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2016.- A gogó

16/07/2018

Políticos “a gogó”, libros “a gogó”, vidas “a gogó”, periodistas “a gogó”… — a gogó es un recurso que deriva de una expresión francesa que podría traducirse "en abundancia", y que invita a preguntarse quién es el dueño de las herida.

Con las moscas del karma mariposeando en “los cuerpos y en las almas” —como el título de la novela de Maxence van der Meersch, aquel genial novelista francés que nació el 4 de mayo de 1907 y murió en 1951 antes de cumplir los 44 años—, y tras un paseo por el arte, en estos días turbulentos del apaga y vámonos de la política, de los políticos, de sus asesores y de sus correveidiles, “un libro, un euro, tres libros dos euros” —eso he pagado en el rastro madrileño por el “Brillante desfile” de Pearl S. Buck, la “Mazurca para dos muertos” de Camilo José Cela y el “Don Camilo” de Giovanni Guareschi —un robusto párroco que hablaba con el Cristo del altar mayor de su iglesia. Su antagonista, el aguerrido Peppone, dividido entre el trabajo de su taller y los asuntos de la política y que era el alcalde comunista de Brescello, un pequeño pueblo de una provincia italiana.

En la última página de uno de esos tres libros a saldo, uno de ellos, no recuerdo cual, asegura que “bastaba con que se les enseñara el camino”, otro, que “solamente dentro de veinte generaciones”, y el tercero, “que las heridas recibidas fueron al parecer provocadas por lobos y parecen heridas de mordedura”.

La primera, una escritora estadounidense, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1938, murió el 6 de marzo de 1973, el segundo, el 22 de julio de 1968 en la ciudad italiana de Cervia, y el tercero, nuestro Camilo José Cela, que fue premio Nobel de Literatura en1989, se casó en 1944 con María del Rosario Conde Picavea, con quien tuvo a Camilo José, su único hijo, y se divorció en 1990 para casarse en 1991 con Marina Castaño López, una periodista con la que compartió sus últimos doce años y con la que más de una vez encontré en Turégano visitando tiendas de antigüedades y recordando su visita a la villa episcopal en su obra “Judíos, moros y cristianos” —“Turégano es un pueblo grande y señor, de buenas y viejas casas, remilgadas piedras y habitantes taciturnos y meditabundos”, escribió a la llegada y, al partir de la Villa Episcopal que algunos aseguran que se llamaba Turóbriga y que tenía orígenes celtas, se encontró con un afilador de Orense —Ourense en lingua galega— que andaba silbando para espantar el hambre, que tenía los dedos quemados, del oficio, y con él se fumó el negro y difícil tabaco de la despedida. ¿Que a dónde voy por aquí? —preguntó el afilador fingiendo no conocer la geografía de Castilla—. Al fin del mundo, hermano, empezando por Turégano si le place —contestó el vagabundo Camilo José Cela Trulock.

“Espera, que sólo el que espera vive. Pero teme el día en que se te conviertan en recuerdo las esperanzas” —escribió Miguel de Unamuno no recuerdo dónde, y también que “cada uno es dueño de su silencio y esclavo de lo que dice” —, y el otro Camilo —Don Camillo en versión original— es un personaje creado por el escritor italiano Giovannino Guareschi a través de cuentos y novelas conocidos como el ciclo del "Pequeño Mundo", en el cual se relatan las aventuras de un cura de pueblo y del alcalde comunista Pepón (Giuseppe "Peppone" Bottazzi) en la posguerra italiana.
Ambos personajes representan posturas políticas enfrentadas y luchan entre sí denodadamente pero al verse ante conflictos más universales tienden a unir fuerzas a regañadientes y a descubrir su mutua buena voluntad. Como si para reflejar la posición cristiana y anticomunista del autor, aquel cura de pueblo siempre terminaba ganando o empatando moralmente en la mayoría de las disputas —Pepón estaba representado como un hombre tosco y prácticamente analfabeto aunque con un corazón de oro.

Con las moscas del karma mariposeando por “Cuerpos y Almas”, como el título de la novela de Maxence van der Meersch —un genial escritor francés que nació en 1907 y murió de tuberculosis con 43 años— y tras un paseo por el mercadillo popular de un libro, un euro y tres libros dos euros, con libros a gogó, políticos a gogó, negociadores a gogó y así la propia vida, en el primer párrafo de este escrito me pregunte quién es el dueño de la herida: el que la causa, o el que la padece. ¿No son caras las dos de una misma moneda? ¿O quizás el dueño es el sentimiento que les clava su dardo?

Atando cabos, reconozco que lo de la herida y su dueño coincide con las primeras palabras de la novela “El dueño de la herida” que Antonio Gala publicó al iniciarse este siglo a la intemperie que va camino de perderse por los cerros de Úbeda, esa ciudad donde murió Juan de la cruz y los segovianos robaron su cadáver para traérselo incorrupto al convento de carmelitas descalzos que él fundó en los cerros próximos al Santuario de Nuestra Señora de la Fuencisla.

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