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2005.- El sultanato etarra

09/05/2018

Viernes 14 de marzo de 1988. En la algarabía del pasado y en el barullo del presente, treinta años después de aquel día el sultanato etarra apenas es un producto —en mercadotecnia, una opción elegible, viable y repetible que la oferta pone a disposición de la demanda, para satisfacer una necesidad o atender un deseo a través de su uso o consumo— que nunca compraré.

Cuando aquella mañana acudí a la Sede Nacional de la Confederación de Sindicatos Independiente de Funcionarios en la calle Orfila número seis de Madrid, donde hoy existe uno de los hoteles más lujosos de la capital de España —yo era por entonces el presidente Nacional del Sector de Enseñanza de la CSIF—, una persona desconocida había colocado debajo de los buzones del edificio un paquete que aparentemente contenía libros y que iba dirigido a José Luis Guillen, el Secretario General del Sindicato.

Se trataba de un paquete del tamaño de un libro de la Editorial Planeta y, después de palparlo escrupulosamente para tratar de averiguar qué libro podría ser, lo entregué en la recepción de la casa para que cuando llegara el destinatario se lo entregaran.

Más tarde, la doctora María Teresa Monforte, secretaria nacional de la Organización, se hizo cargo del paquete y lo dejó en el archivo. Minutos antes de las once de la mañana, María Enriqueta Yerro Rosell, jefa del archivo, abrió el envío y se produjo una fuerte explosión que hizo temblar el edificio entero.

María Teresa Monforte fue ingresada en el hospital clínico de San Carlos, sufrió también heridas graves en las manos y el rostro. Fue intervenida quirúrgicamente por presentar estallido del globo ocular derecho, mientras que, según el parte médico, en el ojo izquierdo sufría "dos heridas corneales perforantes".

María Enriqueta Yerro fue trasladada en un vehículo particular hasta el hospital de la Cruz Roja, donde su estado fue calificado de muy grave, y los médicos testificaron que sufría amputación casi total de ambas manos, salida del paquete abdominal y una herida muy profunda en la ingle con afectación de la arteria femoral —domiciliada en el barrio madrileño de la Concepción, estaba casada, tenía dos hijos y aunque en aquel momento no ejerciera porque estaba liberada a fin de que pudiera dedicarse plenamente a las actividades sindicales era catedrática de Filología Inglesa en un instituto de bachillerato de Madrid.

Por su parte, la administrativa Francisca Rico fue atendida en un centro médico y cuando los facultativos comprobaron que tan sólo presentaba algunos rasguños de carácter leve fue dada de alta.

Ante la gravedad de la noticia, además de otras muchas personalidades civiles y religiosas acudieron a la sede de CSIF el ministro de Educación José María Maravall Herrero, un sociólogo y político español, militante del PSOE, que ejerció de ministro de Educación y Ciencia en los dos primeros gobiernos de Felipe González, y el Secretario de Estado Alfredo Pérez Rubalcaba, un químico, profesor y político español del Partido Socialista, por entonces vicepresidente del Gobierno durante la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, y ministro durante la de Felipe González.

En aquel sultanato etarra, conocí personalmente a Miguel Ángel Blanco —fue mi alumno en un curso de fin de semana en Bilbao—.
Conocí personalmente a Irene Villa, un gran mujer que a los doce años —el 17 de octubre de 1991— sufrió un atentado con coche bomba en la calle Camarena del barrio madrileño de Aluche, al producirse el estallido de una bomba adosada al vehículo en el que viajaba, camino del colegio, con su madre —Irene perdió las piernas y tres dedos de una mano, y su madre una pierna y un brazo.

Cuando esto escribo, en el segundo centenario del nacimiento de Carlos Marx —5 de mayo de 1818—, el día de la muerte de mi vecino madrileño José María Íñigo —5 de mayo de 2018—, en el photocall —"forillo" o "escenario", en español, una combinación de las palabras inglesas para "fotografía" y "llamada"—, quiero ubicar a Joaquín Costa —1846/1911—, el mayor representante del movimiento intelectual decimonónico conocido como “Regeneracionismo”, que proponía la completa regeneración de España ante su decadencia y atraso y ante el shock que supuso el desastre del 98, con el desmoronamiento de lo que un día había sido un imperio —con el lema "Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid", resumió su propuesta para que hubiera alguna posibilidad de avance en la sociedad española.

Y mientras declaro que el sultanato etarra es un simple producto, recuerdo que la Universidad Complutense suspendió sus clases para protestar contra aquel absurdo atentado en la sede madrileña de CSIF y que miles de los alumnos y profesores acudieron a la multitudinaria manifestación del viernes siguiente por las calles de Madrid encabezada por los dirigentes de CSIF y algunos políticos del momento —a mi lado, Alberto Ruiz Gallardón, un joven senador de apenas 30 años.

Atando cabos recuerdo y digo que en la manifestación multitudinaria de aquel día hubo gritos, llantos e insultos contra el sultanato terrorista etarra que sigue siendo un producto que en la algarabía del pasado y en el barullo del presente —"forever", en español para siempre, siempre, por siempre, a perpetuidad, constantemente— nunca comprarán las personas de bien.

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