos de lugares con pendiente a causa de las avenidas de agua de lluvia que producen erosiones remontantes, mientras Roque —la realidad es que el perro que lamía las heridas a San Roque se llamaba Melampo— perseguía a las tórtolas, a las palomas y a no sé cuántos bichejos más.