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2002.- Gorigori

15/04/2018

Mientras escribo este gorigori, me corteja el sonido de una de las canciones más hermosas de la música clásica: el Adagio del veneciano Giovanni Albinoni, un compositor italiano que nació en 1669 y se marchó al más allá en 1751.

Lo de “gorigori” suele emplearse para aludir, por lo general humorísticamente, al canto lúgubre de los entierros —La Real Academia Española explica que “coloquialmente el gorigori es el canto lúgubre de los entierros”; para ese cometido, pocos como mi amigo Ildefonso Asenjo, el párroco de Veganzones y de las parroquias anejas de Caballar, Muñoveros y Torreiglesias.

¡Cómo te recordamos en el gorigori político de hoy, amigo Marshall McLuhan, genio del presente y del porvenir! Creo recordar que eras canadiense, genial Marshall siempre releído, revisado y reinterpretado a la luz de las nuevas tecnologías... Hablo del autor de “La aldea global”, “La Galaxia Gutenberg”, “El medio es el mensaje” y otros libros inolvidables —“miramos al presente a través de un espejo retrovisor”, decía—. En su «understanding media», escribió y así justificó su afirmación “el medio es el mensaje”: el significado de las palabras no está en los diccionarios de la lengua sino que depende en del lugar dónde se escriben o se dicen —en ese manifiesto hay mil razones para explicar el galimatías del gorigori catalán, del gorigori vasco, del gorigori gallego, del gorigori andaluz y hasta del gorigori de la ciudad de Cantalejo con la “gacería”, una jerga profesional de los antiguos fabricantes de trillos y tratantes de ganado.

El medio es el mensaje, o sea, que independientemente del resultado de una votación, lo que todo el mundo sabe es, como ejemplo, que el Parlamento Europeo ha reconocido e internacionalizado el inventado proceso de paz que en su día Zetapé se sacó de la manga para dar aire y alas al mundo etarra y multiplicar la desazón de quienes aún creíamos en España como nación. Miren este otro ejemplo de aquel gorigori zapateril: el intelectual catalán Salvador Sostres hace un montón de años escribió en el diario independentista Avui: “Hablar en español en Barcelona queda muy hortera, yo sólo hablo español con la criada y algunos empleados…”

Por más que el idioma castellano o español sea el idioma más universal de todos ellos —más de quinientos millones de horteras—, yo sin saber que soy un hortera por escribir en el mismo idioma que Cervantes, Góngora, Fernando de Rojas, Francisco de Quevedo, y por decir, de los vascos Baroja y Unamuno, de los colombianos García Márquez y León de Greiff, de los mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes, de los peruanos César Vallejo y Alfredo Bryce Echenique, de los argentinos Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato… —por decir, hasta de mi padre, de mi madre, de mis abuelos y de mi paisano el académico Francisco Rodríguez Adrados.

Uno pensaba que hablar en español era lo mismo que hablar en catalán, en francés, en italiano, en gallego, en portugués y en todas las derivaciones casi idénticas del latín, y resulta que el catalán sólo lo hablen unos pocos millones de personas normales, algunos finolis descerebrados como Salvador Sostres y otros treintaitrés por poner un número acreditado. Unos cuantos irresponsables nos han metido en la vorágine de las palabras huecas y, ya se sabe, que lo hueco tiene eco —en este caso, el eco mediático de los servicios de propaganda de cada régimen político vigente.

Cuentan que en una empresa multinacional para averiguar el grado de optimismo de tres de sus empleados y tratar de promocionar al mejor de ellos para futuros retos, se hizo esta pregunta: «¿Qué te gustaría que dijesen de ti en tu velatorio?». El primer candidato explicó: “Que fui un gran médico y un muy buen padre de familia”. El segundo: “Que fui un hombre honrado, perfecto caballero y amante padre de familia”, como en una de las tumbas de la iglesia de San Miguel del interior del castillo de Turégano. Y el tercero arrasó: “Me gustaría que dijese !coño, mira, se está moviendo!» —de continuar enumerando historias de este gorigori desafinado, ni los más optimistas podrán soltar en unos años ese “coño, mira, España se está moviendo políticamente y nadie sabe dónde y cómo acabará esa nación europea”.

Con el Adagio de Albinoni resonando en mis oídos del alma, atando cabos en este descabellado gorigori digo que como hace falta más tiempo para pegar un florero que para romperlo, quiero recordar cuatro dogmas relevantes del gorigori alegórico: Si sólo se tiene un clavo, se doblará; si sólo se tiene un tornillo, estará pasado de rosca; si sólo se tiene una tabla, se partirá; y si todo lo que se tiene es un martillo, cualquier cosa parecerá un clavo.

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