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2011.- Ministerios relámpago

16/06/2018

Recuerdo haber leído que el récord de ministerio relámpago lo ostenta el gabinete que en 1849 formó el conde de Cleonard don Serafín María de Soto, que formó gobierno el día 19 de octubre y dimitió el día 20. Por su parte, el presidido por el duque de Rivas, don Ángel Saavedra y Ramírez Baquedano, el autor de “Don Álvaro o la fuerza del sino”, constituyó el gobierno el día 17 de julio de 1854 y lo abandonó el 29 del mismo mes y año.

Ahora, las voces y los ecos se enarbolan tras la dimisión de su Excelencia Màxim Huerta Hernández, un valenciano de Utiel que en este mes de junio ha desempeñado el cargo de ministro de Cultura y Deporte durante seis días —no es el momento de refugiarse en las vacas sagradas de la literatura y escuchar sus voces y sus ecos; tampoco en las alharacas del sursuncorda para referirse a un personaje al que se le atribuye gran importancia y autoridad en las redes sociales.

No plagiaré a Erasmo de Róterdam —1466/1536— para hacer un “Elogio de la locura”, un ensayo escrito e impreso por primera vez en 1511, pero la alucinación se ha apoderado de una gran parte de la clase política española y estamos a punto del desastre más desastroso de todos los desastres: los unos contra los otros hasta empobrecernos individual y colectivamente.

No es nuestra locura la de Miguel de Unamuno en el prólogo a la Vida de don Quijote y Sancho, cuando el vasco convocaba a la conquista del sepulcro del caballero andante — “Me preguntas si sé la manera de desencadenar un delirio, un vértigo, una locura cualquiera sobre estas pobres muchedumbres ordenadas y tranquilas que nacen, comen, duermen, se reproducen y mueren. Ante un acto cualquiera de generosidad, de heroísmo, de locura, a todos estos estúpidos bachilleres, curas y barberos de hoy no se les ocurre sino preguntarse: ¿por qué lo hará?... Las cosas se hicieron primero, su para qué después. No hay porvenir, nunca hay porvenir. El verdadero porvenir es hoy. No hay mañana. ¿Qué es de nosotros hoy, ahora? Esta es la única cuestión. ¿Por qué haces eso? ¿Preguntó acaso nunca Sancho por qué hacía Don Quijote las cosas que hacía? Creo que se puede ir a rescatar el sepulcro de Don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado. Creo que se puede ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la Locura del poder de los hidalgos de la Razón. Lo guardan para que el Caballero no resucite…”

Mientras huyo de la coartada de esperar que suceda algo diferente, intento no caer en la engañifa del esperar sin más. Y como no soy nadie para sentirme protagonista del duelo fratricida, dejo que las estrellas del envite hagan lo que les venga en gana. Intento, eso sí, que nos dejen en paz a los sufridos sufridores. Deseo que nos cojan confesados y es lo que hago: confesar lo que pienso —en su Elogio de la Locura, dice Erasmo de Rotterdam: “A mí siempre me ha sido sobremanera grato decir lo que me venga a la boca” —. Y pienso que el presidente del Gobierno, el inquilino actual del Palacio de la Moncloa vive en la mezquina utopía del talante insensible y maneja el hisopo como un ventilador; a todos y a todo dice que sí.

Se parece el Mulá Nasrudín cuando aquello. Me explico: el sin par Mulá Nasrudín, de quien continuamente se duda si era un santo o un loco, en cierta ocasión, con reticencias y para ponerlo a prueba, fue elegido juez local durante una semana. Llegó su primer caso procesal. Se trataba de un litigio entre dos partes sobre la propiedad de un terreno. Nasrudín dio la palabra a la parte acusadora. El querellante estuvo tan lúcido, tan seguro y convincente que el Mulá, dejándose llevar por el entusiasmo, aplaudió arrebatado: «¡Tienes razón, tienes razón!» El secretario del Tribunal, escandalizado, advirtió al extraño juez: «¡Pero si no has escuchado a la parte contraria!» Nasrudín se calmó y, desganado, dio la palabra al abogado defensor. Pero como éste también fue claro, penetrante y con una argumentación insuperable, Nasrudin, fuera de sí, le interrumpió: «¡Tienes razón, tienes razón!» El secretario perdió entonces la compostura y se levantó para inclinarse hacia Nasrudín con el dedo amenazante: «No seas idiota, no pueden tener razón las dos partes.» Y Nasrudín, aquel señor de tan adorable y estúpido talante replicó igual de eufórico: «¡Tienes razón, tienes razón!»

Aunque sean otro cantar, los relatos de Nasrudín, el popular anti-héroe de las enseñanzas tradicionales del Oriente Medio, fueron uno de los métodos más ingeniosos que tenían los sufíes para romper su forma habitual de pensar. Como cuando, en una de aquellas fábulas de sabia y absurda lógica, un juez pidió a Nasrudín que le ayudara a resolver un problema legal. “¿Cómo me sugerirías que castigue a un difamador?” —le preguntó—. “Córtales las orejas a todos los que escuchan sus mentiras” —replicó el Mulá—. O como cuando inició un viaje hacia tierras lejanas provisto de una cimitarra y una lanza y, en el camino, un malandrín cuya única arma era un bastón se le echó encima y lo despojó de sus pertenencias. Cuando llegó a la ciudad mas próxima, el Mulá contó su desgracia a sus amigos, quienes le preguntaron cómo había podido suceder que él, estando armado con una cimitarra y una lanza, no hubiera podido dominar a un ladrón armado con un modesto bastón. Y Nasrudin replicó: “El problema fue precisamente que yo tenía las dos manos ocupadas, una con la cimitarra y la otra con la lanza. ¡No podía defenderme!” —así algunos políticos nuestros: llevan en cada mano un arma terrible (la ley y la fuerza) y el ventilador de sus hisopos les impide utilizarlas.

Ante el peligro de acabar metafóricamente con las orejas cortadas por escuchar las voces y los ecos, intentaré que el futuro me encuentre confesado y, atando cabos, recordaré al lector la fábula de Félix María de Samaniego titulada “El grajo vano”: “Con las plumas de un pavo/ un grajo se vistió; pomposo y bravo/ en medio de los pavos se pasea;/ la manada lo advierte, lo rodea:/ Todos le pican, burlan y lo envían,/ ¿Dónde, si ni los grajos le querían?...

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